INDICE
DEDICATORIA
PRESENTACION
INTRODUCCIÓN
ÍNDICE
LA GUERRA
CAPITULO
I: LA GUERRA
Derecho
histórico de la guerra
1.1. Origen histórico del derecho de la guerra
1.2. Naturaleza del crimen de la guerra
1.3. Fundamento racional del derecho de la guerra
1.4. La guerra como justicia penal
1.5. Orígenes y causas bárbaras de la guerra en los tiempos
actuales
1.6. Solución de los conflictos por el poder
1.7. Discusión filosófica sobre la guerra
1.7.1. Sentido sofístico en que la guerra es un derecho
1.7.2. Sentido naturalista
Tesis
1.7.3. Doctrina racionalista
1.8. Creadores del derecho de gentes
1.8.1. Lo que es derecho de gentes
1.9. El comercio como causa de guerra
1.9.1. Influencia del comercio
1.10. La libertad como influencia unificadora
CAPITULO II:
NATURALEZA JURÍDICA DE LA GUERRA
2. Cuerpos normativos que regulan la guerra: DERECHO DE
GUERRA
2.1. Distinción entre crimen y retribución de la agresión
2.2. Los poderes soberanos cometen crímenes
2.3. Análisis del crimen de la guerra
2.4. La unidad de la justicia
2.5. La guerra como justicia
2.6. La guerra es un sofisma: elude las cuestiones, no las
resuelve
2.7. Base natural del derecho internacional de la guerra y
de la paz
2.8. El derecho internacional
2.9. El derecho de la guerra
2.10. Naturaleza viciosa del derecho de la guerra
2.11. El duelo
2.12. Guerra moderna
2.13. Peligros del derecho de la propia defensa
2.14. La guerra es inobjetable si se coloca fuera de toda
sospecha de interés
Capítulo
III. Responsabilidades
3. RESPONSABILIDADES
3.1. Complicidad y responsabilidad del crimen de la guerra
3.2. Glorificación de la guerra
3.3. Sanción penal contra los individuos
3.4. Responsabilidad de los individuos
3.5. Responsabilidad de los Estados
3.5. El establecimiento de la responsabilidad individual
3.6. Prueba de guerra
Capítulo
IV. Efectos de la guerra
4. EFECTOS DE LA GUERRA
4.1. Pérdida de la libertad y la propiedad
4.2. Simulación especiosa de riqueza
4.3. Pérdida de población
4.4. Pérdidas indirectas
4.5. Auxiliares de la guerra
4.6. De otros males anexos y accesorios de la guerra
CAPITULO V:
ABOLICIÓN DE LA GUERRA
Capítulo
V. Abolición de la guerra
5. ABOLICIÓN
DE LA GUERRA
5.1. La difusión de la cultura
CAPITULO VI:
PROMOTORES DE LA PAZ
Capítulo VI PROMOTORES DE LA PAZ
6. Fuerzas de paz de la ONU
6.1 Orígenes
6.2. Objetivos
6.3. Polémicas
6.4. Cuerpo de paz
6.5. Propósito y función
6.6. Historia
6.7. Creación y autorización
6.8. Polémica inicial
6.9. Estado independiente
CAPITULO VII:
NEUTRALIDAD
Capítulo VII. Neutralidad
7.1. La sociedad universal
7.2. Representación de la unidad
CAPITULO
VIII: LA PROSCRIPCION DE LA GUERRA
CAPITULO VIII: LA PROSCRIPCION DE LA GUERRA
8. PROSCRIPCIÓN DE LA GUERRA
8.1. CARTA DE LAS NACIONES UNIDAS
CAPITULO
IX: LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
CAPITULO IX: LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
9.1. Introducción: La formación de alianzas
9.2. La primera Guerra Mundial
9.3. Antecedentes
9.3.1. La guerra franco-prusiana
9.4. Causas de la I Guerra Mundial
9.4.1. El nacionalismo
9.5. Consecuencias de la I Guerra Mundial
9.5.2. Consecuencias sociales
CAPITULO
X: LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
10.1. CAUSAS
10.1.1. CAUSAS INMEDIATAS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL: EL
CAMINO HACIA LA GUERRA (1932-1939)
10.2. CARACTERÍSTICAS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
10.3. FASES DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (1939-1945)
10.4. LA GUERRA EN LA RETAGUARDIA
10.5. LAS CONFERENCIAS DE PAZ Y LA FORMACIÓN DE LA ONU
10.6. CONSECUENCIAS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL.
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFIA
CAPITULO I: LA GUERRA
Derecho histórico de la guerra
Origen histórico del
derecho de la guerra
El crimen de la guerra. Esta palabra nos
sorprende, sólo en fuerza del grande hábito que tenemos de esta otra, que es la
realmente incomprensible y monstruosa: el derecho de la guerra, es decir, el
derecho del homicidio, del robo, del incendio, de la devastación en la más
grande escala posible; porque esto es la guerra, y si no es esto, la guerra no
es la guerra.
Estos actos son crímenes por las leyes de
todas las naciones del mundo. La guerra los sanciona y convierte en actos
honestos y legítimos, viniendo a ser en realidad la guerra el derecho del
crimen, contrasentido espantoso y sacrílego, que es un sarcasmo contra la civilización.
Esto se explica por la historia. El derecho
de gentes que practicamos es romano de origen como nuestra raza y nuestra
civilización.
El derecho de gentes romano I, era el derecho
del pueblo romano para con el extranjero.
Y como el extranjero para el romano era
sinónimo del bárbaro y del enemigo, todo su derecho externo era equivalente al
derecho de la guerra.
El acto que era un crimen de un romano para
con otro, no lo era de un romano para con el extranjero.
Era natural que para ellos hubiese dos
derechos y dos justicias, porque todos los hombres no eran hermanos, ni todos
iguales. Más tarde ha venido la moral cristiana, pero han quedado siempre las
dos justicias del derecho romano, viviendo a su lado, como rutina más fuerte
que la ley.
Se cree generalmente que no hemos tomado a
los romanos sino su derecho civil: ciertamente que era lo mejor de su
legislación, porque era la ley con que se trataban a sí mismos: la caridad en
la casa.
Pero en lo que tenían de peor, es lo que más
les hemos tomado, que es su derecho público externo e interno: el despotismo y
la guerra, o más bien la guerra en sus dos fases.
Les hemos tomado la guerra, es decir, el
crimen, como medio legal de discusión, y sobre todo de engrandecimiento, la
guerra, es decir, el crimen como manantial de la riqueza, y la guerra, es
decir, siempre el crimen como medio de gobierno interior. De la guerra es nacido
el gobierno de la espada, el gobierno militar, el gobierno del ejército que es
el gobierno de la fuerza sustituida a la justicia y al derecho como principio
de autoridad. No pudiendo hacer que lo que es justo sea fuerte, se ha hecho que
lo que es fuerte sea justo (Pascal).
Maquiavelo vino en pos del renacimiento de
las letras romanas y griegas, y lo que se llama el maquiavelismo no es más que
el derecho público romano restaurado. No se dirá que Maquiavelo tuvo otra
fuente de doctrina que la historia romana, en cuyo conocimiento era profundo.
El fraude en la política, el dolo en el gobierno, el engaño en las relaciones
de los Estados, no es la invención del republicano de Florencia, que, al contrario,
amaba la libertad y la sirvió bajo los Médicis en los tiempos floridos de la
Italia moderna. Todas las doctrinas malsanas que se atribuyen a la invención de
Maquiavelo, las habían practicado los romanos. Montesquieu nos ha demostrado el
secreto ominoso de su engrandecimiento. Una grandeza nacida del olvido del
derecho debió necesariamente naufragar en el abismo de su cuna, y así aconteció
para la educación política del género humano.
La educación se hace, no hay que dudarlo,
pero con lentitud.
Todavía somos romanos en el modo de entender
y practicar las máximas del derecho público o del gobierno de los pueblos.
Para no probarlo sino por un ejemplo
estrepitoso y actual, veamos la Prusia de 18661.
Ella ha demostrado ser el país del derecho
romano por excelencia, no sólo como ciencia y estudio, sino como práctica.
Niebühr y Savigny no podían dejar de producir a Bismarck, digno de un asiento
en el Senado Romano de los tiempos en que Cartago, Egipto y la Grecia, eran
tomados como materiales brutos para la constitución del edificio romano.
El olvido franco y candoroso del derecho, la
conquista inconsciente, por decirlo así, el despojo y la anexión violenta,
practicados como medios legales de engrandecimiento, la necesidad de ser grande
y poderoso por vía de lujo, invocada como razón legítima para apoderarse del
débil y comerlo, son simples máximas del derecho de gentes romanoII, que consideró
la guerra como una industria tan legítima como lo es para nosotros el comercio,
la agricultura, el trabajo industrial. No es más que un vestigio de esa
política, la que la
Europa sorprendida sin razón admira en el
conde de Bismarck.
Así se explica la repulsión instintiva contra
el derecho público romano, de los talentos que se inspiraron en la democracia
cristiana y moderna, tales como Tocqueville, Laboulaye, Acollas, Chevalier, Coquerel,
etc.
La democracia no se engaña en su aversión
instintiva al cesarismo. Es la antipatía del derecho a la fuerza como base de
autoridad; de la razón al capricho como regla de gobierno.
La espada de la justicia no es la espada de
la guerra. La justicia, lejos de ser beligerante, es ajena de interés y es
neutral en el debate sometido a su fallo. La guerra deja de ser guerra si no es
el duelo de dos litigantes armados que se hacen justicia mutua por la fuerza de
su espada.
La espada de la guerra es la espada de la
parte litigante, es decir, parcial y necesariamente injusta.
Naturaleza del crimen
de la guerra
El crimen de la guerra es el de la justicia
ejercida de un modo criminal, pues también la justicia puede servir de instrumento
del crimen, y nada lo prueba mejor que la guerra misma, la cual es un derecho,
como lo demuestra Grocio, pero un derecho que, debiendo ser ejercido por la
parte interesada, erigida en juez de su cuestión, no puede humanamente dejar de
ser parcial en su favor al ejercerlo, y en esa parcialidad, generalmente
enorme, reside el crimen de la guerra.
La guerra es el crimen de los soberanos, es
decir, de los encargados de ejercer el derecho del Estado a juzgar su pleito
con otro Estado.
Toda guerra es presumida justa porque todo
acto soberano, como acto legal, es decir, del legislador, es presumido justo.
Pero como todo juez deja de ser justo cuando juzga su propio pleito, la guerra,
por ser la justicia de la parte, se presume injusta de derecho.
La guerra considerada como crimen, -el crimen
de la guerra- no puede ser objeto de un libro, sino de un capítulo del libro
que trata del derecho de las Naciones entre sí: es el capítulo del derecho
penal internacional. Pero ese capítulo es dominado por el libro en su principio
y doctrina. Así, hablar del crimen de la guerra, es tocar todo el derecho de gentes
por su base.
El crimen de la guerra reside en las
relaciones de la guerra con la moral, con la justicia absoluta, con la religión
aplicada y práctica, porque esto es lo que forma la ley natural o el derecho
natural de las naciones, como de los individuos III.
Que el crimen sea cometido por uno o por mil,
contra uno o contra mil, el crimen en sí mismo es siempre el crimen.
Para probar que la guerra es un crimen, es
decir, una violencia de la justicia en el exterminio de seres libres y
jurídicos, el proceder debe ser el mismo que el derecho penal emplea
diariamente para probar la criminalidad de un hecho y de un hombre.
La estadística no es un medio de probar que
la guerra es un crimen. Si lo que es crimen, tratándose de uno, lo es
igualmente tratándose de mil, y el número y la cantidad pueden servir para la
apreciación de las circunstancias del crimen, no para su naturaleza esencial, que
reside toda en sus relaciones con la ley moral.
La moral cristiana, es la moral de la
civilización actual por excelencia; o al menos no hay moral civilizada que no
coincida con ella en su incompatibilidad absoluta con la guerra.
El cristianismo como la ley fundamental de la
sociedad moderna, es la abolición de la guerra, o mejor dicho, su condenación
como un crimen.
Ante la ley distintiva de la cristiandad, la
guerra es evidentemente un crimen. Negar la posibilidad de su abolición
definitiva y absoluta, es poner en duda la practicabilidad de la ley cristiana.
El R. Padre Jacinto decía en su discurso (del
24 de junio de 1863), que el catecismo de la religión cristiana es el catecismo
de la paz. Era hablar con la modestia de un sacerdote de Jesucristo.
El Evangelio es el derecho de gentes moderno,
es la verdadera ley de las naciones civilizadas, como es la ley privada de los
hombres civilizados.
El día que el Cristo ha dicho: Presentad la
otra mejilla al que os dé una bofetada, la victoria ha cambiado de naturaleza y
de asiento, la gloria humana ha cambiado de principio.
El cesarismo ha recibido con esa gran palabra
su herida de muerte. Las armas que eran todo su honor, han dejado de ser útiles
para la protección del derecho refugiado en la generosidad sublime y heroica.
La gloria desde entonces no está del lado de
las armas, sino vecina de los mártires; ejemplo: el mismo Cristo, cuya
humillación y castigo sufrido sin defensa, es el símbolo de la grandeza
sobrehumana. Todos los Césares se han postrado a los pies del sublime abofeteado.
Por el arma de su humildad, el cristianismo
ha conquistado las dos cosas más grandes de la tierra: la paz y la libertad.
Paz en la tierra a los hombres de buena
voluntad, era como decir paz a los humildes, libertad a los mansos, porque la
buena voluntad es la que sabe ceder pudiendo resistir.
La razón porque sólo son libres los humildes,
es que la humildad, como la libertad, es el respeto del hombre al hombre; es la
libertad del uno, que se inclina respetuosa ante la libertad de su semejante;
es la lib ertad de cada uno erigida en majestad ante la libertad del otro.
No tiene otro secreto ese amor respetuoso por
la paz, que distingue a los pueblos libres.
El hombre libre, por su naturaleza moral, se
acerca del cordero más que del león: es manso y paciente por su naturaleza
esencial, y esa mansedumbre es el signo y el resorte de la libertad, porque es
ejercida por el hombre respecto del hombre.
Todo pueblo en que el hombre es violento, es
pueblo esclavo.
La violencia, es decir la guerra, está en
cada hombre, como la libertad, vive en cada viviente, donde ella vive en
realidad.
La paz, no vive en los tratados ni en las
leyes internacionales escritas; existe en la constitución moral de cada hombre;
en el modo de ser que su voluntad ha recibido de la ley moral según la cual ha
sido educado. El cristiano, es el hombre de paz, o no es cristiano.
Que la humildad cristiana es el alma de la
sociedad civilizada moderna, a cada instante se nos escapa una prueba
involuntaria. Ante un agravio contestado por un acto de generosidad, todos
maquinalmente exclamamos: -¡qué noble! ¡qué grande! -Ante un acto de venganza,
decimos al contrario: -¡qué cobarde! ¡qué bajo! ¡qué estrecho! -Si la gloria y
el honor son del grande y del noble, no del cobarde, la gloria es del que sabe
ve ncer su instinto de destruir, no del que cede miserablemente a ese instinto
animal. El grande, el magnánimo es el que sabe perdonar las grandes y magnas
ofensas. Cuanto más grande es la ofensa perdonada, más grande es la nobleza del
que perdona.
Por lo demás, conviene no olvidar que no
siempre la guerra es crimen: también es la justicia cuando es el castigo del
crimen de la guerra criminal. En la criminalidad internacional sucede lo que en
la civil o doméstica: el homicidio es crimen cuando lo comete el asesino, y es
justicia cuando lo hace ejecutar el juez.
Lo triste es que la guerra puede ser abolida
como justicia, es decir, como la pena de muerte de las naciones; pero abolirla
como crimen, es como abolir el crimen mismo, que, lejos de ser obra de la ley,
es la violación de la ley. En esta virtud, las guerras serán progresivamente
más raras por la misma causa que disminuye el número de crímenes: la civilización
moral Y material, es decir, la mejora del hombre.
Fundamento racional
del derecho de la guerra
La guerra no puede tener más que un
fundamento legítimo, y es el derecho de defender la propia existencia. En este
sentido, el derecho de matar se funda en el derecho de vivir, y sólo en defensa
de la vida se puede quitar la vida. En saliendo de ahí el homicidio es
asesinato, sea de hombre a hombre, sea de nación a nación. El derecho de mil no
pesa más que el derecho de uno solo en la balanza de la justicia; y mil
derechos juntos no pueden hacer que lo que es crimen sea un acto legítimo.
Basta eso solo para que todo el que hace la
guerra pretenda que la hace en su defensa.
Nadie se confiesa agresor, lo mismo en las
querellas individuales que en las de pueblo a pueblo.
Pero como los dos no pueden ser agresores, ni
los dos defensores a la vez, uno debe ser necesariamente el agresor, el
atentador, el iniciador de la guerra y por tanto el criminal. ¿Qué clase de
agresión puede ser causa justificativa de un acto tan terrible como la guerra?
Ninguna otra que la guerra misma. Sólo el peligro de perecer puede justificar
el derecho de matar de un pueblo honesto.
La guerra empieza a ser un crimen desde que
su empleo excede la necesidad estricta de salvar la propia existencia. No es un
derecho, sino como defensa. Considerada como agresión es atentado. Luego en
toda guerra hay un criminal.
La defensa se convierte en agresión, el
derecho en crimen, desde que el tamaño del mal hecho por la necesidad de la
defensa excede del tamaño del mal hecho por vía de agresión no provocada.
Hay o debe haber una escala proporcional de
penas y delitos en el derecho internacional criminal, como la hay en el derecho
criminal interno o doméstico.
Pero esa proporcionalidad será eternamente
platónica Y nominal en el derecho de gentes, mientras el juez llamado a fijar
el castigo que pertenece al delito sea la parte misma ofendida, para cuyo
egoísmo es posible que no haya jamás un castigo condigno del ataque inferido a
su amor propio, a su ambición, a su derecho mismo.
Sólo así se explica que una Nación fuerte
haga expiar por otra relativamente débil, lo que su vanidad quiere considerar
como un ataque hecho a su dignidad, a su honor, a su rango, con la sangre de
miles de sus ciudadanos o la pérdida de una parte de su territorio o de toda su
independencia.
La guerra como
justicia penal
La guerra es un modo que usan las naciones de
administrarse la justicia criminal unas a otras con esta particularidad, que en
todo proceso cada parte es a la vez juez y reo, fiscal y acusado, es decir, el
juez y el ladrón, el juez y el matador.
Como la guerra no emplea sino castigos
corporales y sangrientos, es claro que los hechos de su jurisdicción deben ser
todos criminales.
La guerra, entonces, viene a ser en el
derecho internacional, el derecho criminal de las naciones.
En efecto, no toda guerra es crimen; ella es
a la vez, según la intención, crimen y justicia, como el homicidio sin razón es
asesinato, y el que hace el juez en la persona del asesino es justicia.
Queda, es verdad, por saberse si la pena de
muerte es legítima. Si es problemático el derecho de matar a un asesino ¿cómo
no lo será el de matar a miles de soldados que hieren por orden de sus
gobiernos?
Es la guerra una justicia sin juez, hecha por
las partes y, naturalmente, parcial y mal hecha. Más bien dicho, es una
justicia administrada por los reos de modo que sus fallos se confunden con sus
iniquidades y sus crímenes. Es una justicia que se confunde con la
criminalidad.
Y esto es lo que recibe en muchos libros el
nombre de una rama del derecho de gentes. Si las hienas y los tigres pudiesen
reflexionar y hablar de nuestras cosas humanas como los salvajes, ellos
reivindicarían para sí, aun de éstos mismos, el derecho de propiedad de nuestro
sistema de enjuiciamiento criminal internacional.
Lo singular es que los tigres no se comen
unos a otros en sus discusiones, por vía de argumentación ni las hienas se
hacen la guerra unas a otras, ni las víboras emplean entre sí mismas el veneno
de que están armadas.
Sólo el hombre, que se cree formado a imagen
de Dios, es decir, el símbolo terrestre de la bondad absoluta, no se contenta
con matar a los animales para comerlos; con quitarles la piel para proteger la
que ya tienen sus pies y sus manos; con dejar sin lana a los carneros, para
cubrir con ella la desnudez de su cuerpo; con quitar a los gusanos la seda que
trabajan, para vestirse; a las abejas, la miel que elaboran para su sustento; a
los pájaros, sus plumas; a las plantas, las flores que sirven a su
regeneración; a las perlas y corales su existencia misteriosa para servir a la
vanidad de la bella mitad del hombre sino que hace con su mismo semejante (a
quien llama su hermano), lo que no hace el tigre con el tigre, la hiena con la
hiena, el oso con el oso: lo mata no para comerlo (lo cual sería una
circunstancia atenuante) sino por darse el placer de no verlo vivir. Así, el
antropófago es más excusable que el hombre civilizado en sus guerras y
destrucción de mera vanidad y lujo.
Es curioso que para justificar esas venganzas
haya prostituido su razón misma, en que se distingue de las bestias. Cuesta
creer, en efecto, que se denomine ciencia del derecho de gentes la teoría y la
doctrina de los crímenes de guerra.
¿Qué extraño es que Grocio, el verdadero
creador del derecho de gentes moderno, haya desconocido el fundamento racional
del derecho de la guerra? Kent, otro pensador de su talla, no lo ha encontrado
más comprensible; y los que han sacado sus ideas de sus cerebros realmente
humanos, como Cobden y los de su escuela, han visto en la guerra, no un derecho
sino un crimen, es decir, la muerte del derecho.
Se habla de los progresos de la guerra por el
lado de la humanidad. Lo más de ello es un sarcasmo. Esta humanidad se cree
mejorada y transformada, porque en vez de quemar apuñala; en vez de matar con
lanzas, mata con balas de fusil; en vez de matar lentamente, mata en un
instante.
La humanidad de la guerra en esta forma,
recuerda la fábula del carnero y la liebre. -¿En qué forma prefiere usted ser
frita? -Es que no quiero ser frita de ningún modo. –Usted elude la cuestión: no
se trata de dejar a usted viva, sino de saber la forma en que debe ser frita y
comida.
Orígenes y causas
bárbaras de la guerra en los tiempos actuales
Uno de los motivos o de los pretextos más a
la moda para las guerras de nuestro tiempo, es el interés o la necesidad de
completarse territorialmente. Ningún Estado se considera completo, al revés de
los hombres, que todos se creen perfectos. Y como la idea de lo que es completo
o incompleto es puramente relativa, lo que es completo hoy día no tardará en
dejar de serlo o parecerlo, siendo hoy motivo de estarse en paz lo que mañana
será razón para ponerse en guerra.
De todos los pretextos de la guerra, es el
más injusto y arbitrario. El se da la mano con el de la desigualdad de
fortunas, invocado por los socialistas como motivo para reconstruir la sociedad
civil, sobre la iniquidad de un nivel que suprima las variedades fecundas de la
naturaleza humana.
Lo singular es que los propagadores de ese
socialismo internacional no son los estados más débiles y más pobres, sino al
contrario, los más poderosos y extensos; lo que prueba que su ambición injusta
es una variedad del anhelo ambicioso de ciertos imperios a la dominación
universal o continental. En el socialismo de los individuos, la guerra viene de
los desheredados; en el socialismo internacional del mundo, la perturbación
viene de los más bien dotados. Lejos de servir de equilibrio, tales guerras
tienen por objeto perturbarlo, en beneficio de los fuertes y en daño de los
débiles. La iniquidad es el sello que distingue tales guerras.
Con otro nombre, ese ha sido y será el motivo
principal y eterno de todas las guerras humanas: la ambición, el deseo
instintivo del hombre de someter a su voluntad el mayor número posible de
hombres, de territorio, de riqueza, de poder y autoridad.
Este deseo, fuente de perturbación, no puede
encontrar su correctivo sino en sí mismo. Es preciso que él se estrelle en su
semejante para que sepa moderarse, y es lo que sucede cuando el poder, es
decir, la inteligencia, la voluntad y la acción dejan de ser el monopolio de
uno o de pocos y se vuelve patrimonio de muchos o de los más.
La justicia internacional, es decir, la
independencia limitada por la independencia, empieza a ser reconocida y
respetada por los Estados desde que muchos Estados coexisten a la vez.
Por
lo general, en Sud-América la guerra no tiene más que un objeto y un fin,
aunque lo cubran mil pretextos: es el interés de ocupar y poseer el poder. El
poder es la expresión más algebraica y general de todos los goces y ventajas de
la vida terrestre, y se diría que de la vida futura misma, al ver el ahínco con
que lo pretende el gobierno de la Iglesia, es decir, de la grande asociación de
las almas.
Falta
saber, ¿dónde y cuándo no ha sido ese el motivo motor y secreto de todas las guerras
de los hombres?
El
que pelea por límites, pelea por la mayor o menor extensión de su poder. El que
pelea por la independencia nacional o provincial, pelea por ser poseedor del
poder que retiene el extranjero. El que pelea por el establecimiento de un
gobierno mejor que el que existe, pelea por tener parte en el nuevo gobierno.
El que pelea por derechos y libertades, pelea por la extensión de su poder
personal, porque el derecho es la facultad o poder de disponer de algún bien.
El que pelea por la sucesión de un derecho soberano, pelea, naturalmente, en el
interés de poseerlo en parte.
¿Qué
es el poder en su sentido filosófico? -La extensión del yo, el ensanche y
alcance de nuestra acción individual o colectiva en el mundo, que sirve de
teatro a nuestra existencia. Y como cada hombre y cada grupo de hombres, busca
el poder por una necesidad de su naturaleza, los conflictos son la consecuencia
de esa identidad de miras; pero tras esa consecuencia, viene otra, que es la
paz o solución de los conflictos por el respeto del derecho o ley natural por
el cual el poder de cada uno es el límite del poder de su semejante.
Habrá
conflictos mientras haya antagonismos de intereses y voluntades entre los seres
semejantes; y los habrá mientras sus aspiraciones naturales tengan un objeto
común e idéntico.
Pero
esos conflictos dejarán de existir por su solución natural, que reside en el
respeto del derecho que protege a todos y a cada uno. Así, los conflictos no
tendrán lugar sino para buscar y encontrar esa solución, en que consiste la
paz, o concierto y armonía de todos los derechos semejantes.
Toda la grande obra de Grocio ha tenido por
objeto probar que no siempre la guerra es un crimen; y que es, al contrario, un
derecho compatible con la moral de todos los tiempos y con la misma religión de
Jesucristo.
¿En qué sentido es la guerra un derecho para
Grocio? En el sentido de la guerra considerada como el derecho de propia
defensa, a falta de tribunales; en el sentido del derecho penal que asiste al
hombre para castigar al hombre que se hace culpable de un crimen en su daño; en
el sentido de un modo de proceder o de acción en justicia, con que las naciones
resuelven sus pleitos por la fuerza cuando no pueden hacerlo por la razón.
Era un progreso, en cierto modo, el ver la
guerra de este aspecto; porque en su calidad de derecho, obedece a principios
de justicia, que la fuerzan a guardar cierta línea para no degenerar en crimen
y barbarie.
Pero, lo que fue un progreso hará dos y medio
siglos para Grocio, ha dejado de serlo bajo otros progresos, que han revelado
la monstruosidad del pretendido derecho de la guerra en otro sentido
fundamental.
Considerado el derecho de la guerra como la
justicia penal del crimen de la guerra; admitido que la guerra puede ser un
derecho como puede ser un crimen, así como el homicidio es un acto de justicia
o es un crimen según que lo ejecuta el juez o el asesino: ¿cuál es el juez
encargado de discernir el caso en que la guerra es un derecho y no un crimen?
¿Quién es ese juez? Ese juez es el mismo contendor o litigante. De modo que la
guerra es una manera de administrar justicia en que cada parte interesada es la
víctima, el fiscal, el testigo, el juez y el criminal al mismo tiempo.
En el estado de barbarie, es decir, en la
ausencia total de todo orden social, este es el único medio posible de
administrar justicia, es decir, que es la justicia de la barbarie, o más bien
un expediente supletorio de la justicia civilizada.
Pero, en todo estado de civilización, esta
manera de hacer justicia es calificada como crimen, perseguida y castigada como
tal, aun en la hipótesis de que el culpable de ese delito (que se llama
violencia o fuerza) tenga derecho contra el culpable del crimen que motiva la
guerra.
No
es el empleo de la fuerza, en ese caso, lo que convierte la justicia en delito;
el juez no emplea otro medio que la fuerza para hacer efectiva su justicia. Es
el acto de constituirse en juez de su adversario, que la ley presume con razón
un delito, porque es imposible que un hombre pueda hacerse justicia a sí mismo
sin hacer injusticia a su adversario; tal es su naturaleza, y ese defecto es
toda la razón de ser del orden social, de la ley social y del juez que juzga en
nombre de la sociedad contra el pleito en que no tiene la menor parte inmediata
y directa, y sólo así puede ser justo.
Si
no hay más que un derecho, como no hay más que una gravitación, si el hombre
aislado no tiene otro derecho que el hombre colectivo, ¿se concibe que lo que
es un delito de hombre a hombre, pueda ser un derecho de pueblo a pueblo?
Toda
nación puede tener igual derecho para obrar en justicia, cada una puede hacerlo
con igual buena fe con que la hacen dos litigantes ante un juez, pero como la
justicia es una, todo pleito envuelve una falta de una parte u otra; y de igual
modo en toda guerra hay un crimen y un criminal que puede ser de robo u otro, y
además dos culpables del delito de fuerza o violencia.
Las teorías sobre el Derecho
natural o la ley natural tienen dos vertientes analíticas principales
relacionadas. Por una parte, una vertiente ética y, por otra, una vertiente
sobre la legitimidad de las leyes.
La teoría ética del Derecho
natural o de la ley natural parte de las premisas de que los humanos son
racionales y los humanos desean vivir y vivir lo mejor posible. De ahí, el
teórico del Derecho natural llega a la conclusión de que hay que vivir de
acuerdo con cómo somos, de acuerdo con nuestra naturaleza humana. Si no lo
hiciésemos así nos autodestruiríamos.
Eso supone que los seres humanos
compartimos unas características comunes, una naturaleza o esencia: unas
características físicas, químicas, biológicas, psicológicas, sociales y
culturales, etc. Eso hace que las formas de vida que podemos vivir
satisfactoriamente no sean ilimitadas debido a nuestras necesidades.
Habitualmente, una objeción que
se suele poner a esta teoría es la variabilidad de la conducta humana. Sin
embargo, la teoría pretende señalar que no todo es bueno para los humanos. Y de
este modo, la teoría del Derecho natural ha contribuido a dar a luz a las
teorías de los derechos y a una forma, entre otras, de dar razones para
justificar los Derechos Humanos y
los derechos fundamentales.
Pese a ello, eso no quiere decir
que toda teoría del Derecho natural conduzca, necesariamente, a que hay una
sola forma de vida correcta para los seres humanos. Y, en consecuencia, el
Derecho natural no sería un conjunto único de normas que no tolera la
diversidad en el significado de "vivir lo mejor posible".
Sin embargo, esa visión
monolítica del Derecho natural es muy corriente y depende de un argumento falaz
que John
Finnis ha denominado el argumento de la facultad pervertida.
Según dicha visión monolítica hay
acciones malas simplemente porque no son naturales, entendiéndose por no
natural lo que viola los principios del funcionamiento biológico humano. Por
ejemplo, sin vida biológica no hay ser humano, por tanto cualquier
interferencia al curso libre de la vida biológica humana -matar a alguien con
electroencefalograma plano, abortar- sería malo se mire como se mire. Otro
ejemplo parecido es sobre la conducta sexual: aunque la conducta sexual pueda
dar placer no sería para el placer, sino una forma de llevar a la procreación
humana que, según esta posición, sería el objetivo de la conducta sexual. Por
tanto, el sexo solo podría ejercerse para la procreación. Pero esta forma de
entender el Derecho natural hace depender la conducta ética del aspecto
biológico cuando, en sus orígenes, la teoría del Derecho natural subrayaba la
racionalidad humana por encima de la biología.
Desde el punto de vista de
la filosofía del derecho, el iusnaturalismo (a veces se escribe
"jusnaturalismo") mantiene que legitimidad de las leyes del derecho
positivo, esto es, el conjunto de leyes efectivamente vigentes en un Estado,
depende del Derecho natural. Desde este punto de vista, el que una ley haya sido
promulgada por la autoridad competente cumpliendo los requisitos formales
exigibles no es suficiente para que sea legítima. La posición contraria es
el positivismo jurídico o iuspositivismo.
Una consecuencia que
habitualmente se extrae de la posición iusnaturalista es la siguiente: sería
legítimo resistirse a la autoridad cuando intenta imponer el cumplimiento de
una ley que no es compatible con la ley natural. El atractivo del
iusnaturalismo es que de ese modo se justifica la resistencia a la autoridad
abusiva del Estado. El problema es que, así planteadas las cosas, se mezcla la
legitimidad moral de una ley con la legalidad de la ley (si ha sido promulgada siguiendo
el procedimiento formal adecuado), distinción conceptual en la que hace
hincapié el positivismo jurídico.
§ Existen
principios de moralidad inmutables y universalmente verdaderos (leyes
naturales);
§ El
contenido de dichos principios es cognoscible por el hombre empleando su razón;
§ Sólo se
puede considerar "derecho" (leyes positivas) al conjunto de normas
dictadas por los hombres que se encuentren en concordancia con lo que
establecen dichos principios.
La escuela racionalista concibe
al Derecho natural a la manera de un código completo y cerrado de normas
extraídas exclusivamente de la razón humana.
En el siglo XVII el racionalismo
se ocupa del Derecho natural con autores como Hugo Grocio. En
medio de las guerras de religión europeas, estos autores intentan proporcionar
un marco moral para las naciones que garantice la paz: “Ciertamente, lo que
hemos dicho tendría lugar, aunque admitiésemos algo que no se puede hacer sin
cometer el mayor delito, como es el aceptar que Dios no existe o que éste no se
preocupa de lo humano.” De Iure Belli ac Pacis Libri
Tres (Prolegomena, nº 11), 1625
De todos modos, esta posición no
era radicalmente nueva, pues los jesuitas como Francisco Suárez (1548-1617) ya habían afirmado la autonomía
de la ley natural.
En la actualidad se asocia el
derecho natural a la doctrina moral de la Iglesia Católica. El motivo es que ésta suele apelar a la ley
natural cuando realiza pronunciamientos morales. Los críticos señalan que la
Iglesia Católica trata el derecho natural como un código de conducta fijo y ya
conocido, cuyo depositario, precisamente, sería la propia Iglesia Católica. La
respuesta a esta crítica suele ser que, de lo contrario, se caería en el
relativismo, a lo que los críticos responden señalando que no hay que confundir
el relativismo con la diversidad en la vida buena. Así, sin ser relativista,
sería posible que unos mismos valores, bienes o normas puedan combinarse de
distintas maneras para generar respuestas morales igualmente válidas pero
diferentes.
En cuanto al iusnaturalismo en
filosofía del derecho, fue defendido por el citado Tomás de Aquino y en manos
del iusnaturalismo racionalista dio origen a las teorías del contrato social o
contractualismo. El iusnaturalismo fue la doctrina más influyente hasta que
el positivismo jurídico lo desbancó mediante posiciones teóricas como
la teoría pura del Derecho de Hans Kelsen. A
comienzos del siglo XIX se difunde en Europa la Escuela Histórica del Derecho, que considera las tradiciones históricas y el
derecho consuetudinario como las fuentes de todo sistema jurídico, limando las
diferencias con el positivismo. Su principal autor es Friedrich Carl von Savigny. Tras la Segunda Guerra Mundial se reaviva la
influencia del iusnaturalismo, como consecuencia del cuestionamiento de la
obediencia de los ciudadanos a los regímenes políticos totalitarios que se
achacó, en parte, a las doctrinas iuspositivistas. Una expresión de ello es
la Declaración Universal de Derechos Humanos.
El
derecho internacional no es más que el derecho civil del género humano, y esta
verdad es confirmada cada vez que se dice que toda guerra entre pueblos
civilizados y cristianos, tiende a ser guerra civil.
El
derecho es uno y universal, como la gravitación; no hay más que un derecho,
como no hay más que una atracción.
De
sus varias aplicaciones recibe diversos nombres, y la apariencia de diversas
clases de derecho. Se llama de gentes cuando regla las relaciones de las
naciones, como se llama comercial cuando regla las relaciones de los
comerciantes, o penal cuando regla los castigos correctivos de los crímenes y
delitos.
Por
eso es que los objetos del derecho internacional son los mismos que los del
derecho civil: personas, es decir, Estados, considerados en su condición
soberana; cosas, es decir, territorios, mares, ríos, montañas, etc.,
considerados en sí mismos y en sus relaciones con los Estados que los
adquieren, poseen y transfieren, es decir, tratados, convenios, cesiones,
herencias, etc. Acciones XII, es decir, diplomacia y guerra, según que la
acción es civil o penal.
La
guerra, es el derecho penal y criminal de las naciones entre sí.
Considerados
bajo este aspecto, los principios que rigen sus prácticas son los mismos que
sustentan el derecho penal de cada Estado.
Bastará
colocar en este terreno el derecho de gentes y sobre todo el crimen de la
guerra, para colocar la criminalidad internacional o la guerra en el camino de
transformación filantrópica y cristiana que la civilización ha traído en la
legislación penal común de cada Estado.
Aplicad
al crimen de la guerra los principios del derecho común penal sobre la responsabilidad,
sobre la complicidad, la intención, etc., y su castigo se hará tan seguro y
eficaz como su repetición se hará menos frecuente.
Ante
criminales coronados, investidos del poder de fabricar justicia, no es fácil
convencerles de su crimen, ni mucho menos castigarlos. Aquí es donde surge la
peculiaridad del derecho penal internacional: que es la falta de una autoridad
universal que lo promulgue y sancione.
Encargados
de hacer que lo que es justo sea fuerte, ellos han hecho que lo que es fuerte
sea justo.
Pero
las condiciones de la fuerza se modifican y alteran cada día, bajo los
progresos que hace el género humano en su manera de ser.
La
fuerza se difunde y generaliza, con la difusión de la riqueza, de las luces, de
la educación, del bienestar. Propagar la luz y la riqueza, es divulgar la
fuerza, es desarmar a los soberanos del poder monopolista de hacer justicia con
lo que es fuerza.
Desarmados
de la fuerza los soberanos, no harán que lo que es fuerte sea justo; y cuando
se hagan culpables del crimen de la guerra, la justicia del mundo los juzgará
como al común de los criminales.
No
importa que no haya un tribunal internacional que les aplique un castigo por su
crimen, con tal que haya una opinión universal que pronuncie la sentencia de su
crimen.
La
sentencia en sí misma es el más alto y tremendo castigo. El asesino no es
abominado por el castigo que ha sufrido, sino por la calificación de asesino
que ha merecido y recibido.
No es Grocio, en cierto modo, el creador del derecho
de gentes moderno; lo es el comercio. Grocio mismo es la obra del comercio,
pues la Holanda, su país, ha contribuido, por su vocación comercial y marítima,
a formar la vida internacional de los pueblos modernos como ningún otro país
civilizado. El comercio, que es el gran pacificador del mundo después del
cristianismo, es la industria internacional y universal por excelencia, pues no
es otra cosa que el intercambio de los productos peculiares de los pueblos, que
permite a cada uno ganar en ello su vida y vivir vida más confortable, más
civilizada, más feliz.
Si queréis que el reino de la paz acelere su
venida, dad toda la plenitud de sus poderes y libertades al pacificador
universal.
Cada tarifa, cada prohibición aduanera, cada
requisito inquisitorial de la frontera, es una atadura puesta a los pies del
pacificador; es un cimiento puesto a la guerra.
Las tarifas y las aduanas, impuestos que
gravitan sobre la paz del mundo, son como otros tantos Pirineos que hacen de
cada nación una España, como otras tantas murallas de la
China que hacen de cada Estado un Celeste
Imperio, en aislamiento.
Todo lo que entorpece y paraliza la acción
humanitaria y pacificadora del comercio, aleja el reino de la paz y mantiene a
los pueblos en ese aislamiento del hombre primitivo que se llama estado de
naturaleza. ¿Qué importa que las naciones lleguen a su más alto grado de
civilización interior, si en su vida externa y general, que es la más
importante, siguen viviendo en la condición de los salvajes mansos o medio
civilizados?
A medida que el comercio unifica el mundo,
las aduanas nacionales van quedando de la condición que eran las aduanas
interiores o domésticas. Y como la unidad de cada nación culta se ha formado
por la supresión de las aduanas provinciales, así la unidad del pueblo mundo ha
de venir tras la supresión de esas barreras fiscales, que despedazan la
integridad del género humano en otros tantos campos rivales y enemigos.
Si la guerra no existe sino porque falta un
juez internacional, y si este juez falta sólo porque no existe unidad y
cohesión entre los Estados que forman la cristiandad, la perpetuidad de la
guerra será la consecuencia inevitable y lógica de todas las trabas que impiden
al comercio apoyado en el cristianismo que hermana a las Naciones, hacer del
mundo un solo país, por el vínculo de los intereses materiales más esenciales a
la vida civilizada.
No son los autores del derecho internacional
los que han de desenvolver el derecho internacional.
Para desenvolver el derecho internacional
como ciencia, para darle el imperio del mundo como ley, lo que importa es crear
la materia internacional, la cosa internacional, la vida internacional, es
decir, la unión de las Naciones en un vasto cuerpo social de tantas cabezas
como Estados, gobernado por un pensamiento, por una opinión, por un juez
universal y común.
El derecho vendrá por sí mismo como ley de
vida de ese cuerpo.
Lo demás, es querer establecer el equilibrio
en un líquido, antes que el líquido exista.
Vaciar el líquido en un tonel y equilibrarlo
o nivelarlo, es todo uno.
Si Grocio no hubiese sido holandés, es decir,
hijo del primer país comercial de su tiempo, no hubiera producido su libro del
derecho de la guerra y de la paz, pues aunque lo compuso en Francia, lo produjo
con gérmenes y elementos holandeses. Alberico GentileXIV, su predecesor, debió
también a su origen italiano y a su domicilio en Inglaterra, sus inspiraciones
sobre el derecho internacional, a causa del rol comercial de la Italia de su
tiempo y de la Inglaterra de todas las edades, isleña y marítima por su
geografía, como la Holanda. Por eso es que Inglaterra y Estados Unidos han
producido los primeros libros contemporáneos del derecho internacional, porque
esos pueblos, por su condición comercial, son como los correos y mensajeros de
todas las naciones.
Prueba de ello es que Grocio, con su bagaje
de máximas romanas y griegas, ha quedado atrás de los adelantos que el comercio
creciente ha hecho hacer al mundo moderno a favor del vapor, del telégrafo
eléctrico, de los descubrimientos geográficos, científicos e industriales, y
sobre todo de los sentimientos cristianos que tienden a hermanar y emparentar
más y más a las naciones entre sí.
Se habla mucho y con abatimiento de los
adelantos y conquistas del arte militar en el sentido de la destrucción; pero
se olvida, que la paz hace conquistas y descubrimientos más poderosos en el
sentido de asegurar y extender su imperio entre las naciones. Cada ferro-carril
internacional vale dos tratados de comercio, porque el ferro-carril es el
hecho, de que el tratado es la expresión. Cada empréstito extranjero, equivale
a un tratado de neutralidad.
No hay congreso europeo que equivalga a una
grande exposición universal, y la telegrafía eléctrica cambia la faz de la
diplomacia, reuniendo a los soberanos del mundo en congreso permanente sin
sacarlos de sus palacios, reunidos en un punto por la supresión del espacio.
Cada restricción comercial que sucumbe, cada tarifa que desaparece, cada
libertad que se levanta, cada frontera que se allana, son otras tantas
conquistas que hace el derecho de gentes en el sentido de la paz, más
eficazmente que por los mejores libros y doctrinas.
De todos los instrumentos de poder y mando de
que se arma la paz, ninguno más poderoso que la libertad. Siendo la libertad la
intervención del pueblo en la gestión de sus cosas, ella basta para que el
pueblo no decrete jamás su propio exterminio.
Cada
escritor de derecho de gentes es a su pesar la expresión del país a que pertenece;
y cada país tiene las ideas de su edad, de su condición, de su estado de
civilización.
El
derecho de gentes moderno, es decir, la creencia y la idea de que la guerra
carece de fundamento jurídico, ha surgido, naturalmente, de la cabeza de un hombre
perteneciente a un país clásico del derecho y del deber, términos correlativos
de un hecho de dos fases, pues el deber no es más que el derecho reconocido y
respetado, y viceversa. La libre
Holanda
inspiró el derecho de gentes moderno, como había creado el gobierno libre y
moderno. País comercial a la vez que libre, miró en el extranjero no un enemigo
sino un colaborador de su grandeza propia, y al revés de los romanos, no tuvo
para con las naciones extranjeras otro derecho aparte y diferente del que se
aplicaba a sí mismo en su gobierno interior.
Ver
en las otras naciones otras tantas ramas de la misma familia humana, era
encontrar de un golpe el derecho internacional verdadero. Esto es lo que hizo
Grocio inspirado en el cristianismo y la libertad.
La
Suiza, la Inglaterra, la Alemania, los Estados Unidos, han producido después
por la misma razón los autores y los libros más humanos del derecho de gentes
moderno; pero los países meridionales, que por su situación geográfica han
vivido bajo las tradiciones del derecho romano, han producido guerreros en
lugar de grandes libros de derecho internacional, y sus gobiernos militares han
tratado al extranjero más o menos con el mismo derecho que a sus propios
pueblos, es decir, con el derecho de la fuerza.
¿Cómo
se explica que ni la Francia, ni la Italia hayan producido un autor célebre de
derecho de gentes, habiendo producido tantos autores y tantos libros notables
de derecho civil o privado? XV.
Es
que el derecho de gentes, no es más que el derecho público exterior, y en el
mundo latino por excelencia, es decir, gobernado por las tradiciones imperiales
y los papas, ha sido siempre más lícito estudiar la familia, la propiedad, la
sociedad, que no el gobierno, la política y las cosas del Estado. Grocio, en su
tiempo, no podía tener otro origen que la
Holanda.
Si el gobierno francés de entonces protegió sus trabajos, fue porque coincidían
con sus intereses y miras exteriores del momento; pero la inspiración de sus
doctrinas tenía por cuna la libertad de su propio país originario. Luis XIV
protegía en Grocio, al desterrado por su enemiga Holanda; y por un engaño
feliz, en odio al gobierno libre protegía la libertad en persona.
Las
verdades de Grocio, como las de Adam Smith, se han quedado ahogadas por interés
egoísta y dominante de los gobiernos, que han seguido dilapidando la sangre y
la fortuna de las naciones que esos dos genios tutelares de la humanidad
enseñaron a economizar y guardar.
Grocio
y Smith han enseñado, mejor que Vauban y Federico, el arte de robustecer el
poder militar de las naciones: consiste simplemente en darles la paz a cuya
sombra crecerán la riqueza, la población, la civilización, que son la fuerza y
el vigor por excelencia.
Que
el poder resulta del número en lo militar como en todo, lo prueba el hecho
simple que un Estado de treinta millones de habitantes es más fuerte que otro
de quince millones, en igualdad de condiciones. Luego la guerra, erigida en
constitución política, es lo más propio que se puede imaginar para producir la
debilidad de un estado, por estos dos medios infalibles: evitando los
nacimientos y multiplicando las muertes. No dejar nacer y hacer morir a los
habitantes, es despoblar el país, o retardar su población, y como un país no es
fuerte por la tierra y las piedras de que se compone su suelo, sino por sus
hombres XVI, el medio natural de aumentar su poder, no es aumentar su suelo,
sino aumentar el número de sus habitantes y la capacidad moral, material e
intelectual de sus habitantes.
Pero
este es el arte militar de Adam Smith y de Grocio, no el de Vauban ni de Condé.
El
poder militar de una nación reside todo entero en sus finanzas, pues como lo
han dicho los mejores militares, el nervio de la guerra es el dinero, varilla
mágica que levanta los ejércitos y las escuadras en el espacio de tiempo en que
las hadas de la fábula construyen sus palacios. Pero las finanzas o la riqueza
del gobierno es planta parásita de la riqueza nacional; la nación se hace rica
y fuerte trabajando, no peleando, ahorrando su sangre y su oro por la paz que
fecunda, no por la guerra que desangra, que despuebla, empobrece y esteriliza,
hasta que trae, como su resultado, la conquista. La guerra, como el juego,
acaba siempre por la ruina.
En
cuanto al suelo mismo, el secreto de su ensanche es el vigor de la salud, y el
bienestar interior como en el hombre es la razón de su corpulencia.
Capítulo II.
Naturaleza jurídica de la guerra
El Derecho de guerra es la parte del D.I. que trata de las
relaciones entre los Estados que se encuentran en estado formal de guerra o llevando a cabo hostilidades reales
en una guerra no declarada; constituye un vasto
cuerpo de normas consuetudinarias y establecidas en los tratados. Si bien muchas de las normas sobre
la manera de hacer la guerra pertenecen al más antiguo corpus iuris
gentium, el Derecho de guerra, en su forma actual es,
principalmente, un resultado de los hechos y experiencias del siglo XIX. Entre
el siglo XIX y la primera mitad del XX ese Derecho ha seguido un proceso de codificación parcial por medio de
diversos instrumentos, en especial las Convenciones de Ginebra y de La Haya.
El desarrollo y la codificación parcial del Derecho
de guerra, durante la segunda mitad del siglo
XIX y el comienzo del XX, han traído como consecuencia la formación de ciertos
principios, que son ahora la base de las regulaciones de la guerra en el D.I.
1. Existe la proposición obvia de que la
conducta de los beligerantes está sujeta a las disposiciones del Derecho. En la guerra, la necesidad no elimina las obligaciones y prohibiciones resultantes del
Derecho de guerra. Ello se debe a que tal Derecho toma
en cuenta la necesidad militar y, en consecuencia, ésta no regula el grado en
que las disposiciones del Derecho deban o no aplicarse. El Derecho de guerra no es ius dispositivum, sino ius cogens. Es cierto que algunas de sus normas
no rigen incondicionalmente sino sólo en la medida en que lo permitan las
necesidades de la guerra. Sin embargo, esta limitación -que debilita
considerablemente el imperio del Derecho en tiempos de guerra- debe interpretarse restrictivamente,
y se aplica sólo a las disposiciones que contienen expresamente esa limitación
(cfr. p. ej., los arts. 23 g, y 43 y 54 del R.G.T.).
Los últimos cincuenta años han sido testigos de la inobservancia o del abandono
de este principio en la práctica de los beligerantes. El proceso fue iniciado durante la
Primera Guerra Mundial: comienzo de guerras económicas dirigidas contra pueblos
enteros, guerra submarina ilimitada, uso de gases y violación sistemática de ciertas
disposiciones de los Convenios de La Haya. A través de los conflictos
aislados y localizados en la década de los treinta, el proceso de menoscabar los principios fundamentales
del Derecho de guerra culminó en los abusos, ilegalidades y
atrocidades de la Segunda Guerra Mundial. Los juicios a los criminales de guerra, después de la última conflagración
mundial, constituyeron un esfuerzo importante por la reivindicación del D.I. de guerra. Al mismo tiempo, estos juicios dieron ocasión al descubrimiento de
una impresionante cantidad de pruebas del incumplimiento de ese Derecho
por parte de muchos beligerantes. Es cierto que también se comprobó un número
considerable de casos de cumplimiento de sus obligaciones por parte de los beligerantes. Lo
importante y peligroso, sin embargo, es que los casos de incumplimiento
socavaron las bases del Derecho de guerra, mientras que los de su observancia
no pudieron salvarlo al menos de su parcial destrucción. Así, la frecuente
inobservancia de numerosas leyes de guerra constituyó un severo golpe a la
naturaleza del Derecho de guerra como ius cogens.
2. El progreso tecnológico y la
invención de nuevas armas son más rápidos que el desarrollo del Derecho y su codificación. Sin embargo, en los llamados casos no regulados
los beligerantes no tienen absoluta libertad de acción. Los Convenios de La Haya de 1899 y 1907 sobre las leyes y costumbres de la guerra terrestre contienen en sus preámbulos
la llamada cláusula Martens (que podría regular el uso de las nuevas armas), redactada en los
siguientes términos: «En espera de que pueda ser dictado un código más completo
de las leyes de la guerra, las Altas Partes contratantes juzgan oportuno
comprobar que en los casos no comprendidos en las disposiciones reglamentarias
adoptadas, las poblaciones y los beligerantes quedan bajo la salvaguardia y el
imperio de los principios del Derecho de gentes, tal como resulta de los usos bélicos establecidos entre las
naciones civilizadas, de las leyes de la humanidad y de los dictados
de la conciencia pública».
El principio anterior es complementado
por el artículo 22 del R.G.T. y artículo 35.1 del Protocolo Adicional de 1977,
al declarar que los beligerantes no tienen un derecho ilimitado en cuanto a la
elección de medios para dañar al enemigo.
Una parte importante del Derecho de guerra terrestre y marítimo había sido
codificada antes del progreso tecnológico y de la introducción de los nuevos
métodos de lucha, durante la Primera Guerra Mundial y después de ella. La guerra se mecanizó y entró en la era de la
automatización. Mientras que las leyes sobre la guerra bacteriológica y química funcionaron
con éxito durante la Segunda Guerra Mundial, las restricciones en los
métodos de uso de los submarinos no fueron observadas. En la guerra aérea, los beligerantes actuaron como
si cualquier modo de ataque al enemigo, incluyendo su población civil, estuviera permitido. Al final
de la guerra, se lanzaron bombas atómicas sobre
las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki por la fuerza aérea de Estados Unidos, y los alemanes hicieron uso de bombas V-2 desde el continente
hacia Inglaterra. Estos adelantos fueron un preludio de los progresos,
posteriores a 1945, en la fabricación de armas de destrucción masiva: bombas
atómicas, de hidrógeno y de neutrones y proyectiles y cohetes con cabeza
nuclear. Los Estados estaban ansiosos de tener nuevas
armas en sus arsenales y de emplearlas, pero no estaban muy dispuestos a
someterlas al principio moderador de que los medios de dañar al enemigo no son ilimitados en el Derecho.
3. Íntimamente ligado al principio
precedente, está el principio de humanidad. Sus consecuencias son muchas. Se
prohíbe a los beligerantes: «Emplear armas, proyectiles o materias destinadas a
causar males superfluos» (art. 23 e/R.G.T. y art. 35.2 del Protocolo Adicional
I).
En la conducción de las hostilidades, cada parte debe someter sus actividades a la regla de que el uso de métodos para dañar al enemigo no deben ser desproporcionados a los objetivos militares logrados a través de su empleo. A las víctimas -heridos, enfermos y náufragos miembros de las Fuerzas Armadas, y personas civiles- debe dárseles la mayor protección posible.
El adelanto tecnológico hizo posible la guerra total, y la guerra total eliminó en grado considerable el principio humanitario como factor restrictivo en el comportamiento de los beligerantes. Nuevas armas que causan sufrimiento innecesario -por ejemplo, los bombardeos con napalm- están todavía en uso. Las armas nucleares, por la extensión de su capacidad destructora y su efecto sobre la vida y la salud humanas, parecen estar en abierta contradicción con los dictados de la humanidad misma. Pero algunos consideran discutible el problema.
En la conducción de las hostilidades, cada parte debe someter sus actividades a la regla de que el uso de métodos para dañar al enemigo no deben ser desproporcionados a los objetivos militares logrados a través de su empleo. A las víctimas -heridos, enfermos y náufragos miembros de las Fuerzas Armadas, y personas civiles- debe dárseles la mayor protección posible.
El adelanto tecnológico hizo posible la guerra total, y la guerra total eliminó en grado considerable el principio humanitario como factor restrictivo en el comportamiento de los beligerantes. Nuevas armas que causan sufrimiento innecesario -por ejemplo, los bombardeos con napalm- están todavía en uso. Las armas nucleares, por la extensión de su capacidad destructora y su efecto sobre la vida y la salud humanas, parecen estar en abierta contradicción con los dictados de la humanidad misma. Pero algunos consideran discutible el problema.
4. El Derecho de guerra, tal como surgió de las ideas de la
Revolución francesa y del movimiento de codificación a comienzos del presente
siglo, se basa en una clara distinción entre las Fuerzas Armadas y la población civil, y entre posiciones defendidas y
no defendidas, mientras que el desarrollo de las técnicas de guerra aérea llevó a la introducción de la
distinción entre objetivos militares y no militares. Las acciones militares
sólo pueden dirigirse directamente contra combatientes y objetivos militares.
La guerra total y las armas de destrucción en
masa contradicen el principio de tratamiento diferente a los participantes y a
los no participantes en las hostilidades. La guerra económica, los bloqueos para producir el hambre, los
bombardeos exterminadores, incluso la destrucción intencional de objetos
civiles, el torpedeo indiscriminado de barcos o el uso de cohetes de largo alcance y de
bombas atómicas contra territorioenemigo, sin hacer distinción de objetivos,
son todas ellas medidas de guerra que han acabado con la inmunidad de
los civiles y han destruido la distinción básica del Derecho de guerra, especialmente la diferencia entre
las Fuerzas Armadas y la población civil y entre los objetivos militares
y no militares. El Derecho basado en estas distinciones permanece en vigencia
(V. art. 48 del Protocolo I), pero no se cumple cuando llega a ser puesto a prueba en la práctica de los Estados.
5. Uno de los principios más
constantes del D.I., el principio de la efectividad, exige que el jus in bello
obligue no sólo al beligerante legal, sino también al que inicie las
hostilidades en contra de lo dispuesto por las reglas que regulan el ius ad
bellum, esto es, al beligerante ilegal. Este principio ha sido adoptado
expresamente en los Convenios de Ginebra de 1949, con respecto a las leyes humanitarias de guerra (art. 1: «LasPartes se comprometen a respetar y hacer
respetar el presente Convenio en todas las circunstancias»; art. 2:
«El presente Convenio se aplicará en caso de guerra declarada o de cualquier otro
conflicto armado») y en su Protocolo Adicional I (art. 1.1).
La conclusión, por lo tanto, es que en la era actual de adelantos tecnológicos y de guerra total, muchas dificultades, a menudo insuperables, se interponen en el camino de la total aplicación del Derecho de guerra. Sin embargo, en tiempo de conflictos armados, ese Derecho a pesar de lo imperfecto y poco adaptado que está a las condiciones actuales ejerce una influencia restrictiva benéfica en las emociones de los hombres en armas y en los objetivos de los gobiernos. Antes de que la paz se haya restablecido, el Derecho es a menudo el único elemento de orden en las relaciones de las partes en guerra.
La conclusión, por lo tanto, es que en la era actual de adelantos tecnológicos y de guerra total, muchas dificultades, a menudo insuperables, se interponen en el camino de la total aplicación del Derecho de guerra. Sin embargo, en tiempo de conflictos armados, ese Derecho a pesar de lo imperfecto y poco adaptado que está a las condiciones actuales ejerce una influencia restrictiva benéfica en las emociones de los hombres en armas y en los objetivos de los gobiernos. Antes de que la paz se haya restablecido, el Derecho es a menudo el único elemento de orden en las relaciones de las partes en guerra.
La Justicia y el Crimen están armados de una
espada. Naturalmente, la espada es para herir y matar. Ambos matan.
¿Por qué la muerte que da la una es un acto
de justicia, y la que da el otro es un crimen ?
Porque la una es un acto de defensa y la otra
es un acto de agresión: la una es la defensa del derecho; la otra es un ataque
contra el derecho que protege a todos.
Así, la muerte violenta de un hombre, es un
bien o es un mal, es un acto de justicia o es un crimen, según el motivo y la
mira que preside a su ejecución.
Lo que sucede entre la sociedad y un solo
hombre, sucede entre una sociedad y otra sociedad, entre nación y nación.
Toda guerra, como toda violencia sangrienta,
es un crimen o es un acto de justicia, según la causa moral que la origina.
Se dice legal la muerte que hace el juez,
porque mata en nombre de la ley que protege a la sociedad. Pero no todo lo que
es legal es justo, y el juez mismo es un asesino cuando mata sin justicia. No
basta ser juez para ser justo, ni hasta ser soberano, es decir, tener el
derecho de castigar, para que el castigo deje de ser un crimen, si es injusto.
Siendo la guerra un crimen que no puede ser
cometido sino por un soberano, es decir, por el único que puede hacerla
legalmente, se presume que toda guerra es legal, a causa de que toda guerra es
hecha por el que hace la ley.
Pero como el que hace la ley no hace la
justicia o el derecho, el soberano puede ser responsable de un crimen, cuando
hace una ley que es la violación del derecho, lo mismo que el último culpable.
Y es indudable que el derecho puede ser
hollado por medio de una ley, como puede serlo por el puñal de un asesino.
Luego el legislador, no por ser legislador
está exento de ser un criminal, y la ley no por ser ley está exenta de ser un crimen,
si con el nombre de ley ella es un acto atentatorio contra el derecho.
Así la guerra puede ser legal, en cuanto es
hecha por el legislador, sin dejar de ser criminal en cuanto es hecha contra el
derecho.
De ahí viene que toda guerra es legal por ambas
partes, si por ambas partes es hecha por los soberanos; pero como la justicia
es una, ella ocupa en toda guerra el polo opuesto del crimen, es decir, que en
toda guerra hay un criminal y un juez.
La guerra puede ser el único medio de hacerse
justicia a falta de un juez; pero es un medio primitivo, salvaje y
anti-civilizado, cuya desaparición es el primer paso de la civilización en la
organización interior de cada Estado. Mientras él viva entre nación y nación,
se puede decir que los Estados civilizados siguen siendo salvajes en su
administración de justicia internacional.
La guerra puede ser considerada a la vez como
un crimen, si es hecha en violación del derecho; como un castigo penal de ese
crimen, si es hecha en defensa del derecho, como un procedimiento desesperado
en que cada litigante es juez y parte, y en que la fuerza triunfante recibe el
nombre de justicia.
El crimen de la guerra puede estar en su
objeto cuando tiene por mira la conquista, la destrucción estéril, la mera
venganza, la destrucción de la libertad o independencia de un
Estado y la esclavitud de sus habitantes; en
sus medios, cuando es hecho por la traición, el dolo, el incendio, el veneno,
la corrupción, el soborno, es decir, por las armas del crimen ordinario, en vez
de hacerse por la fuerza limpia, abierta, franca y leal; o en sus resultados y
efectos, cuando la guerra, siendo justa en su origen, degenera en conquista,
opresión y exterminio.
Si el derecho es uno, ¿puede la guerra, que
es un crimen entre los particulares, ser un derecho entre las Naciones?
La ley civil de todo país culto condena el
acto de hacerse justicia a sí mismo. ¿Por qué?
Porque el interés propio entiende siempre por
justicia, lo que es iniquidad para el interés ajeno.
Lo que es regla en el hombre individual, lo
es en el hombre colectivo.
Decir que a falta de juez es lícito hacerse
justicia a sí mismo, es como decir que a falta de juez cada uno tiene derecho
de ser injusto.
Todo el derecho de la guerra gira sobre esta
regla insensata. Lo que se llama derecho de la guerra de nación a nación, es lo
mismo que se llama crimen de la guerra de hombre a hombre.
No habrá paz ni justicia internacional, sino
cuando se aplique a las naciones el derecho de los hombres.
Toda nación, como todo hombre, comete
violencia cuando persigue por vía de hecho aún lo mismo que le pertenece.
Toda violencia envuelve presunción de
injusticia y crimen.
La violencia no tiene o no debe tener jamás
razón; y toda guerra en cuanto violencia, debe ser presumida injusta y
criminal, por la regla de que nadie puede ser juez y parte, sin ser injusto.
La unidad del derecho es el santo remedio de
la reforma del derecho internacional sobre sus cimientos naturales.
En el derecho internacional, no toda
violencia es la guerra, como en el derecho privado no toda ejecución es una
pena corporal.
Hay ejecuciones civiles, como hay ejecuciones
penales.
Toda ejecución, es verdad, implica violencia.
El juez civil que ejecuta al deudor civil, usa de la violencia, como el juez
del crimen se sirve de ella cuando hace ahorcar al criminal.
Pero hay violencias que sólo se ejercen en
las propiedades, y otras que sólo se ejercen en las personas.
Las primeras constituyen, en derecho
internacional, las represalias, los bloqueos, los rehenes, etc.; las segundas
constituyen la guerra, es decir, la sangre.
La ejecución corporal por deudas, barbarie de
otras edades, acaba de abolirse por la civilización en materia de derecho civil
privado; ¿quedaría vigente la ejecución corporal por deudas, es decir, la
guerra por deudas, en materia de derecho internacional? Si la una es la
barbarie, ¿la otra sería la civilización?
Las guerras por deudas son la pura barbarie
IV.
Las guerras, por intereses materiales de orden
territorial, marítimo o comercial, de que no depende o en que no está
interesada la vida del Estado, son la barbarie pura. Ellas son la aplicación de
penas sangrientas a la solución de pleitos internacionales realmente civiles o
comerciales.
Las guerras por pretendidas ofensas hechas al
honor nacional, son guerras de barbarie, porque de tales ofensas no puede nacer
jamás la muerte del Estado.
El hombre no tiene derecho de matar al
hombre, sino en defensa de su propia vida; y el derecho que no tiene el hombre,
no lo tiene el Estado (que no es sino el hombre considerado en cierta
posición).
La guerra no es legítima sino como pena
judicial de un crimen. Pero ¿puede un Estado hacerse culpable de un crimen?
No hay crimen donde no hay intención
criminal. ¿Se concibe que veinte o treinta millones de seres humanos se
concierten para perpetrar un crimen, a sabiendas y premeditadamente, contra
otros veinte o treinta millones de seres humanos?
La idea de un crimen nacional es absurda,
imposible; aún en el caso imposible en que la nación se gobierne a sí misma
como un solo hombre.
La guerra es una manera de solución, que se
acerca más bien del azar, del juego y de la casualidad. Por eso se habla de la
suerte de las armas, como de la suerte de los dados.
Así considerada, es más inteligible como mera
solución brutal o bestial.
La guerra, según esto, da la razón al que
tiene la suerte de vencer. Es la fortuna ciega de las armas elevada al rango
del derecho.
Viene a ser la guerra, en tal caso, una
manera de juego, en que, la suerte de las batallas decide de lo justo y de lo
injusto.
A ese doble título de juego y de bestialidad,
la guerra es un oprobio de la especie humana y una negación completa de la
civilización.
La fuerza ciega y la fortuna sin ojos, no
pueden resolver lo que la vista clara de la inteligencia no acierta a resolver.
Es verdad que esta vista clara pertenece sólo
a la justicia, pues el interés y la pasión ciegan los ojos del que se erige en
juez de su enemigo.
Para ser juez imparcial, es preciso no ser
parte en la disputa: es decir, es preciso ser neutral.
Neutralidad e imparcialidad, son casi
sinónimos: y en la lengua ordinaria, parcialidad es sinónimo de injusticia.
Luego el juez único de los estados que
combaten sobre un punto litigioso, es el mundo neutral. Y como no hay guerra
que no redunde en perjuicio del mundo neutral, su competencia para juzgarla
descansa sobre un doble título de imparcialidad y conveniencia: no conveniencia
en que triunfe una parte más que otra, sino en que no pidan a la guerra la
solución imposible de sus conflictos.
Pero si es verdad que la guerra empieza desde
que falta el juez (lo cual quiere decir que la iniquidad se vuelve justicia en
la ausencia del juez), la guerra será la justicia ordinaria de las naciones
mientras ellas vivan sin un juez común y universal. ¿Dejará de existir ese juez
mientras las naciones vivan independientes de toda autoridad común constituida
expresamente por ellas? Yo creo que la falta de esa autoridad así constituida
no impide la posibilidad de una opinión, es decir, de un juicio, de un fallo,
emitido por la mayoría de las naciones, sobre el debate que divide a dos o más
de ellas.
Desde que esa opinión existe, o es posible,
la ley internacional y la justicia pronunciada según ella, son posibles, porque
entre las naciones, como entre los individuos, en la sociedad mundo como en la
sociedad nación, la ley no es otra cosa que la expresión de la opinión general,
y la mejor sentencia judicial es la que concuerda completamente con la
conciencia pública.
La opinión del mundo ha dejado de ser un
nombre y se ha vuelto un hecho posible y práctico desde que la prensa, la
tribuna, la electricidad y el vapor, se han encargado de recoger los votos del
mundo entero sobre todos los debates que lo afectan (como son todos aquellos en
que corre sangre humana), facilitando su escrutinio imparcial y libre, y
dándolo a conocer por las mil trompetas de la prensa libreVI.
Juzgar los crímenes es más que castigarlos,
porque no es el castigo el que arruina al criminal, es la sentencia: el azote
que nos da el cochero por inadvertencia, es un accidente de nada: el que nos da
el juez, aunque sea más suave, nos arruina para toda la vida.
El condenado por contumacia v. g., no escapa
por eso a su destrucción moral.
El derecho es uno para todo el género humano,
en virtud de la unidad misma del género humano.
La unidad del derecho, como ley jurídica del
hombre: esta es la grande y simple base en que debe ser construido todo el
edificio del derecho humano.
Dejemos de ver tantos derechos como actitudes
y contactos tiene el hombre sobre la tierra; un derecho para el hombre como
miembro de la familia; otro derecho para el hombre como comerciante; otro para
el hombre como agricultor; otro para el hombre político; otro para dentro de
casa, otro para los de fuera.
Toda la confusión y la oscuridad, en la
percepció n de un derecho simple y claro como regla moral del hombre, viene de
ese Olimpo o multitud de Dioses que no viven sino en la fantasía del legislador
humano.
Un solo Dios, un solo hombre como especie, un
solo derecho como ley de la especie humana.
Esto interesa sobre todo a la faz del derecho
denominado internacional, en cuanto regla las relaciones jurídicas del hombre
de una nación con el hombre de otra nación; o lo que es lo mismo, de una nación
o colección de hombres, con otra colección o nación diferente.
Entre un hombre y un Estado, no hay más que
esta diferencia en cuanto al derecho: que el uno es el hombre aislado, el otro
el hombre colectivo.
Pero el derecho de una colección de hombres
no es más ni menos que el de un hombre solo.
Esta es la faz última y suprema del derecho
que no se ha revelado al hombre sino mediante siglos de un progreso o
maduramiento que le ha permitido adquirir la conciencia de su unidad e
identidad universal como especie inteligente y libre.
Lo que se llama derecho de gentes, es el
derecho humano visto por su aspecto más general, más elevado, más interesante.
Lo que parece excepción tiende a ser la regla
general y definitiva, como las gentes, que para el pueblo romano eran los
extranjeros, es decir, la excepción, lo accesorio, lo de menos, tienden hoy a
ser el todo, lo principal, el mundo.
Si es extranjero para una nación todo hombre
que no es de esa nación, el extranjero viene a ser el género humano en su
totalidad, menos el puñado de hombres que tiene la modestia de creerse la parte
principal del género humano.
Sólo en la Roma, señora del mundo de su
tiempo, ha podido no ser ridícula esa ilusión; pero ahora que hay tantas Romas
como naciones, y que toda nación es Roma cuando menos en derecho y cultura, el
extranjero significa el todo, el ciudadano es la excepción.
El derecho humano es la regla común y
general, el derecho nacional o civil, es la vanidad excepcional de esa regla.
El derecho internacional de la guerra, como
el de la paz, no es, según esto, el derecho de los beligerantes; sino el
derecho común y general del mundo no beligerante, con respecto a ese desorden
que se llama la guerra y a esos culpables, que se llaman beligerantes: como el
derecho penal ordinario no es el derecho de los delincuentes, sino el derecho
de la sociedad contra los delincuentes que la ofenden en la persona de uno de
sus miembros.
Si la soberanía del género humano no tiene un
brazo y un poder constituido para ejercer y aplicar su derecho a los Estados
culpables que la ofenden en la persona de uno de sus miembros, no por eso deja
ella de ser una voluntad viva y palpitante, como la soberanía del pueblo ha
existido como un derecho humano antes de que ningún pueblo la hubiese
proclamado, constituido y ejercido por leyes expresas.
En la esfera del pueblo-mundo, como ha
sucedido en la de cada estado individual, la autoridad empezará a existir como
opinión, como juicio, como fallo, antes de existir como coacción y poder
material.
Ya empieza a existir hoy mismo en esta forma
la autoridad del género humano respecto de cada nación, y las naciones empiezan
a reconocerla, desde que apelan a ella cada vez que necesitan merecer un buen
concepto, una buena opinión, es decir, la absolución de alguna falta contra el
derecho, en sus duelos singulares, en que consisten sus guerras.
El poder de excomunión, el poder de
reprobación, el poder de execración, que no es el más pequeño, ha de preceder,
en la constitución del pueblo- mundo, al de aplicar castigos corporales. Y
aunque jamás llegue a constituirse este último, la eficacia del juicio
universal, que ha de ser cada día más grande, ha de bastar para disminuir por
el desprecio y la abominación la repetición del crimen de hacerse justicia a sí
mismo a cañonazos, que acabará por hacerse incompatible con la dignidad y
responsabilidad de conducta en que reside el verdadero poder de todo pueblo,
como de todo hombre.
Si el hombre ve el mundo a través de su
patria; si ve su patria como el centro y cabeza del mundo, eso depende de su
naturaleza finita y limitada.
También considera a todos los demás hombres
de su país al través de su persona individual; y en cierto modo, Dios lo ha
hecho centro del mundo que se despliega a su alrededor para mejor conservar su
existencia.
El hombre cree que la Tierra es el más grande
de los planetas del universo, porque es el que está mas cerca de él, y su
cercanía le ofusca y alucina sobre sus dimensiones y papel en el universo. Los
astros del firmamento, que son todo, parecen a sus ojos chispas
insignificantes. Ha necesitado de los ojos de Newton, para ver que la tierra es
un punto.
Por una causa semejante, con el derecho
universal sucederá un poco lo que en la gravitación universal.
El derecho de gentes no es más que el derecho
civil del género humano.
Se llama internacional, como podría llamarse
interpersonal, según que el derecho, universal y único, como la gravitación,
regla las relaciones de nación a nación o de persona a persona.
En derecho de gentes, como en derecho civil,
se llama persona jurídica el hombre considerado en su estado VII . Pues bien,
el hombre considerado colectivamente, formando un grupo con cierto número de
hombres, constituye una persona que se llama nación.
Así, la nación, como persona pública, no es
más que el hombre considerado en cierto estado VIII.
De aquí se sigue que el derecho que sirve de
ley natural para reglar las relaciones de hombre a hombre en el seno de la
nación, es idéntico y el mismo que regla las relaciones de nación a nación.
Sin embargo de esto, los que ninguna duda
abrigan de que el derecho existe como ley viva y natural de existencia entre
hombre y hombre, dentro de un mismo Estado, consideran como una quimera la
existencia de ese derecho como ley viva y natural de las relaciones de nación a
nación, es decir, de grupo a grupo de hombres semejantes y hermanos por linaje
y religión.
La preponderancia absoluta y limitada, en un
momento dado de la historia del pueblo que ha escrito el derecho conocido, es
decir, el pueblo romano, ha contribuido a mantener esapreocupación por el
prestigio monumental de su derecho escrito.
Pero la aparición y creación en la faz de la
tierra de una multitud de naciones iguales en fuerza, civilización y poder, ha
bastado para destruir por sí misma la estrecha idea que el pueblo romano
concibió del derecho natural como regla civil de las relaciones de nación a
nación.
Sin embargo, aunque es admitida y reconocida
la existencia de ese derecho, él no tiene la sanción coercitiva, que convierte
en ley práctica y obligatoria dentro de cada Estado, el derecho natural del
individuo y del ciudadano.
¿Qué le falta al derecho, en su papel de
regla internacional, para tener la sanción y fuerza obligatoria que tiene el
derecho en su forma y manifestación de ley nacional o internacional? Que exista
un gobierno que lo escriba como ley, lo aplique como juez, y lo ejecute como
soberano; y que ese gobierno sea universal, como el derecho mismo.
Para que exista un gobierno internacional o
común de todos los pueblos que forman la humanidad, ¿qué se necesita? Que la
masa de las naciones que pueblan la tierra forme una misma y sola sociedad, y
se constituya bajo una especie de federación como los
Estados Unidos de la humanidad.
Esa sociedad está en formación, y toda la
labor en que consiste el desarrollo histórico de los progresos humanos, no es
otra cosa que la historia de ese trabajo gradual, de que está encargada la
naturaleza perfectible del hombre. Los gobiernos, los sabios, los
acontecimientos de la historia, son instrumentos providenciales de la
construcción secular de ese grande edificio del pueblo- mundo, que acabará por
constituirse sobre las mismas bases, según las mismas leyes fundamentales de la
naturaleza moral del hombre, en que reposa la constitución de cada Estado
separadamente.
El derecho de gentes visto como derecho
interno y privado de la humanidad, se presta como el derecho interno de cada
nación, a la gran división en derecho penal y derecho civil, según que tiene
por objeto reglar las consecuencias jurídicas de un acto culpable, o de un acto
lícito del hombre.
En lo internacional, el primero se llama
derecho de la guerra, el otro es el derecho de la paz IX.
Así, el derecho internacional de la guerra,
no es más que el derecho penal y criminal de la humanidad. Pero por la
constitución que hoy tiene, más bien que un derecho a la pena, es un derecho al
crimen, pues de diez casos, nueve veces la guerra es un crimen judiciario, en
lugar de ser una pena judiciaria.
A menudo la guerra es un crimen judiciario,
que, como el duelo y la riña privada, tiene siempre dos culpables: el
beligerante que ataca y el beligerante que se defiende.
Nada más fácil que demostrar esta verdad, con
los principios más admitidos del derecho penal.
El juez, que a sabiendas juzga, condena y
castiga a su enemigo personal, deja de ser juez, y no es más que un
delincuente. El juez que a sabiendas, sirve por su fallo, su propio interés
personal, su propio odio, su propia y personal venganza, en el fallo que
fulmina contra su ene migo privado, no es un juez, es un criminal. Su decisión
no es una sentencia, es un crimen; su castigo no es una pena, es un atentado;
la muerte que ordena, no es una pena de muerte, es un asesinato judicial; él es
un asesino, no un ministro de la vindicta pública. Su justicia, en una palabra,
no es más que iniquidad y el verdadero enemigo de la sociedad es el encargado
de defenderla.
Si el derecho penal de un pueblo, no tiene ni
puede tener otros fundamentos jurídicos que el derecho penal del hombre; si la
justicia es la medida del derecho, y no hay dos justicias en la tierra, ¿cómo
puede ser derecho en una nación lo que es crimen en un hombre?
Pues bien: esta hipótesis monstruosa es el
tipo de la organización que hoy tiene el llamado derecho penal de las naciones,
o por otro nombre el derecho internacional de la guerra.
Lo que son condiciones del crimen jurídico en
el derecho interno de cada país, son elementos esenciales en el derecho externo
o internacional de los Estados.
Es decir, que en el juicio o procedimiento
penal de las naciones, son requisitos esenciales del singular derecho que el
justiciable sea enemigo personal del juez, que el juez se defienda y juzgue su
propio pleito personal, y que el objeto de la cuestión sea un interés
particular y personal del juez y del reo.
En virtud de esta anomalía el hombre actual
se presenta bajo dos faces: en lo interior de su patria es un ente civilizado y
culto; fuera de sus fronteras, es un salvaje del desierto.
La justicia para él expira en la frontera de
su país.
Lo que es justo al Norte de los Pirineos es
injusto al Mediodía de esas montañas, según el dicho de Pascal.
Lo que es legítimo entre un francés y un
español, es crimen entre un francés y un francés.
Lo que hoy se llama civilización no es más
que una semi- civilización o semi-barbarie; y el pueblo más culto es un pueblo
semi- salvaje en su manera de ser errante, insumiso, sin ley ni gobierno.
Es el punto vulnerable y frágil de la
civilización actual. Sus representantes más adelantados no son más que pueblos
semi-civilizados, en su manera internacional de existir que tiene por condición
la guerra como su justicia ordinaria.
El mal de la guerra no consiste en el empleo
de la violencia, sino en que sea la parte interesada la que se encargue del uso
de la violencia.
Ya se sabe que no hay justicia que tenga que
usar de la violencia para hacerse respetar y cumplir; pero la violencia que
hace un juez, deja de ser un mal porque el juez no tiene o no debe tener
interés directo y personal en ejercerla sin necesidad, ni exagerarla, ni
torcerla en su aplicación jurídica.
Si todos los actos de que consta la guerra,
por duros que se supongan, fuesen ejercidos contra el Estado culpable del
crimen de la guerra o de otro crimen, por un tribunal internacional compuesto
de jueces desinteresados en el proceso, la guerra dejaría de ser un mal, y sus
durezas, al contrario, serían un medio de salud, como lo son para el Estado las
penas aplicadas a los crímenes comunes.
Bien podréis mejorar, suavizar, civilizar la
guerra cuanto queráis; mientras le dejéis su carácter actual, que consiste en
la violencia puesta en manos de la parte ofendida, para que se haga juez
criminal de su adversario, la guerra será la iniquidad y casi siempre el crimen
contra el crimen.
No hay más que un medio de transformar la
guerra en el sentido de su legalidad: es arrancar el ejercicio de sus
violencias de entre las manos de sus beligerantes y entregarlo a la humanidad
convertida en Corte soberana de justicia internacional y representada para ello
por los Estados más civilizados de la tierra.
Consiste en sustituir la violencia
necesariamente injusta y culpable de la parte interesada, por la violencia
presumida justa en razón del desinterés del juez; es colocar en lugar de la
justicia injusta que se hace por sí mismo, la justicia justa, que sólo puede
ser hecha por un tercero; la justicia temible del odio y del interés armado,
por la justicia del juez que juzga sin odio y sin interés.
El que mata a un hombre armado y en estado de
defenderse, no asesina. El asesinato implica la alevosía, la seguridad o
irresponsabilidad del matador. Mata o muere en pelea.
Pero la pelea, es decir, el homicidio mutuo,
¿no es por lo mismo un crimen y un crimen doble por decirlo así?
Abolido el duelo judicial entre los
individuos, y calificado como un crimen, porque lo es en efecto, ¿puede ser
conservado como derecho entre los Estados?
La guerra, en todo caso, como duelo judicial
de dos Estados, es tan digna de abolición, como lo ha sido entre los individuos
por las leyes esenciales del hombre en su manera de razonar y juzgar.
Si la guerra moderna es hecha contra el
gobierno del país y no contra el pueblo de ese país, ¿por qué no admitir
también que la guerra es hecha por el gobierno y no por el pueblo del país en
cuyo nombre se lleva la guerra a otro país?
La verdad es que la guerra moderna tiene
lugar entre un Estado y un Estado, no entre los individuos de ambos Estados X.
Pero, como los Estados no obran en la guerra ni en la paz sino por el órgano de
sus gobiernos, se puede decir que la guerra tiene lugar entre gobierno y
gobierno, entre poder y poder, entre soberano y soberano: es la lucha armada de
dos gobiernos obrando cada uno en nombre de su Estado respectivo.
Pero, si los gobiernos hallan cómodo hacerse
representar en la pelea por los ejércitos, justo es que admitan el derecho de
los Estados de hacerse representar en los hechos de la guerra por sus gobiernos
respectivos.
Colocar la guerra en este terreno, es reducir
el círculo y alcance de sus efectos desastrosos.
Los pueblos democráticos, es decir, soberanos
y dueños de sí mismos, deberían hacer lo que hacían los reyes soberanos del
pasado: los reyes hacían pelear a sus pueblos, quedando en la paz de sus
palacios. Los pueblos -reyes o soberanos, -deberían hacer pelear a sus
gobiernos delegados, sin salir ellos de su actitud de amigos.
Es lo que hacían los galos primitivos, cuyo
ejemplo de libertad, citado por Grocio, vale la pena de señalarse a la
civilización de este siglo democrático.
"Si por azar sobreviene alguna
diferencia entre sus reyes, todos ellos (los antiguos francos) se ponen en
campaña, es verdad, en actitud de combatir y resolver la querella por las
armas. Pero desde que los ejércitos se encuentran en presencia uno del otro,
vuelven a la concordia, deponiendo sus armas; y persuaden a sus reyes de
resolver la diferencia por las vías de la justicia; o, si no lo quieren, de
combatir ellos mismos entre sí en combate singular y de terminar el negocio a
sus propios riesgos y peligros, no juzgando que sea equitativo y bien hecho, o
que convenga a las instituciones de la patria, el conmover o trastornar la
prosperidad pública a causa de sus resentimientos particulares"
El derecho de defensa es muy legítimo sin
duda; pero tiene el inconveniente de confundirse con el derecho de ofensa,
siendo imposible que el interés propio no crea de buena fe que se defiende
cuando en realidad ofende.
Distinguir la ofensa de la defensa, es, en
resumen, todo el papel de la justicia humana.
Para ser capaz de percibir esa diferencia, se
necesita no ser ni ofensor ni defensor; es preciso ser neutral, y sólo el
neutral puede ser juez capaz de discernir sin cegarse, quién es el ofensor y
quién el defensor.
Si dejáis a la parte el derecho de calificar
su actitud como actitud defensiva, no tendréis sino defensores en los
conflictos internacionales. Jamás tendréis un ofensor, porque nadie se confiesa
tal. Si dais al uno el derecho de calificarse a sí mismo como defensor, ¿por
qué no daréis ese mismo derecho al otro? Todos tendrán justicia, si todos son
jueces de su causa.
Esto es lo que sucede actualmente.
Así, porque todas las guerras son legales, es
decir, hechas por el legislador, se ha concluido que todas las guerras son
justas, lo que es muy diferente. Porque todos los indignados tengan derecho de
litigar, no es decir que todos tengan justicia en sus litigios.
La guerra, en cierto modo, es un sistema o
expediente de procedimiento o enjuiciamiento, en el que cada parte litigante
tiene necesidad de ser su juez propio y juez de su adversario, a falta de un
juez ajeno de interés en el debate.
Todos los principios y leyes de la
civilización sobre la guerra, tienen por objeto mantener al beligerante dentro
de los límites del juez, es decir, en el empleo de la violencia, ni más ni
menos que como la emplea el juez desinteresado en el conflicto.
El problema de la civilización es difícil, en
cuanto se opone a la naturaleza y manera de ser natural del hombre; pero es de
menor dificultad para el Estado, por ser una persona moral XI, quedar ajeno de
la pasión en la gestión de su violencia inevitable y legítima, que lo es a un
hombre individual, que se defiende a sí mismo y se juzga a sí mismo, cuando el
odio y el interés lo divide de su semejante.
No es el uso de la violencia lo que
constituye el mal de la guerra; el mal reside en que la violencia es usada con
injusticia porque es administrada por el interés A empeñado en destruir el
interés B.
Sacad la violencia de entre las manos de la
parte interesada en usarla en su favor exclusivo y colocadla en manos de la
sociedad de las naciones, y la guerra asume entonces su carácter de mero
derecho penal. Por mejor decir, la guerra deja de ser guerra, y se convierte en
la acción coercitiva de la sociedad de las naciones, ejercida por los poderes
delegatarios de ella para ese fin de orden universal contra el Estado que se
hace culpable de la violación de ese orden.
Capítulo III. Responsabilidades
La
guerra ha sido hecha casi siempre por procuración. Sus verdaderos y únicos
autores, que han sido los jefes de las Naciones, se han hecho representar en la
tarea poco agradable de pelear y morir4; cuando han asistido a las batallas lo
han hecho con todas las precauciones posibles para no exponerse a morir. Más
bien han asistido para hacer pelear, que para pelear. Todos saben cuál es el
lugar del generalísimo en las batallas. Por eso es tan raro que muera uno de
ellos. Las guerras serían menos frecuentes si los que las hacen tuvieran que
exponer su vida a sus resultados sangrientos. La irresponsabilidad directa
yfísica es lo que las multiplica.
Pues
bien: un medio simple de prevenir cuando menos su frecuencia, sería el de
distribuir la responsabilidad moral de su perpetración entre los que las
decretan y los que la ejecutan. Si la guerra es un crimen, el primer culpable
de ese crimen es el soberano que la emprende. Y de todos los actores de que la
guerra se compone, debe ser culpable, en recta administración de justicia
internacional, el que, la manda hacer. Si esos actos son el homicidio, el
incendio, el saqueo, el despojo, los jefes de las naciones en guerra deben ser
declarados, cuando la guerra es reconocida como injusta, como verdaderos
asesinos, incendiarios, ladrones, expoliadores, etc.; y si sus ejércitos los
ponen al abrigo de todo castigo popular, nada debe abrigarlos contra el castigo
de opinión infligido por la voz de la conciencia pública indignada y por los
fallos de la historia, fundados en la moral única y sola, que regla todos los
actos de la vida sin admitir dos especies de moral, una para los reyes, otra
para los hombres; una que condena al asesino de un hombre y otra que absuelve
el asesinato cuando la víctima, en vez de ser un hombre, es un millón de
hombres.
La
sanciónXVII del crimen de la guerra deja de existir para sus verdaderos autores
par causa de esta distinción falaz que todo lo pierde en materia de justicia.
La
guerra se purificaría de mil prácticas que son el baldón de la humanidad, si el
que la manda hacer fuese sujeto a los principios comunes de la complicidad, y
hecho responsable de cada infamia, en el mismo grado que su perpetrador
inmediato y subalterno.
Considerada
la guerra como un crimen, ningún soberano se ha confesado su autor; cuando se
ha considerado como gloria y honor, todos se la han apropiado. La justicia les
ha arrancado esta confesión de que debe tomar nota la conciencia justiciera de
la humanidad.
Una
vez glorificado el crimen de la guerra, los señores de las naciones han hecho
de su perpetración el tejido de su vida.
De
ahí resulta que la historia, constituida en biografía de los reyes, no ha sido
otra cosa que la historia de la guerra. Y como si la pluma no bastase a la
historia, la pintura ha sido llamada en su auxilio, y hemos tenido un nuevo
documento justificativo del crimen que tiene por autores responsables a los
jefes de las naciones.
La
pintura histórica no nos ha representado otra cosa que batallas, sangre,
muertos, sitios, asaltos, incendios, como la obra gloriosa y digna de memoria
de los reyes, sus autores y ejecutores inmediatos.
¿Qué
ha sido un museo de pintura histórica? Un hospital de sangre, una carnicería,
en que no se ven sino cadáveres, agonizantes, heridos, ruinas y estragos de
todo género. Tales imágenes han sido convertidas en objeto de recreo por la
clemencia de los reyes.
Imaginad
que, en vez de ser pintados, esos horrores fuesen reales y verdaderos, y que el
paseante que los recorre en las galerías de un palacio, oyese las lamentaciones
y los gemidos de los moribundos, sintiese el olor de la sangre y de los
cadáveres, viese el suelo cubierto de manos, de piernas, de cráneos separados
de sus cuerpos, ¿se daría por encantado de una revista de tal espectáculo? ¿Se sentiría
penetrado de admiración, por los autores principales de esas atrocidades? ¿ No
se creería más bien en los salones infectos y lúgubres de un hospital, que en
las galerías de un palacio? ¿No se sentiría poseído de una horrible curiosidad
por ver la cara del monstruo que había autorizado, o decretado, o consentido en
tales horrores?
Sólo
la costumbre y la consagración hecha de ese crimen por los depositarios
supremos de la autoridad de las naciones, es decir, por sus autores mismos, han
podido pervertir nuestro sentido moral, hasta hacernos ver esos cuadros no sólo
sin horror, sino con una especie de placer y admiración.
Probablemente
no llegará jamás el día en que la guerra desaparezca del todo de entre los
hombres. No se conoce el grado de civilización, el estado religioso, el orden
social, su condición, la raza por perfeccionada que esté, en que los conflictos
sangrientos de hombre a hombre no presenten ejemplos. ¿Por qué no será lo mismo
con los conflictos de nación a nación?
Pero
indudablemente las guerras serán más raras a medida que la responsabilidad de
sus efectos se hagan sentir en todos los que las promueven y suscitan. Mientras
haya unos que las hacen y otros que las hacen hacer; mientras se mate y se
muera por procuración, no se ve por qué motivo pueden llegar a ser menos
frecuentes las guerras; pues aunque las causas de codicia, de ignorancia y de
atraso que antes las motivaban, se hayan modificado o disminuido, quedan y
quedarán siempre subsistentes las pasiones, la susceptibilidad, las vanidades
que son siempre compatibles con todos los grados de civilización. Así es que
toda la sanción penal que hace cuerdo al loco mismo, el castigo de la falta, no
podrá ser capaz de contener a los que encienden con tanta facilidad las guerras
sólo porque están seguros de la impunidad de los asesinatos, de los robos, de
los incendios, de los estragos de todo género de que la guerra se compone.
Yo
sé que no es fácil castigar a un asesino que dispone de un ejército de quinientos
mil cómplices armados y victoriosos; pero si el castigo material no puede
alcanzarlo por encima de sus bayonetas, para el castigo moral de la opinión
pública no hay baluartes ni fortalezas que protejan al culpable; y los fallos
de la opinión van allí donde van los juicios de la doctrina y de la ciencia que
estudia lo justo y lo injusto en la conducta de las naciones y de sus
gobiernos, como la luz cruza el espacio y el fluido magnético los cuerpos
sólidos.
Fluido
imponderable de un género aparte, para el cual no hay barrera ni obstáculo que
no le sea tan accesible como a la electricidad y el calor, la opinión pública
hiere al criminal en sus alturas mismasXVIII y las leyes de la naturaleza moral
del hombre hacen el resto para el complemento de su ruina con el cadáver dejado
en pie.
Nerón,
Cómodo, Domiciano son asesinos declarados tales por el fallo del género humano,
y condenados a la suerte de los asesinos aleves. Si ellos se levantaran de sus
sepulcros y se presentasen ante las generaciones de esta época, serían
despedazados como fieras por la venganza popular.
Pues
bien, este agente imponderable -la opinión- que antes necesitaba de siglos para
concentrarse y producir su justiciera explosión, hoy se encuentra en el momento
y en el punto en que la justicia hollada lo hace necesario, al favor de ese
mecanismo de mil resortes producido por el genio de la civilización moderna y
compuesto de esos conductores maravillosos, que se llaman la prensa, el
ferrocarril, el buque a vapor, el telégrafo eléctrico, los bancos o el crédito,
el comercio, la tolerancia, la libertad, la ciencia. Formado el rayo, falta
saber sobre qué cabeza debe caer.
Decimos,
pues, en primer lugar (habla Grocio, lib. III, cap. X, De la Guerra y la Paz ),
que si la causa de la guerra es injusta, en el caso mismo en que fuese
emprendida de una manera solemne (legal), todos los actos que nacen de ella son
injustos, de una injusticia íntima; de suerte que aquellos que a sabiendas
cometen tales actos, o cooperan a ellos, deben ser considerados como
perteneciendo al número de los que no pueden llegar al reino celestial sin
penitencia. Ahora bien, la verdadera penitencia exige absolutamente que aquel
que ha causado perjuicio, sea matando, sea deteriorando los bienes, sea
ejerciendo actos de pillaje, repare este mismo perjuicio".
"Ahora
bien, están obligados a la restitución, según las reglas que hemos explicado de
una manera general en otra parte, aquellos que han sido los autores de la
guerra, sea por derecho de autoridad, sea por su consejo; se trata, bien
entendido, de todas las cosas que siguen ordinariamente a la guerra; y aún de
las consecuencias extraordinarias, si ellos han ordenado o aconsejado alguna
cosa semejante, o si pudiendo impedirla, ellos no la han impedido. Es así que
los generales son responsables de las cosas que se han hecho bajo su mando; y
que los soldados que han concurrido a algún acto común, por ejemplo, el
incendio de una ciudad, son responsables solidariamente."
Si
este principio es aplicable a la responsabilidad civil de los males de la
guerra, con doble razón lo es a la responsabilidad penal (cuando es posible
hacerla efectiva) de la guerra, considerada como crimen.
Vattel
protesta contra esta doctrina de Grocio; pero es Grocio el juez de apelación de
Vattel, no viceversa. Es una fortuna para nuestra tesis la autoridad de Grocio
en su servicio.
Todo
lo que distingue al soberano moderno XIX del soberano de otra edad, es la
responsabilidad. En esta parte el soberano se acerca de más en más a la
condición de un Presidente de República, por la simple razón de que el soberano
moderno es un soberano democrático, cuya soberanía no es suya propia, sino de
la nació n, que delega su ejercicio en una familia, sin abdicarlo. Esta
familia, que es la familia o dinastía reinante, no es más que depositaria de un
poder ajeno. Como tal depositaria, debe al depositante una cuenta continua de
la gestión de su poder. Esta responsabilidad es toda la esencia del gobierno
representativo, es decir, del verdadero gobierno libre y moderno. Si suprimís
esta responsabilidad, convertís al depositario en propietario del poder
soberano, es decir, en el rey absoluto de los siglos de barbarie y de
violencia.
El
sistema, que quita la responsabilidad al soberano y la da a sus ministros, hace
del soberano una ficción de tal, un simulacro de soberano, un mito, un símbolo
de soberano, que reina pero no gobierna; es decir, un soberano inútil, pues ya
basta para ese papel la nación misma, que también reina sin gobernar.
Este
sistema es la transacción del pasado con el presente en materia de gobierno. El
gobierno moderno salido entero de la soberanía popular, tiende a suprimir ese
simulacro inútil de comitente, que sólo sirve para eludir u oscurecer la
responsabilidad, es decir, la obligación de todo mandatario de dar cuenta de la
gestión de su mandato al comitente, que es uno, en materia de gobierno: la
nación. Donde hay dos comitentes que reinan sin gobernar, el uno mediato, el
otro inmediato, la responsabilidad se vuelve incierta, porque deja de ser
cierto el comitente.
"Responsabilidad,
palabra capital (dice Renán), y que encierra el secreto de casi todas las
reformas morales de nuestro tiempo". A ese dominio pertenecen, en primera
línea, las reformas políticas. Si en las cosas de la familia y de la sociedad
civil la responsabilidad es base capital, ¿qué será en los asuntos de las
naciones y de los imperios? Con sólo dar toda la responsabilidad de la guerra a
los autores de la guerra, la repetición de este crimen de lesa humanidad se
hará de más en más fenomenal. Pero la guerra es un acto de gobierno reputado
como acto o prerrogativa del gobierno por todas las constituciones. Se declaran
por el gobierno, se hacen por el gobierno, se concluyen por el gobierno. Luego
la cabeza del gobierno responde de ella en primera línea. No porque su poder,
es decir, la fuerza lo exima del castigo, lo excusa de la responsabilidad del
crimen. La impunidad no es la absolución. El proceso no hace el crimen, y el
verdadero castigo del criminal no consiste en sufrir la pena, sino en
merecerla; no es la pena material lo que constituye la sanción, sino la
sentencia. Es la sentencia, la que destruye al culpable, no la efusión de su
sangre por un medio u otro. Pero la sentencia, para ser eficaz, debe fundarse
en la ley. Que la ley universal, que la ley de todo el mundo, es decir, que la
razón libre de las naciones, empiece a señalar como el autor del crimen de la
guerra al que es cabeza del gobierno que lo ejecuta.
Es
a la ciencia del gobierno exterior, es decir del derecho de gentes penal a
quien toca investigar los principios y los medios de la legislación más capaces
de poner a la familia de las naciones al abrigo del crimen de la guerra, que
destruye su bienestar y retarda sus progresos.
Pero,
de cierto, que si la ciencia y la ley admiten la existencia posible de
criminales privilegiados y excepcionales, asesinos inviolables, ladrones
irresponsables, bandidos reales e imperiales, todo el mecanismo del mundo
político y moral viene por tierra. Los sabios y legisladores van más lejos que
Dios mismo, que no ha tenido una sola ley que no tenga su sanción o castigo,
que se produce naturalmente contra todo infractor sin excepción. Rico o pobre,
rey o siervo, el que mete el dedo en el fuego, se quema. He ahí la justicia
natural. Así está legislado el mundo físico y así lo está el mundo moral. Toda
violación del orden natural, lleva consigo su castigo; todo violador o
infractor es delincuente, y su delito podrá escapar al castigo del hombre, pero
no al de Dios, aquí en la tierra, sin ir, más lejos. La sociedad no necesita
infligirlo; le basta declarar el crimen y el criminal y darlos a conocer de
todos. Es imposible llevar más lejos el remedio. El que mata a su semejante, se
suicida; el que roba se expropia él mismo, a una condición, y es que todo el
mundo sepa que un asesinato, un robo han sido cometidos y conozca al que ha
cometido el robo y el asesinato. Con esto sólo, con tal que sea infalible, el
criminal está castigado y perdido hasta que no se rehabilite por el bien.
La
responsabilidad penal será al fin el único medio eficaz de prevenir el crimen
de la guerra, como lo es de todos los crímenes en general.
Mientras
los autores principales del crimen de la guerra gocen de inmunidad y
privilegios para perpetrarlo en nombre de la justicia y de la ley, la guerra no
tendrá ninguna razón para dejar de existir. Ella se repetirá eternamente como
los actos lícitos de la vida ordinaria.
Reducid
la guerra al común de los crímenes y a los autores de ella al común de los
criminales, y su repetición se hará tan excepcional y fenomenal, como la del
asesinato o la del robo ordinario.
No
sólo es posible la confusión del crimen de la guerra con el crimen del asesino
y del ladrón, sino que es un escándalo inmoral el que esa confusión no exista:
y esa escandalosa distinción es todo el origen presente de la guerra. No habría
sino que aplicarle esta doctrina simple para verla desaparecer o disminuir.
El
que manda asesinar y aprovecha del asesinato, es un asesino.
El
que autoriza el robo y medra del robo es un ladrón.
El
que ordena el incendio y el corso, es un bandido, es un pirata.
Para
los asesinos, los ladrones y los bandidos, es el cadalso, no el trono; es la
infamia, no el honor ni la majestad del mando.
Todo
Estado que no puede dar diez pruebas auténticas de diez tentativas hechas para
prevenir una guerra como el último medio de hacer respetar su derecho, debe ser
responsable del crimen de la guerra ante la opinión del mundo civilizado, si
quiere figurar en él como pueblo honesto y respetable.
Capítulo IV. Efectos
de la guerra
El primer efecto de la guerra -efecto infalible-, es un
cambio en la constitución interior del país, en detrimento de su libertad, es
decir, de la participación del pueblo en el gobierno de sus cosas. Este
resultado es grave pues desde que sus cosas dejen de ser conducidas por él
mismo, sus cosas irán mal.
La guerra puede ser fértil en victorias, en adquisiciones
de territorios, de preponderancia, de aliados sumisos y útiles; ella cuesta
siempre la pérdida de su libertad al país que la convierte en hábito y
costumbre.
Y no puede dejar de convertirse en hábito permanente una
vez comenzada, pues en lo interior como en lo exterior, la guerra vive de la
guerra.
Ella crea al soldado, la gloria del soldado, el héroe, el
candidato, el ejército y el soberano.
Este soberano, que ha debido su ser a la espada, y que ha
resuelto por ella todas las cuestiones que le han dado el poder, no dejará ese
instrumento para gobernar a sus gobernados en cambio de la razón que de nada le
ha servido.
Así todo país guerrero acaba por sufrir la suerte que él
pensó infligir a sus enemigos por medio de la guerra. Su poder soberano no
pasará a manos del extranjero, pero saldrá siempre de sus manos para quedar en
las de esa especie de estado en el estado, en las de ese pueblo aparte y
privilegiado que se llama el ejército. La soberanía nacional se personifica en
la soberanía del ejército; y el ejército hace y mantiene los emperadores que el
pueblo no puede evitar.
La guerra trae consigo la ciencia y el arte de la guerra,
el soldado de profesión, el cuartel, el ejército, la disciplina; y, a la imagen
de este mundo excepcional y privilegiado, se forma y amolda poco a poco la
sociedad entera. Como en el ejército, la individualidad del hombre desaparece
en la unidad de la masa, y el Estado viene a ser como el ejército, un ente
orgánico, una unidad compuesta de unidades, que han pasado a ser las moléculas
de ese grande y único cuerpo que se llama el Estado, cuya acción se ejerce por
intermedio del ejército y cuya inteligencia se personaliza en la del soberano.
He ahí los efectos políticos de la guerra, según lo demuestra la historia de
todos los países y el más simple sentido común.
A la pérdida de la libertad, sigue la pérdida de la
riqueza como efecto necesario de la guerra; y con sólo esto es ya responsable
de los dos más grandes crímenes, que son: esclavizar y empobrecer a la nación,
si estas calamidades son dos y no una sola. La riqueza y la libertad son dos
hechos que se suponen mutuamente. Ni puede nacer ni existir la riqueza donde falta
la libertad, ni la libertad es comprensible sin la posesión de los medios de
realizar su voluntad propia.
La libertad es una, pero tiene mil faces. De cada faz
hace una libertad aparte nuestra facultad natural de abstraer. De la tiranía,
que no es más que el polo negativo de la libertad, se puede decir otro tanto.
Examinadlo bien: donde una libertad esencial del hombre está confiscada, es
casi seguro que están confiscadas todas. Paralizad la libertad del pensamiento,
que es la faz suprema y culminante de la libertad multíplice, y con sólo eso
dejáis sin ejercicio la libertad de conciencia o religiosa, la libertad
política, las libertades de industria, de comercio, de circulación, de
asociación, de publicación, etc. La riqueza deja de nacer donde estos tres
modos del trabajo que son su fuente natural –la agricultura, el comercio, la
industria-, están paralizados o entorpecidos por las necesidades de un orden de
cosas militar, y ese régimen no puede dejar de producir esa paralización en
ellas, por estas razones bien sencillas.
La guerra quita a la agricultura, a la industria y al
comercio sus mejores brazos, que son los más jóvenes y fuertes, y de
productores y creadores de la riqueza, que esos hombres debían ser, se
convierten, por las necesidades del orden militar, no en meros consumidores
estériles, sino además en destructores de profesión, que viven del trabajo de
los menos fuertes, como un pueblo conquistador vive de un pueblo conquistado.
Cuando digo la guerra, digo el ejército, que no es más
que la expresión de la guerra en reposo, lo cual no es equivalente a la paz. La
paz armada es una campaña sin pólvora contra el país.
El soldado actual se diferencia del soldado romano en
esto: que el soldado romano se hacía vestir, alimentar y alojar por el trabajo
del extranjero sometido; mientras que el soldado moderno recibe ese socorro de
la gran mayoría del pueblo de su propia nación convertida en tributario del
ejército, es decir, de un puñado privilegiado de sus hijos: el menos digno de
serlo, como sucede a menudo con toda aristocracia.
Es innegable que la nación trata al ejército mejor que a
sí misma, pues le consagra los tres tercios del producto de su contribución
nacional. Invoco el presupuesto de todas las naciones civilizadas: el gasto de
guerra y marina, es decir, del ejército, absorbe las tres cuartas partes; el
resto es para el culto, la educación, los trabajos de pública utilidad, el
gobierno interior y la policía de seguridad, que no son sino un apéndice civil
del ejército y de la guerra, como lo veremos ahora.
No hablo de una nación, hablo de todas. No aludo a los
Imperios, hablo también de las Repúblicas. No me contraigo a Europa; hago la
historia de la América.
Sólo el Asia, el Africa y la América indígena, es decir,
sólo los pueblos salvajes, son excepción de esta regla de los pueblos
civilizados y cristianos.
Con cierta razón se ríen ellos de nuestra civilización;
no porque adoremos la guerra que ellos adoran, sino porque los consideramos
salvajes al mismo tiempo que nuestra civilización les copia su culto militar.
Ellos al menos no se dicen hermanos e hijos de un Dios común.
Los salvajes nos hacen justicia. Nada cautiva su
predilección entre los imbéciles de nuestra civilización, como un arnés de
guerra, un fusil, una espada, un uniforme. En ese punto son gentes civilizadas
a nuestro modo.
La riqueza, que a veces aparenta florecer bajo el orden
militar de cosas, no es un desmentido de lo que dejamos dicho, sino una prueba
más de su verdad.
Es que la riqueza, que es útil a la libertad, es
indispensable a la guerra; ella tiene eso de semejante a la providencia, hace
vivir a los señores y a los esclavos.
Como equivalente del poder, la riqueza es un instrumento
de la guerra que los reasume todos. Así, la guerra tiene su economía política
peculiar y propia. Ella sabe poblar a su modo, instruir a su modo, producir a
su modo, cultivar a su modo y comerciar a su modo.
También tiene su modo peculiar de emplear la libertad.
Como a la más fecunda de sus esclavas, la guerra emplea la libertad, a veces,
para hacerla producir el dinero necesario al ejército y a sus campañas. Sólo en
ese sentido es liberal el gobierno militar.
La economía política de la guerra, fomenta la riqueza de
la nación en cuanto es necesaria a la vida del ejército, como el cultivador de
flores parásitas cuida con esmero la vida de los árboles que las sustentan, no
por el árbol sino por sus parásitos.
Por estas causas y por algunas otras eventuales, se han
visto grandes propiedades al lado y en seguida de guerras terribles; y los
partidarios de ella, como sistema, han concluido que la guerra era la causa de
esas prosperidades. Porque las guerras no han podido estorbar la prosperidad
nacida del poder vital de los pueblos, se ha concluido que ellas eran la causa de
ese progreso.
Los incendios, las pestes y los terremotos no han
impedido que la humanidad prosiga sus progresos en la civilización; ¿debemos
concluir de ahí que los incendios y las pestes han sido causa del progreso de
los pueblos?
Tras la pérdida de la libertad y de la riqueza, la guerra
trae al país que se invetera en ella la pérdida de su población, es decir, su
disminución, su apocamiento como nación importante. La extensión de la
población, más que la del territorio, forma la magnitud de un Estado.
No es en los campos de batalla, no es en los hospitales
de campaña donde la guerra hace sus más grandes bajas en el censo de la
población; es en las emigraciones que el temor de la conscripción produce; es
en las familias que dejan de formarse por causa de la dedicación a la guerra de
la numerosa juventud más apta para el matrimonio; es en la desmoralización de
las costumbres, que engendra el celibato forzado de millares de hombres
jóvenes; es en las inmigraciones, que previene y estorba la perspectiva de sus
estragos en la suerte del país en guerra; es en el olvido de todo espíritu de
libertad que produce en la población el largo hábito de la obediencia
automática del soldado. Entre el soldado disciplinado y el ciudadano libre hay la
diferencia que entre el vagón y una locomotora: el uno es máquina que obedece,
la otra es agente motor.
Este tercer crimen de la guerra -el despoblar la nación-
es doblemente desastroso en los países nuevos de América, donde el
acrecentamiento de su escasísima población es la condición fundamental de su
progreso y desarrollo.
En todos los países que han vivido largos años bajo
gobiernos militares en que la guerra extranjera es a menudo un expediente de
gobierno interior, la población ha disminuido o quedado estacionaria. Ejemplos
de ello son la España, la Francia y los más de los Estados de la América del
Sud, el suelo del cesarismo sin corona.
Si es verdad que la población se desarrolla en proporción
de las subsistencias, la guerra, que siempre tiene por efecto inmediato y
natural el disminuirlas, viene a ser por ese lado otra causa de paralización en
el progreso de la población. La guerra disminuye la población de los Estados,
cegando los manantiales de la riqueza y del bienestar de sus habitantes, que no
se multiplican espontáneamente sino al favor de esos beneficios fecundos.
En una palabra, la guerra es al organismo general del
Estado lo que la enfermedad al cuerpo humano: una causa de decrepitud y
aniquilamiento general, pues no hay órgano ni función, que no se resienta de
sus efectos letales. Y aunque haya guerras, como hay enfermedades, que
ocasionalmente traen a la salud cambios excepcionalmente favorables, la regla
general es que la guerra como la enfermedad, conducen al exterminio y a la
muerte, no a la salud.
A nadie se oculta que muchas guerras, de las que registra
la historia, han servido para producir en los destinos de más de una nación los
cambios más favorables a su progreso y civilización, como más de un enfermo ha
debido su salvación a una medicina fuerte y terrible; pero nadie deducirá de
estos hechos, en cierto modo fenomenales como regla general de política y de
tratamiento médico, que se deben suscitar guerras para aumentar la riqueza y la
población del país, ni que se deba sangrar y purgar al que no está enfermo,
para robustecerlo más de lo que está naturalmente.
Los gastos del Estado en la ejecución de una guerra,
forman la parte más pequeña de los estragos que ella opera en los capitales y
en las fortunas de los particulares, directa o indirectamente. Estos estragos
no se dejan ver con la misma claridad que los otros, porque no hay una
contabilidad colectiva de las fortunas y propiedades privadas en que aparezca
el saldo, al fin de la guerra. Pero evidentemente son los más considerables
porque pesan sobre todo el capital de la Nación.
Se ven a veces grandes fortunas parciales que se forman
en medio de la guerra, y tal vez a causa de ella; pero esas fortunas
excepcionales, que sólo favorecen a pocos individuos y a una que otra
localidad, no destruyen la regla de que la guerra es causa de empobrecimiento
para la población en general.
Desde luego, el aumento de la deuda pública, por
empréstitos o emisiones de fondos a interés, exigidos siempre por la guerra,
disminuye el haber de los particulares, aumenta el monto de las contribuciones,
y es indudable que una guerra pesa siempre sobre muchas generaciones,
empobreciendo a los que viven y a los que no han nacido. Por grande que sea el
mal que la guerra haga al enemigo, mayor es el mal que hace al país propio;
pues el aumento de la deuda, quiere decir la disminución de haber de cada
habitante, que, en lugar de pagar una contribución como diez, la paga como
veinte para cubrir los intereses de la deuda, que originó la guerra.
No es necesario que la guerra estalle para producir sus
efectos desastrosos. Su mera perspectiva, su simple nombre hace víctimas, pues
paraliza los mercados, las industrias, las empresas, el comercio, y surgen las
crisis, las quiebras, la miseria y el hambre.
Y no por ser lejana es menos desastrosa la guerra al país
que la hace. La distancia, al contrario, alimenta los sacrificios que ella
cuesta en hombres, dinero y tiempo; y aunque el dinero del país se gaste en los
antípodas, no por eso el bolsillo del país deja de sentir su ausencia, y en
cualquier latitud del globo que caiga la sangre del soldado, su familia no se
libra del luto porque habite a tres mil leguas. En las guerras vecinas, se
salvan los heridos; en las guerras lejanas, todo herido es un cadáver. Todo el
que invade un país antípoda quema sus naves sin saberlo; y si no logra
conquistar, es conquistado.
Y así como no es preciso que la guerra estalle para
producir desgracias, así después que ha pasado sigue castigando al país que la
produjo, hasta en sus remotas generaciones, obligadas a expiar, con el dinero
de su bolsillo y el pan de sus familias, el asesinato internacional que
cometieron sus padres y abuelos.
La guerra es un estado, un oficio, una profesión, que
hace vivir a millones de hombres. Los militares forman su menor parte. La más
numerosa y activa, la forman los industriales que fabrican las armas y máquinas
de guerra, de mar y tierra, las municiones, los pertrechos; los que cultivan y
enseñan la guerra como ciencia.
Abolir la guerra, es tocar al pan de todo ese mundo.
Quien dice militares, alude a los soberanos que lo son
casi todos, a una clase privilegiada y aristocrática de altos funcionarios, de
gran influjo en el gobierno de las naciones, sobre todo de las Repúblicas; a
glorias o vanaglorias, a títulos, a rangos de familias que tienen en la guerra
su razón de ser.
La paz perpetua sería una plaga para todo ese mundo.
Así Saint Pierre, su apóstol, fue echado de la Academia
por su proyecto de paz perpetua, y Enrique IV fue echado de este mundo por el
puñal de Ravaillac, la víspera de plantificar ese designio.
Como la guerra ocupa el poder y tiene el gobierno de los
pueblos, ella es la ley del mundo; y la paz no puede tomarle su ascendiente
sino por una reacción o revolución sin armas que constituye este problema casi
insoluble: el de un ángel desarmado, que tieneque vencer y desarmar a Marte sin
lucha ni sangre.
Pero como la paz tiene por ejército a todo el mundo, y
como todo el mundo es más que el ejército, la paz tiene al fin que salir
victoriosa y tomar el gobierno del mundo, a medida que los pueblos ilustrándose
y mejorándose, se apoderen de sus destinos y se gobiernen a sí mismos; es
decir, a medida que se hagan más y más libres, como tiene que suceder por la
ley natural de su ser progresista y perfectible.
Así, la libertad traerá la paz, porque la libertad y la
paz son la regla, y la guerra es la excepción.
El día que el pueblo se haga ejército y gobierno, la
guerra dejará de existir, porque dejará de ser el monopolio industrial de una
clase que la cultiva en su interés.
No todas las operaciones de la guerra se hacen por los
ejércitos y en los campos de batalla. Sin hablar de los bloqueos, de las
interdicciones, de las embajadas, que se emplean para hostilizar al enemigo;
sin hablar de la guerra de propaganda, de denigración y de injuria por la
prensa y la palabra, dentro y fuera del país en guerra; hay la guerra de
policía, la guerra de espionaje y delación, la guerra de intriga y de
inquisición secreta, de persecución sorda y subterránea, en que se emplea un
ejército numeroso de soldados ocultos, de todo sexo, de todo rango, de toda
nacionalidad, que hacen más estragos en la sociedad beligerante que la metralla
del cañón, y que cuesta más dinero que todo un cuerpo de ejército. Hay además,
la guerra de maquinación, de soborno, de zapa y mina, de conspiración sorda, en
que los millones de pesos constituyen la munición de guerra, y todo el móvil,
toda el alma. Hay además, la guerra de desmoralización, de disolución, de
desmembración, de descomposición social del país beligerante, que pudre las
generaciones que quedan vivas, y cuya corrupción deja rara vez de alcanzar al
corruptor mismo, es decir, al país y gobierno que emplean tales medios de
guerra.
¿Qué se hace de este ejército subterráneo después de la
campaña? Es más peligroso que el otro en sus destinos ulteriores.
El soldado que ha hecho el papel de león, peleando a cara
descubierta en el campo de batalla, vuelve a su hogar con su estima intacta,
aunque sus manos vengan cubiertas de sangre. La convención ha sancionado el
asesinato, cuando es hecho en grande escala y en nombre de la patria, es decir,
con intención sana aunque equivocada.
Pero el que se ha encargado de desempeñar las funciones
de la serpiente, de la araña venenosa, del reptil inmundo, ¿qué papel digno y
honesto puede hacer en la sociedad de su país, después de terminada la gue rra?
El derecho de la guerra, ha logrado sustraer del verdugo
y de la execración pública al homicida que se sirve de un fusil o de un cañón
en un campo de batalla, pero no ha logrado justificar al envenenador, al
falsificador, al calumniador, al espión o ladrón del secreto privado, al
corruptor, que siempre es cómplice del corrompido, al que usa llaves falsas,
escaleras de cuerda, puñal envenenado XXI.
La guerra que ha creado esa milicia, ha creado un
remedio, que es una verdadera enfermedad. El arsénico, los venenos, pueden
servir para dar salud; pero el cólera no es el remedio de la fiebre amarilla,
ni el crimen puede ser remedio del crimen.
El regreso de ese ejército al seno de la nación que ha
tenido la desgracia de emplearlo contra el enemigo, se convierte en el castigo
de su crimen, pues rara vez deja de poner su táctica y sus armas al servicio de
la guerra civil, en que la guerra extranjera se transforma casi siempre. Y
cuando no existe la guerra, sirve para envenenar y corromper la paz misma, pues
la sociedad, la familia, la administración pública, todo queda expuesto al
alcance de su acción deletérea y corruptora. El país tiene que defenderse de
tales defensores, empleando los medios con que se extinguen las víboras y los
insectos venenosos, lo cual viene a ser una especie de homeopatía, o el ataque
de los semejantes por sus semejantes (simila similibus curantur ): un doble
extracto del mal, que no es otra cosa que una doble calamidad.
Estos efectos de la guerra se hacen sentir principalmente
en los pequeños Estados como los de Sud América, donde la insuficiencia de los
medios militares obliga a los beligerantes a suplirlos por el uso de todas esas
cobardías peculiares de la debilidad y de la pobreza, y que se hacen sentir con
menos actividad en las guerras de la Europa.
La guerra de policía es una invención que se ha hecho
conocer en el Río de la Plata por un partido que pretende representar la
libertad, es decir, la antítesis de toda policía represiva Y perseguidora. Su
nombre es un contrasentido. La guerra es un derecho internacional o de partidos
interiores capaces de llegar a ser beligerantes.
¡Guerra de policía! Curioso barbarismo. La guerra es un
proceder legitimado por el derecho de gentes: es un proceso irregular, en que
cada combatiente, es juez y parte, actor y reo. Sólo entonces, cada parte es
beligerante, y sólo hay guerra entre beligerantes, es decir, entre Estados
soberanos y reconocidos, porque hacer la guerra lícita es practicar un acto de
soberanía. Sólo el soberano legítimo, puede hacer legítima guerra.
Dar el nombre de guerra al choque del juez con el reo
ordinario, es hacer del ladrón común un beligerante, es decir, un soberano.
Es la consagración y dignificación del vandalaje, lejos
de ser su represión. Ese es el resultado real, pero otro es el tenido en mira.
¿Cuál? Tratar al beligerante como al criminal privado, en cuanto a los medios
de perseguirlo. La calificación no es mala en este sentido, pero a una
condición, de ser recíproco su empleo a fin de que la justicia sea igual y
completa en sus aplicaciones; pues si la guerra en favor del derecho de resistencia
es un crimen ordinario, no lo es menos la guerra en favor del derecho de
opresión, aunque el opresor se llame soberano XXII.
Si el gobierno cree que todos sus medios son lícitos,
porque representa el principio de autoridad, el ciudadano no es inferior en
posición a ese respecto, pues representa el principio de libertad, más alto que
el de autoridad. La autoridad es hecha para la libertad, y no la libertad para
la autoridad. Si la libertad individual, que es el hombre, estuviese protegida
por sí misma, la autoridad no tendría objeto ni razón de existir.
Así, en el conflicto de la autoridad con la libertad, es
decir, del Estado con el individuo, el derecho de los medios es idéntico en
extensión si no mayor al de la libertad. Así, toda constitución libre después
de enunciar los poderes del gobierno, consagra este otro de los ciudadanos
unidos que los iguala en nivel a todos aquellos, a saber: el de la resistencia
o desobediencia.
4.7.
Supresión internacional de la libertad
En la América del Sud cada República era una tribuna de
libertad para la República vecina, y era el único modo como podía existir
respetada la libertad política. La diplomacia de sus gobiernos empieza a
encontrar el medio de quitar a la libertad este refugio en la celebración de
tratados de extradición y de régimen postal. Pero, perseguir a los escritores y
a los escritos de oposición liberal, en el país extranjero que les sirve de
tribuna, es violar el derecho de gentes liberal, que los protege lejos de
condenarlos. ¿Qué se hace para eludir este obstáculo? Se les persigue no como
delincuentes políticos, sino como delincuentes ordinarios; se transforma el
crimen de oposición, es decir, de libertad, en algún crimen de estafa o de
asesinato, y aunque no se pruebe jamás, por la razón de que no existe, bastará
exhibir piezas que justifiquen la extradición, para dar alcance a la persona
del opositor político, y suprimirlo o enmudecerle en nombre de la justicia
criminal ordinaria.
El crimen de esta diplomacia dolosa, tendrá el castigo
que merece y que recibirá sin duda en servicio de la libertad misma, dando
lugar a que los mismos signatarios de los tratados de extradición, sean
extraídos del país extranjero de su refugio el día que la fuerza de las cosas
los despoje del poder y los eche en la oposición liberal.
4.8.
De los servicios que puede recibir la guerra de los
amigos de la paz
No basta predicar la abolición de la guerra para fundar
el reinado de la paz. Es preciso cuidar de no encenderla con la mejor intención
de abolirla. Se puede atacar a la guerra de frente, y servirla por los flancos
sin saberlo ni quererlo. Este peligro viene de nuestras pasiones y
parcialidades naturales a todos los hombres, amigos y enemigos de la paz; y de
nuestros hábitos sociales pertenecientes al orden fundado en la guerra, es
decir, a la sociedad actual.
Los hábitos belicosos nos dominan de tal modo, que hasta
para perseguir la guerra nos valemos de la guerra; ejemplo de ello es este
concurso mismo provocado en honor y provecho de un vencedor de sus contendores
o concurrentes literarios.
Otro ejemplo puede ser el honor discernido al que firma
un libro en que se hace la apología y la santificación de la guerra, por
consideración a ese libro mismo. Si premiáis las apologías de la guerra, dais
una prima al que se burla de vuestra propaganda pacífica.
Otro ejemplo puede ser el de la indiferencia con que se
mira una guerra que sirve a nuestro partido, a nuestras esperanzas, a nuestras
ambiciones. Toda la doctrina de la paz degenera en pura comedia si la guerra
que sirve al engrandecimiento de la dinastía A, no nos causa el mismo horror
que la que robustece a la dinastía B; si la guerra que sirve a la dilatación de
nuestro país, no nos causa la misma repulsión que la que engrandece al país
vecino.
Cuenta lord Byron una especie probablemente humorística
recogida en sus viajes a Italia: que el marqués de Beccaria, después de
publicar su disertación sobre los delitos y las penas, en que aboga por la
abolición de la pena capital, fue víctima de un robo que le hizo su doméstico,
de su reloj de bolsillo, y que al descubrir al autor, exclamó
involuntariamente: ¡qu e lo ahorquen!
Este cuento malicioso expresa cuando menos la realidad
del escollo que dejamos señalado. Los abolicionistas de la pena de muerte
aplicada a las naciones, debemos cuidar de no hacer lo que el marqués de
Beccaria, el día que se pida la sangre de un pueblo que resiste con su espada
lo que conviene a nuestro egoísmo. El verdadero medio de atacar la guerra que
nos daña, es atacar la guerra que nos sirve.
Hay filántropos para quienes la guerra es un crimen,
cuando ella sirve para aumentar el poder de una dinastía, la de Napoleón, por
ejemplo; pero si la guerra sirve para aumentar el poder de una dinastía rival,
la de Orleans, v. g., la guerra deja de ser crimen y se convierte en justicia
criminal. La abolición de la guerra tiene que luchar con estas dificultades de
nuestra flaqueza humana, pero no por eso dejará de realizarse un día.
Cuando se ofrecen premios al mejor libro que se escriba
contra el crimen de la guerra, se emplea la guerra como medio de abolirla. Un
certamen es un combate; y un premio, es una herida, hecha a los excluidos de
él.
Cuando coronáis un libro que hace la apología de la
guerra, dando al autor un asiento en la Academia de las ciencias morales y políticas,
fomentáis la guerra sin perjuicio de vuestro amor a la paz. Luis XIV era más
lógico echando a Saint Pierre de la Academia porque proponía la paz perpetua.
¡Qué de veces el amor a la paz no es más que un medio de
hacer la oposición política a un gobierno militar! No basta sino que el poder
pase a manos de los filántropos y que la guerra sea el medio de conservarlo o
extenderlo, para que su doctrina general admita una excepción que la derogue
enteramente.
Raro es el hombre que no está por la paz, pero es más
raro el amigo de la paz, que no quiera una guerra previa. Así lo fue Enrique
IV, y lo son Víctor Hugo y los filántropos del díaXXIV.
Enrique IV quería la paz perpetua, previa una guerra para
abatir al Austria, y Víctor Hugo está por la paz universal, después de una
guerra para destruir a Napoleón.
4.9.
Guerra y patriotismo
No se puede modificar el
alcance de los efectos de la guerra, sin modificar paralelamente el de los
deberes del patriotismo.
Para que la guerra deje de
ver enemigos en los particulares del Estado enemigo, es indispensable que esos
particulares se abstengan de secundar y pelear a la par del ejército de su
paísXXV.
Capítulo V. Abolición
de la guerra
¡Abolir la guerra! Utopía. Es como abolir el crimen, como
abolir la pena.
La guerra como crimen, vivirá como el hombre; la guerra
como pena de ese crimen, no será menos duradera que el hombre.
¿Qué hacer a su respecto? En calidad de pena, suavizarla
según el nuevo derecho penal común; en calidad de crimen, prevenirlo como a lo
común de los crímenes, por la educación del género humano.
Esta educación se hace por sí misma. La operan las cosas,
la ayudan los libros y las doctrinas, la confirman las necesidades del hombre
civilizado.
No será de resultas de la idea más o menos justa que se
haga de la guerra, que ella se hará menos frecuente. El criminal ordinario no
delinque por un error de su espíritu; en el modo de evitar el derecho criminal,
las más veces sabe que es criminal; el ladrón sabe siempre que el robo es
crimen y jamás roba porque piense que el robar es honesto. El crimen se impone
a su conducta por una situación violenta y triste, por un vicio, por un odio.
Bastaría una situación opuesta para que el crimen dejase
de ocurrir.
El crimen de la guerra no difiere de los otros en su
manera de producirse. Los soberanos se abstendrán de cometerlo, a medida que
otra situación más feliz de las naciones les dé lo que su ambición pedía a las
guerras; a medida que la economía política les dé lo que antes les daba la
conquista, es decir, el robo internacional; a medida que el miedo al desprecio
del mundo les haga abstenerse de hacer lo que es despreciable y ominoso.
5.2.Influencias que obran
contra la guerra
La guerra no será abolida del todo; pero llegará a ser
menos frecuente, menos durable, menos general, menos cruel y desastrosa.
Ya lo es hoy mismo en comparación de tiempos pasados, y
no hay por qué dudar de que las causas que la han modificado hasta aquí, sigan
obrando en lo venidero en el mismo sentido de mejora; como se han cambiado las
penas, como los crímenes se han hecho menos frecuentes por los progresos de la
civilización.
Ese cambio estaría lejos de realizarse si su ejecución
estuviese encomendada a los guerreros, es decir, a los soberanos. Ellos, al
contrario, están ocupados de fomentar las invenciones de máquinas y procederes
de guerra más y más destructores.
No son la política ni la diplomacia las que han de sacar
a los pueblos de su aislamiento para formar esa sociedad de pueblos que se
llama el género humano. Serán los intereses
Y las necesidades de la civilización de los pueblos
mismos, como ha sucedido hasta aquí.
Desde luego el comercio, industria esencialmente internacional
que hace de más en más solidarios los intereses, el bienestar y la seguridad de
las naciones. El comercio es el pacificador del mundo.
Luego, las vías de comunicación y las comunicaciones que
el comercio crea y necesita para su labor de asimilación.
Luego, la libertad, es decir, la intervención de cada
EstadoXXVI en la gestión de sus negocios y gobierno de sus destinos, que basta
por sí sola para que los pueblos no decreten la efusión de su propia sangre y
de sus propios caudales.
Pero sobre todo, el agente más poderoso de la paz, es la
neutralidad, fenómeno moderno que no conocieron los antiguos. Cuando Roma era
el mundo, no había neutrales si Roma entraba en guerra.
5.3.Autodestructividad
del mal
Se habla con cierto pavor por el porvenir del mundo, de los
inventos de máquinas de destrucción que hace cada día el arte de la guerra;
pero se olvida que la paz no es menos fértil en conquistas e invenciones que
hacen de la guerra una eventualidad más y más imposible.
Con sus inventos la guerra se suicida en cierto modo,
porque agrava su crimen y confirma su monstruosidad.
Y es tal la fatalidad con que todas las fuerzas humanas
trabajan en el sentido de hacer del género humano una vasta creación de
pueblos, que hasta la guerra misma, queriendo contrariar ese resultado, le
sirve a su pesar, acercando entre sí a los mismos pueblos que tratan de
destruirse. Este hecho de la historia ha dado lugar a la doctrina que ha visto
en la guerra un elemento de civilización, como podrían poseerlo también la
peste, el incendio, el terremoto, que son causa ocasional de reconstrucciones
nuevas, más bellas y perfectas que las obras desaparecidas.
En ese sentido negativo, la tiranía misma, la
intolerancia, las preocupaciones del fanatismo, han contribuido al cruzamiento
y enlace de las naciones, por las emigraciones y proscripciones a que han dado
lugar. La tiranía de Carlos I de Inglaterra, tiene gran parte en la población y
civilización de la América del Norte. La persecución de los
Hugonotes ha dado un impulso a la industria inglesa. Ya
hemos dicho que Alberto Gentile y Hugo Grocio no serían los autores del derecho
de gentes moderno, sin el destierro que los sacó de Italia y Holanda para
habitar lares extranjeros. La moderna política de unión entre la Inglaterra y
la Francia no sería tal vez un hecho, hoy día, si largos años de emigración en
Inglaterra no hubieran hecho de Napoleón III el más ainglesado de todos los
franceses.
5.4.Cristianismo. –Comercio
Pero ¿qué causa pondrá principalmente fin a la repetición
de los casos de guerra entre nación y nación? La misma que ha hecho cesar las
riñas y peleas entre los particulares de un mismo Estado: el establecimiento de
tribunales sustituidos a las partes para la decisión de sus diferencias.
¿Qué circunstancias han preparado y facilitado el
establecimiento de los tribunales interiores de cada Estado? La consolidación
del país en un cuerpo de Nación, bajo un gobierno común y central para todo él.
Este mismo será el camino que conduzca a la asociación de
las naciones que forman el pueblo-mundo, en la adquisición de lo s tribunales
que han de sustituir a las naciones beligerantes en la decisión de sus
contiendas.
Así, todo lo que conduzca a suprimir las distancias y
barreras que estorban a los pueblos acercarse y formar un cuerpo de asociación general,
tendrá por resultado disminuir la repetición de las guerras internacionales
hasta extinguirlas o disminuirlas a lo menos.
Cread el pueblo internacional, o mejor dicho, dejadle
nacer y crecer por sí mismo, en virtud de la ley que os hace crecer a vos
mismo, y el derecho internacional, como ley viva, estará formado por sí mismo y
con sólo eso. Cuando vaciáis un líquido en una fuente, no tenéis necesidad de
ocuparos de su nivel: él mismo se cuida de eso y se nivela mejor que lo haría
el primer geómetra. La humanidad es como ese líquido. Donde quiera que
derraméis grandes porciones de ella, la veréis nivelarse por sí misma, según
esa ley de gravitación moral que se llama el derecho. Antes de darse cuenta del
derecho, ya el derecho la gobierna, como se para y camina el hombre en dos pies
antes de tener idea de la dinámica.
Así, dejad que trabajen en el sentido de una organización
internacional del género humano los siguientes elementos conducentes a esa
organización espontánea:
Primero. El cristianismo y su propagación, si no como
dogma, al menos doctrina moral.
El derecho no excluye a los mahometanos, ni a los hijos
de Confucio; son ellos, al contrario, los que lo excluyen, pues es un hecho que
son los pueblos cristianos los que han dado a conocer hasta hoy el derecho
internaciona l moderno.
La moral cristiana no necesita más que una cosa para
completar la conquista del mundo, en el sentido de su amalgama: que la
desarméis de todo instrumento de violencia y le dejéis sus armas naturales, que
son la libertad, la persuasión, la belleza. Un sacerdote de Jesucristo armado
de cañones rayados y fusiles de Chassepot para imponer una ley que se impone
por su propio encanto, es cuando menos un error que aleja al mundo de la
constitución de su unidad. Para convencer al mundo de la belleza de la Venus
del Capitolio, no han sido necesarias las penas del infierno y de la
Inquisición; ni Maquiavelo ha tenido que seguir el menor invento a la tiranía
para imponer a los ojos la belleza de la Venus de Médicis. Dad a leer el Evangelio
a un hombre de sentido común; y si no corren de sus ojos esas dulces lágrimas
que hace verter la más sublime acción, la más alta y noble poesía, decid que
ese hombre no tiene alma o carece de un sentido, pues ni Rafael, ni el Ticiano,
ni Miguel Angel, han dado a Jesús la belleza que tiene su doctrina por sí
misma. Conquistando a los conquistadores del mundo, el cristianismo ha probado
ser la moral de los hombres libres, pues los germanos han encontrado en él la
expresión y la fórmula de sus instintos de libertad nativa.
Segundo. Después del cristianismo, que ha enseñado a los
pueblos modernos a considerarse como una familia de hermanos, nacidos de un
padre común, ningún elemento ha trabajado más activa y eficazmente en la unión
del género humano como el comercio, que une a lo s pueblos en el interés común
de alimentarse, de vestirse, de mejorarse, de defenderse del mal físico, de
gozar, de vivir vida confortable y civilizada.
El comercio, ha hecho sentir a los pueblos, antes que se
den cuenta de ello, que la unión de todos ellos multiplica el poder y la
importancia de cada uno por el número de sus contactos internacionales.
El comercio es el principal creador del derecho
internacional, como constructor incomparable de la unidad y mancomunidad del género
humano. El ha creado a Alberico Gentile y a Grocio, inspirados por la
Inglaterra y la Holanda, los dos pueblos comerciales por excelencia, es decir,
los dos pueblos más internacionales de la tierra por su rol de mensajeros y
conductores de las Naciones.
El derecho de gentes moderno, como hecho vivo y como
ciencia, ha nacido en el siglo XVI, siglo de las empresas gigantescas del
comercio, de los grandes descubrimientos geográficos, de los grandes viajes, de
las grandes y colosales empresas de inmigración y de colonización de los
pueblos civilizados de la Europa en los mundos desconocidos hasta entonces.
Esas conquistas del genio del hombre en el sentido de la
concentración del género humano, han sido preparadas y servidas por otras
tantas que han hecho en el dominio de las ciencias los Copérnico, Galileo,
Newton, Colón, Vasco de Gama, etc. Poniendo al mundo en el camino de su
consolidación por la acción de sus instituciones sociales y necesidades
recíprocas, estas ciencias han preparado la materia viva, el hecho palpitante
del derecho internacional, que es la organización del género humano en una
vasta asociación de todos los pueblos que lo forman.
El comercio, que ha realizado hasta hoy las inspiraciones
del cristianismo y de la ciencia, será el que trabaje en lo futuro en el
complemento o coronamiento de la civilización moderna, que no será más que una
semi- civilización, mientras no exista un medio por el cual pueda la soberanía
del género humano ejercer su intervención en el desenlace y arreglo de los
conflictos parciales, dejados ho y a la pasión y a la arbitrariedad de cada
parte interesada en desconocer y violar el derecho de su contraparte.
La ciencia del derecho hará mucho en este sentido; pero
más hará el comercio, pues el mundo es gobernado, en sus grandes direcciones,
más bien por los intereses que por las ideas.
Para completar su grande obra de unificación y
pacificación del género humano, el comercio no necesita más que una cosa, como
la religión cristiana: que se le deje el uso de su más completa y entera
libertad.
¿Qué importa que su genio haya inspirado los inventos del
ferrocarril, del buque a vapor, del telégrafo eléctrico, del cambio, del
crédito, y que posea en estos instrumentos las armas capaces de concluir con la
guerra, si le atáis las manos y le impedís emplearlos?
La libertad del vapor, la libertad de la electricidad,
significan las libertades del comercio o de la vida internacional, como la
libertad de la prensa, que es el ferrocarril del pensamiento, significa la
libertad de las ideas.
Cada tarifa prohibitiva o protectriz del atraso
privilegiado, es un Pirineo, que hace de cada nación una España o una China, en
aislamiento.
Las tarifas de ese género superan a las montañas, en que
no admiten túneles subterráneos.
Las tarifas sirven a la guerra mejor que las
fortificaciones, porque estorban por sistema y pacíficamente la unión de las
naciones en un todo común y solidario, capaz de una justicia internacional
destinada a reemplazar la guerra, que es la justicia internacional que hoy existe.
Cada ferrocarril internacional, por el contrario, vale
diez tratados de comercio, como instrumento de unificación internacional; el
telégrafo, suprimiendo el espacio, reúne a los soberanos en congreso permanente
y universal sin sacarlos de sus palacios. Los tres cables trasatlánticos, son
la derogación tácita de la doctrina de Monroe, mejor que hubieran podido
estipularla tres congresos de ambos mundos.
Y si las tarifas son impenetrables al vapor, tanto peor
para ellas, pues ese agente omnipotente se las llevará por delante enteras y de
una pieza.
Por los conductos de comunicación que abre el comercio
entre Estado y Estado, y tras él, se precipitan las expediciones de las
ciencias, las misiones de la religión, las grandes emigraciones de los pueblos
y las masas de visitantes, que por placer, por curiosidad y para educarse, se
envían unas a otras las naciones modernas; y la consolidación del género humano
en su vasta unidad, recibe de la acción de esos elementos un desarrollo más y
más acelerado.
Pero ninguna fuerza trabaja con igual eficacia en el
sentido de esa labor de unificación, como la libertad de los pueblos, es decir,
la participación de los pueblos en la gestión y gobierno de sus destinos
propios.
La libertad es el instrumento mágico de unificación y
pacificación de los Estados entre sí, porque un pueblo no necesita sino ser
árbitro de sus destinos, para guardarse de verter su sangre y su fortuna en
guerras producidas las más veces por la ambición criminal de los gobiernos.
A medida que los pueblos son dueños de sí mismos, su
primer movimiento es buscar la unión fraternal de los demás. Es fácil observar
que los pueblos más libres son los que más viajan en el mundo, los que más
salen de sus fronteras y se mezclan con los otros, los que más extranjeros
reciben en su seno. Ejemplo de ello, la Holanda, la Inglaterra, los Estados
Unidos, la Suiza, la Bélgica, la Alemania. El comercio y la navegación no son
sino la forma económica de su libertad política; pero la más alta función de
esta libertad en servicio de la paz, consiste en la abstención sistemática y
normal de toda empresa de guerra contra otra nación.
Y como el progreso creciente de cada pueblo en el sentido
de su civilización y mejoramiento, trae consigo como condición y resultado la
intervención creciente del pueblo en la gestión de su gobierno, con los
progresos de la libertad de cada país se operan paralelamente los que hace el
género en la dirección de su organización en un cuerpo más o menos homogéneo,
susceptible de recibir instituciones de carácter judiciario, por las cuales
puede el mundo ejercer su soberanía en la decisión de los pleitos de sus
miembros nacionales, que hoy se dirimen por la fuerza armada de cada litigante,
como en pleno desierto y en plena barbarie.
Que ese progreso viene paso a paso, la historia de la
civilización moderna lo demuestra; y la garantía de que acabará de llegar del
todo, es que viene, no por la fuerza de los gobiernos, sino por la fuerza de
las cosas contra la resistencia misma de los gobiernos.
Hoy parece paradoja. ¿Quién en los siglos IX y X no
hubiese llamado paradoja a la idea de que la Francia entera llegaría a tener un
solo gobierno para los infinitos países y pueblos de que se componen su nación
y su suelo?
5.5.Ineficacia de la
diplomacia
Sin duda que la diplomacia es preferible a la guerra como
medio de resolver los conflictos internacionales, pero no es más capaz que la
guerra de resolverlos en el sentido de la justicia, porque al fin la diplomacia
no es más que la acción de las partes interesadas; acción pacífica, si se
quiere, pero parcial siempre, como la guerra, en cuanto a acción de las partes
interesadas.
La diplomacia, como todos los medios amigables, puede ser
una manera de prevenir los conflictos, pero no de resolverlos una vez
producidos.
Es raro el conflicto que se resuelve por la simple
voluntad de las partes en contienda.
Es preciso que una tercera voluntad las decida a recibir
la solución que, rara vez o nunca, agrada a la voluntad de las partes
interesadas admitir.
Esa tercera voluntad es la de la sociedad entera, y sólo porque
es de toda ella tiene la fuerza necesaria de imponerse en nombre de la
justicia, mejor interpretada por el que no es parte interesada en el conflicto.
Si los más ven mejor la justicia que los menos, no es porque muchos ojos vean
más que pocos ojos; sino porque los más son más capaces de imparcialidad y
desinterés.
La diplomacia es un medio preferible a la guerra; pero
ella, como la guerra, significa la ausencia de juez, la falta de autoridad
común. Son las partes abandonadas a sí mismas; es una justicia que los
litigantes se administran a sí propios; justicia imposible, por lo tanto, que
casi siempre degenera en guerra para no llegar a otro resultado que el de matar
la cuestión a cañonazos en vez de resolverla.
No hay solución amigable, como no hay sentencia o
justicia de amigos. Donde hay amistad no hay conflicto, porque la amistad le
impide nacer. Donde hay conflicto la amistad no existe, y por eso es que hay
conflicto.
El conflicto reside en las voluntadesXXVII, más bien que
en los derechos y en los intereses.
La amistad y la justicia debían ser inseparables; en la
realidad casi son inconciliables. La amistad que ve con los ojos de la
justicia, no es amistad: es indiferencia. La justicia que ve con los ojos de la
amistad, deja de ser justicia recta XXVIII.
Renunciar su derecho, no es resolver el conflicto; es cortarlo
en germen, es prevenirlo, impedir que nazca.
La transacción, es la paz negociada antes que estalle la
guerra.
Apelar a un común amigo, es ya buscar un juez; un juez de
paz o de conciliación, pero juez en cuanto parte desinteresada en el conflicto.
Un juez que es juez porque la voluntad del justiciable quiere
aceptar su fallo, no es un juez en realidad, porque es un juez sin autoridad
coercitiva, propia y suya.
Donde la fuerza del juez no puede imponerse a la fuerza
de las partes en conflicto, la guerra es inevitable.
Así, el arbitraje y los buenos oficios, son apenas el
primer paso hacia la adquisición del juez internacional que busca la paz del
mundo, que sólo hallará en una organización de la sociedad internacional del
género humano.
5.6.Emblemas de la guerra
La guerra entra de tal modo en la complexión y contextura
de la sociedad actual, que para suprimir la guerra sería preciso refundir la
actual sociedad desde los cimientos.
Esto es lo que se opera desde la aparición del cris
tianismo, frente a la sociedad de origen greco-romano, es decir, militar y
guerrero.
La sociedad actual es la mezcla de los dos tipos: el de
la guerra o pagano, el de la paz o cristiano.
A esto se debe que el mismo cristianismo ha sido considerado
como conciliable con la guerra, y la prueba viviente de esta extraña doctrina
es que el Vicario del mismo
Jesucristo en la tierra ciñe una espada, lleva una corona
de Rey, es decir, de jefe temporal de un poder militar, tiene cañones,
ejércitos, da batallas, las premia, las festeja, sin perjuicio del quinto
mandato de la ley cristiana, que ordena no matar.
La ley de paz, o el cristianismo, ha santificado a muchos
guerreros, que ocupan los altares católicos, tales como San Jorge, San Luis y
tantos otros santos de espada. Pero esto ya es menos asombroso que un Vicario
de Jesucristo armado de cañones rayados y de fusiles
Chassepot, es decir, de las armas más destructoras que
conoce el arte militar.
La justicia es representada con una espada en la mano.
La ciencia, por la figura mitológica de Pallas o Minerva,
que viste un casco guerrero y lleva una lanza.
El gobierno civil y político es representado por diversos
signos o instrumentos más o menos coercitivos, como la espada, el bastón, el
cetro. Poder quiere decir sable, en el vocabulario del gobierno de los pueblos.
El honor, es el orgullo del mérito que se prueba por las
armas. El caballero es un hombre de espada, que sabe batirse y matar a su
adversario.
El ornamento del diplomático, es decir, del negociador de
la paz de las naciones, es la espada.
La etiqueta de los reyes quiere que un caballero no se
mezcle con las damas en los salones de la Corte sino armado de una espada.
El bigote es el signo del guerrero, porque esconde la boca,
que traiciona la dulzura del corazón. Nada más que la supresión del bigote
sería ya una conquista en favor de la paz, porque la boca, como órgano
telegráfico del corazón, habla más a los ojos que a los oídos. Naturalmente el
bigote es de rigor en los tiempos y bajo los gobiernos militares; es un
coquetismo de guerra; un signo de amable y elegante ferocidad.
5.7.La gloria
Una de las causas ocultas y no confesadas de la guerra, reside
en las preocupaciones, en la vanidad, la idolatría por lo que se llama gloria.
La gloria es el ruido entusiasta y simpático que se produce alrededor de un
hombre.
Pero hay gloria y gloria. La gloria en general es el
honor de la victoria del hombre sobre el mal.
Pero el mal es un hombre en las edades en que el hombre
reviste de su personalidad todos los hechos y cosas naturales que se tocan con
él. El hombre primitivo, como el niño, todo lo personaliza.
El mal es un individuo que se llama el diablo; la parte,
es una persona humana.
Desde que se conocen las leyes naturales que gobiernan al
hombre mismo, el mal deja de ser un hombre poco a poco. Es un hecho, que existe
en la naturaleza.
La guerra entonces cambia de objeto; es contra la naturaleza
enemiga, no contra el hombre. La victoria cambia de objeto y de enemigos, y la
gloria cambia de naturaleza.
La gloria de Newton, de Galileo, de Lavoisier, de
Cristóbal Colón, de Fulton, de Stephenson, deja en la oscuridad la del bárbaro
guerrero que ha brillado en la edad de tinieblas, cuando se creía que enterrar
un hombre era matar el error, la ignorancia, la pobreza, el crimen, la
epidemia.
La guerra, como el crimen, puede seguir siendo productiva
de lucro para el que la hace con éxito; pero no de gloria, si ella no deriva
del triunfo de una idea, del hallazgo de una verdad, de un secreto natural
fecundo en bienes para la humanidad.
Las armas de la idea son la lógica, la observación, la
expresión elocuente, no la espada.
De otro modo es la gloria un puro paganismo. Nos reímos de
los dioses mitológicos de la antigüedad pagana y de los santos de los
católicos; pero, ¿somos otra cosa que idólatras y paganos cuando tributamos
culto a los grandes matadores de hombres, erigidos en semidioses por la
enormidad de sus crímenes? ¿No nos parecemos a los salvajes de Africa que rinden
culto a las serpientes como a divinidades, sólo porque son venenosas y mortales
sus mordeduras?
Damos a los hombres el rango de principios; a la verdad,
le damos carne y huesos; y a estos simulacros sacrílegos y grotescos les
alzamos altares sólo porque han osado ellos mismos dar a su espada el rango de
la verdad y del derecho.
Entrar en las vías de ese paganismo político es dejar sin
su culto estimulante a las verdades que interesan al género humano en las
personas gloriosas de sus descubridores.
La poesía, la pintura, la escultura pueden dar a esas grandes
verdades, un cuerpo, una imagen digna de ellos; pero es un sacrilegio el
reemplazarlas por los hombres en el tributo del culto que merecen.
5.8.Gloria pacífica
Los pueblos son los árbitros de la gloria; ellos la
dispensan, no los reyes. La gloria no se hace por decretos: la gloria oficial
es ridícula. La gloria popular, es la gloria por esencia.
Luego los pueblos, con sólo el manejo de este talismán, tienen
en su mano el gobierno de sus propios destinos. En faz de las estatuas con que
los reyes glorifican a los cómplices de sus devastaciones, los pueblos tienen
el derecho de erigir las estatuas de los gloriosos vencedores de la oscuridad,
del espacio, del abismo de los mares, de la pobreza, de las fuerzas de la
naturaleza puestas al servicio del hombre, como el calor, la electricidad, el gas,
el vapor, el fuego, el agua, la tierra, el hierro, etc.
Los nobles héroes de la ciencia, en lugar de los bárbaros
héroes del sable. Los que extienden, ayudan, realizan, significan la vida, no
los que la suprimen so pretexto de servirla; los que cubren de alegría, de
abundancia, de felicidad las naciones, no los que las incendian, destruyen,
empobrecen, enlutan y sepultan.
5.9.El mejor preservativo
de la guerra
No hay un preservativo más poderoso de la guerra, no hay
un medio más radical de conseguir su supresión lenta y difícil, que la
libertad.
La libertad es y consiste en el gobierno del país por el
país XXIX. Un gobierno libre en este sentido, no necesita ejércitos poderosos,
ni siquiera de un ejercito débil, para sostenerse.
Pero, no puede existir sin un ejército, el gobierno que no
es ejercido por el país. Este gobierno, en rigor, es un poder usurpado al país,
que no puede por lo tanto dejar de ser su antagonista ya que no su adversario.
Para someter a este adversario, el gobierno necesita de un ejército fuerte y
permanente como una institución fundamental.
Para ocultar esta func ión anti- nacional del ejército,
para legitimar su existencia a los ojos del país, que lo forma con sus mejores
hijos y con la mayor parte de su tesoro, se ocupa al ejército en guerras
extranjeras, que no tienen a menudo más causa ni razón de ser que la de emplear
el ejército, que es preciso mantener como instrumento de gobierno interior.
Las guerras sobrevienen, porque existen ejércitos y
escuadras; y los ejércitos y escuadras existen porque son indispensables y el
único apoyo de los gobiernos que no son libres, es decir, del país por el país.
No hay prueba más completa que la que esta verdad recibe
del testimonio uniforme y constante de la historia.
Los países libres no tienen grandes ejércitos permanentes,
porque no necesitan de ellos para ejercer sobre sí mismos su propia autoridad;
y son los que viven en paz más permanente porque no necesitan guerras para
ocupar ejércitos, que no tienen ni necesitan tener. Son ejemplos de esta
verdad, la Inglaterra, los Estados Unidos, la Holanda, etc., y de la verdad
contraria es una prueba histórica el ejemplo de todos los gobiernos tiránicos y
despóticos, que viven constantemente en guerras suscitadas y sostenidas por
sistema, para justificar dos misterios de política interior: la necesidad de
mantener un fuerte ejército, que es toda la razón de su poder sobre el país; y
un estado de crisis y de indisposición permanente que autorice el empleo de los
medios excepcionales de formar y sostener el ejército y de suscitar las guerras
que su empleo exterior hace necesarias.
Así, para llegar a la posesión y goce de una paz
permanente, y suprimir, en cierto modo la guerra, el camino lógico y natural es
la disminución y supresión de los ejércitos; y para llegar a suprimir los
ejércitos, no hay otro medio que el establecimiento de la libertad del país
entendida a la inglesa o la norteamericana, la cual consiste en el gobierno del
país por el país; pues basta que el país tome en sus manos su propio gobierno,
para que se guarde de prodigar su sangre y su oro en formar ejércitos para
hacer guerras que se hacen siempre con la sangre y el oro del país, es decir,
siempre en su pérdida y jamás en su ventaja.
5.10. Influencia de las
relaciones exteriores
Si el derecho interior, que organiza y rige al gobierno
de un país, es de ordinario todo el secreto y razón de su política exterior, no
es menos cierto que el derecho exterior o internacional es a menudo causa y
razón de ser del derecho interno de un Estado.
Por el derecho internacional, es decir, por las alianzas,
se hacen servir los ejércitos del extranjero a la supresión de la libertad
interior, o lo que es igual, a la confiscación del gobierno del país por el
país; y cuando no los ejércitos del extranjero, al menos su cooperación
política, su acción indirecta de carácter moral y fiscal, al mismo objeto.
Tal ha sido en tiempos no remotos el derecho internacional
de los gobiernos absolutos y despóticos: su última página fue el tratado de la
Santa Alianza. Pero el derecho de ese internacionalismo, de esa diplomacia de
opresión y de ruina para la libertad interior, fueron los tratados españoles y
portugueses de los tiempos de Carlos V, Felipe II y posteriores reyes
absolutos, de España y Portugal, sobre todo en lo concerniente a sus colonias
de América, guardadas por esa legislación como claustros o posesiones cerradas herméticamente
y en estado de guerra frecuente para el acceso del extranjero.
Esos son los tratados internacionales que se han reunido y
publicado recientemente (¡por un americano!) con el nombre de Tratados de los
Estados de la América del Sud: los tratados españoles y portugueses, el derecho
internacional de España y Portugal, de sus tiempos más atrasados y tenebrosos
en materia de gobierno interior y exterior, los que un republicano (de Sud
América, es verdad) ha reimpreso para utilidad y servicio de los gobiernos
modernos de las Repúblicas de la América antes española.
Y algunos de estos gobiernos han costeado con gruesas sumas
de su tesoro la exhumación de esos fósiles abominables y abominados, que la
mano de la civilización moderna había enterrado en servicio de su causa.
Naturalmente, el gobierno del Brasil es uno de ellos
Capítulo VI PROMOTORES
DE LA PAZ
Las Fuerzas de Paz de la ONU, popularmente
conocidas como los Cascos Azules debido al color de los mismos, son cuerpos
militares encargados de crear y mantener la paz en áreas de conflictos,
monitorear y observar los procesos pacíficos y de brindar asistencia a ex
combatientes en la implementación de tratados con fines pacíficos. Actúan por
mandato directo del Consejo de Seguridad de la ONU y forman parte miembros de
los ejércitos de los países miembros integrantes de las Naciones Unidas
integrando una fuerza multinacional.
Su origen se remonta al 1948,
cuando el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas abogó por la creación de
una fuerza multinacional que pusiese fin y supervisara el cese de las
hostilidades entre Egipto e Israel.
Esta misión no fue militar, sino que estaban presentes como observadores.
Una misión, que no corresponde con sus
presuntos objetivos, fue su participación en el conflicto entre Corea del Norte
y Corea del Sur en 1950, en el cual intervinieron por mandato del Consejo de Seguridad
- el cual sesionó en ausencia de la Unión Soviética-
tomando parte en forma directa en este conflicto armado.
La primera misión militar fue en 1956
durante la Crisis del Canal de Suez por una resolución presentada a la Asamblea General de la ONU por el ministro de asuntos extranjeros canadiense Lester Bowles Pearson. Posteriormente han actuado en otros conflictos en Oriente Medio, Líbano, Chipre,
Mozambique, Somalia, Bosnia,
etcétera.
El origen de los “llamativos” colores,
tanto de sus cascos como de sus vehículos (blanco), se aprobó puesto que se
quería dejar claro que se trataba de un cuerpo de paz fácilmente identificable,
que no necesitaba camuflarse o pasar inadvertido para cumplir sus objetivos.
Los Cascos Azules o Fuerza de mantenimiento
de la Paz de las Naciones Unidas tienen la misión de:
·
Supervisar el cumplimiento del alto el fuego.
·
Desarmar e inmovilizar a los combatientes.
·
Proteger a la
población civil (dando medicinas y alimento a la población más pobre)
·
Realizar el
mantenimiento de la ley y el orden y entrenar una fuerza local de policía.
Limpiar de minas los territorios.
·
Velar por el
desarrollo de la paz y la seguridad en el mundo.
·
Misión principal es
apoyar la solución de conflictos entre países y entre comunidades dentro de un
mismo país.
A pesar de que los objetivos de los Cascos
Azules son la solución de conflictos y el mantenimiento de la paz, en varias
ocasiones han sido objeto de críticas por parte de actuaciones contrarias a los
derechos humanos. Uno de estos casos tuvo lugar en Ruanda en 1994, cuando los
Cascos Azules fueron acusados de abandonar a los tutsis a manos del exterminio
hutu. Otro ejemplo más reciente fue lo ocurrido en Haití en 2007, cuando un centenar
de los integrantes de las tropas fueron acusados de abuso y explotación sexual
contra la población. Estas tropas fueron sustituidas por Cascos Azules formados
exclusivamente por mujeres, 600 en total.
El Cuerpo de Paz es una agencia
federal independiente de los Estados Unidos. Fue establecido por el Decreto Ley 10924 el 1 de marzo de 1961
y fue autorizado por el Congreso
el 22 de septiembre
del mismo año al aprobar el Acta del Cuerpo de Paz (ley pública 87-293). El
Acta del Cuerpo de Paz declara que su propósito es:
"promover la paz y la amistad
mundial a través del Cuerpo de Paz, el cual hará disponible para los países y
áreas interesados a los hombres y las mujeres estadounidenses que estén
dispuestos a servir y estén capacitados para trabajar en el extranjero, bajo
condiciones difíciles si es necesario, y ayudar a las personas de tales países
y áreas a satisfacer sus necesidades de mano de obra calificada."
Desde 1960, más de 187.000 personas
han trabajado como voluntarios del Cuerpo de Paz en 139 países.2 3 4
El Presidente Barack Obama nombró a Aaron Williams como director
el 14 de julio de 2009. Williams era anteriormente
el vicepresidente de una empresa de desarrollo internacional, y voluntario del
Cuerpo de Paz en los años 60, en la República Dominicana.
El Cuerpo de Paz envía a voluntarios a
más de 70 países a trabajar con gobiernos, escuelas, organizaciones no
lucrativas, organizaciones no gubernamentales y empresas en las áreas de
educación, negocio, tecnología de información, agricultura y ambiente. El
programa tiene oficialmente tres metas:
Ayudar a las personas de países
interesados a resolver las necesidades de trabajadores ayudar a promover una
comprensión mejor de los estadounidenses hacia pueblos a quienes ayudó ayudar a
promover una comprensión mejor por parte de otros pueblos hacia los estadounidenses
El Cuerpo de Paz en primer lugar
anuncia su disponibilidad a los gobiernos extranjeros. Estos gobiernos entonces
determinan las áreas en las cuales la organización puede estar implicada.
La organización después chequea las
asignaciones solicitadas a su grupo de aspirantes y envía voluntarios con las
habilidades apropiadas a los países que primero hicieron las peticiones.
Después del final de la Segunda Guerra Mundial, varios de los miembros del congreso de Estados Unidos
propusieron proyectos para establecer las organizaciones voluntarias en países
en vías de desarrollo. En 1952, el senador Brien McMahon (D-Connecticut)
propuso un “ejército” de estadounidenses jóvenes para actuar como “misionarios
de la democracia.” Las organizaciones privadas no religiosas comenzaron a
enviar a voluntarios a ultramar durante los años 50.
Aunque al Presidente John F. Kennedy se le atribuye la creación del Cuerpo
de Paz, la primera iniciativa vino del senador Hubert H. Humphrey, Jr.
(D-Minnesota), quien introdujo el primer proyecto para crear el Cuerpo de Paz
en 1957, tres años antes de JFK y de su discurso en la Universidad de Michigan.
En su autobiografía La educación de un hombre público, Hubert Humphrey
escribió:
"Había tres proyectos de
importancia emocional particular para mí: el Cuerpo de Paz, una agencia del
desarme y el tratado de prohibición de pruebas nucleares. El presidente,
sabiendo cómo me sentía, pidió que introdujera la legislación para los tres.
Introduje el primer proyecto del Cuerpo de Paz en 1957. No fue recibido con
mucho entusiasmo. Algunos diplomáticos tradicionales temblaron ante el
pensamiento de millares de americanos jóvenes dispersos a través de su mundo.
Muchos senadores, algunos de ellos liberales, pensaron que era una tonta e
inviable idea. Ahora, con un presidente joven impulsando su paso, llegó a ser
posible y lo empujamos rápidamente a través del senado. Está de moda ahora
sugerir que los voluntarios del Cuerpo de Paz ganan tanto o más como la
experiencia en los países donde han trabajado. Eso puede ser verdad, pero no
debe degradar su trabajo. Tocaron muchas vidas y las hicieron mejores."
La sede del Cuerpo de Paz, ubicada en
1111 20th Street, NW en el barrio Foggy Bottom de Washington,
D. C.
Sin embargo, no fue hasta 1956 que
ésta propuesta para el primer programa nacional del servicio al exterior
recibió la atención seria en Washington después de que el Representante Henry S. Reuss
(de Wisconsin) promoviera las ideas “los 4
objetivos de un cuerpo joven.” En 1960, él y el senador Richard L. Neuberger de
Oregon introdujeron medidas idénticas que llamaban a un estudio no
gubernamental de la “conveniencia y de la factibilidad” de tal empresa.
Conjuntamente El Comité de Asuntos Exteriores y el Comité del Senado para las
Relaciones Exteriores apoyaron la idea de un estudio, el último escrito de la
propuesta de Reuss sobre la legislación mutua de la seguridad pendiente hasta
ese momento. De esta manera se convirtió en ley en junio de 1960. En agosto el
acto mutuo de las apropiaciones de la seguridad fue decretado, otorgando una
disponibilidad de $10.000 para el estudio, y en noviembre ICA contactaron a
Maurice Albertson, Andrew E. Arroz y Pauline E. Burkey de la Fundación de la
Investigación de la Universidad Estatal de Colorado para realizar el estudio.
John F. Kennedy primero anunció su
propia idea para tal organización durante la campaña presidencial de 1960 en un
discurso en la Universidad de Michigan en Ann Arbor el 14 de octubre. Más
tarde, durante un discurso en San Francisco, California el 1 de noviembre,
nombró a esta organización como “Cuerpo de Paz.” Los críticos del programa
(incluyendo al opositor, Richard M. Nixon) demandaron que el programa no sería
sino un asilo para desertores. Otros dudaron si los voluntarios universitarios
tendrían las habilidades necesarias. La idea era popular entre estudiantes de
universidad, sin embargo, y Kennedy siguió persiguiéndolo, pidiendo a estimados
académicos como Max Millikan y Chester Bowles ayudarlo a perfilar la
organización y sus metas. Durante su discurso inaugural, Kennedy prometió otra
vez crear el programa: "Y por eso, compatriotas: pregunte no lo que su
pais puede hacer por usted, sino lo que usted puede hacer por su país".
El 1 de marzo de 1961, Kennedy firmó el Decreto Ley 10924, que lanzó oficialmente el
Cuerpo de Paz. Preocupado por la creciente cantidad de sentimiento
revolucionario en el tercer mundo, Kennedy vio el Cuerpo de Paz como medio de
contrarrestar el concepto del llamado “Ugly American” (Estadounidense Feo) y
del “Imperialismo Yanqui”, especialmente en las naciones emergentes de África y
Asia post-colonial.
El 4 de marzo, Kennedy nombró a su cuñado Sargent Shriver
como el primer director del programa. Shriver fue encargado de ampliar la
organización, lo que hizo con la ayuda de Warren W. Wiggens
y otros. Shriver y su think
tank listaron las
tres metas principales del Cuerpo de Paz y decidieron el número de voluntarios
que necesitaban reclutar. El programa empezó a reclutar a voluntarios al julio
siguiente.
Hasta aproximadamente 1967, los
candidatos al Cuerpo de Paz tuvieron que aprobar un examen de acceso a la
organización que probaba su aptitud general (el conocimiento de varias
capacidades necesarias para los puestos del Cuerpo de Paz) y su aptitud
lingüística. Después de un discurso de Kennedy, el programa fue autorizado
formalmente por el Congreso Estadounidense el 22 de septiembre de 1961 y, en menos de 2 años, más de
7.300 voluntarios servían en 44 países. Este número aumentó a 15.000 en junio
de 1966, que era el número más grande en la historia de la organización hasta
que se superó en 2003 (7.553 voluntarios).
La organización experimentó una gran
polémica el primer año de su operación. El octubre de 13 de 1961, Margery Jane
Michelmore, una voluntaria en Nigeria, le envió una postal a un amigo en los
EE. UU. En ésta, caracterizó su situación en Nigeria como de "miseria y
condiciones absolutamente primitivas". Sin embargo, esta postal nunca
salió del país. La Unión Estudiantil de la Universidad de Ibadán reclamó la
deportación de los estudiantes y los acusaron de ser los espías internacionales
de los EE. UU. y el proyecto de ser "una conspiración diseñada para
fomentar el neocolonialismo". Poco después, la prensa internacional se
enteró de la historia, llevando a varias personas de alto rango de la
administración estadounidense cuestionar el futuro de todo el programa. Algunos
estudiantes nigerianos protestaron contra el programa, y los voluntarios
estadounidenses se retiraron temporalmente de sus puestos, comenzando luego una
huelga de hambre. Después de varios días, los estudiantes nigerianos acordaron
dialogar con los estadounidenses.
El impacto del Cuerpo de Paz durante
esta época fue mínimo. Para 1966, más de 15.000 voluntarios se encontraban
trabajando en el campo, siendo este el segundo número más alto de voluntarios
activos en la historia de esta organización. En julio de 1971, el Presidente
Richard Nixon, un oponente del programa, puso al Cuerpo de Paz bajo el control
de la agencia "paraguas" ACTION. El Presidente Jimmy Carter, un
defensor del programa, dijo que su madre, quien había servido como enfermera en
el programa, había tenido "una de las experiencias más gloriosas de su
vida" en el Cuerpo de Paz. Debido a esto, Carter declaró en 1979 la
organización completamente autónoma mediante un Decreto Ley. Esta independencia
se consolidó cuando el Congreso aprobó una legislación en 1981 para convertir
la organización en una agencia federal independiente.
Capítulo VII. Neutralidad
¿Quién
representa hoy día la neutralidad? La generalidad, la mayoría de las naciones
que forman la sociedad-mundo.
Los
neutrales que en la antigüedad fueron nada, hoy lo son todo. Ellos forman el
tercer estado del género humano, y ejercen o tienen la soberanía moral del
mundo.
¿Qué
objeto tiene la ley que mata al asesino de otro hombre? No es resucitar al
muerto, ciertamente. Es el de impedir que el asesino repita su crimen en otro
hombre vivo, y que su ejemplo sea imitado por otro hombre. Esos otros, que no
son el asesino y la víctima, son los neutrales de su combate singular, es
decir, todos los hombres que forman la sociedad extraña y ajena a ese combate.
Prescindir
del neutral al tratar de la guerra, es prescindir del juez y del ofendido al
tratar del crimen privado o público, es decir, de la sociedad insultada por el
crimen y defendida por la pena del criminal.
La
parte ofendida en todo crimen es la sociedad, y esa es la razón porque la
sociedad reclama el castigo del criminal en su defensa. En el derecho de la
víctima, hollado, la sociedad ve una amenaza al derecho de todos los demás
miembros de la sociedad, es decir, de los neutrales, de los que no han tenido
parte activa en el combate criminal, que sin embargo, los afecta.
Y así como nadie es ne utral
en la riña de dos hombres, ningún Estado lo es, en la guerra de dos naciones,
en el sentido siguiente: que si no todos son actores en la guerra, todos al
menos sufren sus efectos morales y materiales.
Luego la sociedad-mundo
tiene un derecho derivado del interés de su conservación, si no para tomar
parte en la guerra (lo cual sería contradictorio), al menos para hacer todo lo
que está en su mano para desaprobarla, condenarla moralmente, castigarla por
gestos, por actitudes, por toda clase de demostraciones antipáticas.
Cuando Roma era el mundo, no
podía haber neutrales si Roma entraba en guerra. Era su enemiga la nación que
no era su aliada: estaba contra Roma el que no estaba con Roma.
Y como fuera de Roma no
había naciones, sino bárbaros, no podía existir derecho internacional donde
sólo había una nación. Así, Roma llamaba derecho de gentes, es decir, derecho
romano relativo a los extranjeros o bárbaros, a lo que se ha llamado derecho
internacional desde que ha habido muchas naciones iguales en civilización y en
fuerza, en lugar de una sola.
¿Quiénes son desde entonces
los neutrales en toda guerra? Todo el mundo, es decir, los que no son
beligerantes.
Grocio, sin embargo, ha
olvidado el todo por la parte, gobernado sin duda por el derecho romano, que
prescindió de los neutros, por la sencilla razón de que no existían entonces,
pues Roma era el mundo entero, y fuera de Roma no había sino esclavos, colonos
y bárbaros.
Con razón observa Wheaton
que ni siquiera existe en la lengua de la legalidad romana la palabra latina
que responda a la idea de neutralidad o neutro.
La palabra ha nacido con el
hecho el día que la ciudad-mundo se ha visto reemplazada por el mundo compuesto
de una masa innumerable de naciones iguales en poder y en derecho, como el
hombre de que se componen.
Los neutrales son entonces en la gran sociedad de la
humanidad lo que es la mayoría nacional y soberana en la sociedad de cada
Estado.
La neutralidad no sólo tiende a gobernar el mundo internacional,
sino que penetra en el corazón de cada Estado XXXI, bajo la égida de la
libertad de pensar, de opinar y escribir.
A la localización de la guerra va a suceder la sub-
localización de esta misma, en una función oficial de gobierno, que puede
condenar y eludir todo ciudadano libre, no en interés del enemigo sino del
propio país, no por traición, sino por lealtad viril e independiente.
Las nociones del patriotismo y la traición deben
modificarse por el derecho de gentes humanitario, en vista de los destinos que
han cabido a los creadores del derecho internacional moderno, todos ellos
proscriptos y acusados de traición por un patriotismo chauvin y antisocial.
Alberico Gentile, Grocio, Bello, Lieber, Bluntschli, ciudadanos del mundo, como
el Cristo y sus apóstoles, han encontrado el derecho internacional moderno en
el suelo de la peregrinación y el destierro en que los echó la ingratitud
estrecha de su patria local. Así, el patriotismo en el sentido griego y romano,
es decir, chauvin, ha muerto por sus excesos. El ha creado el cosmopolitismo,
es decir, el patriotismo universal y humano.
Los
romanos no conocían la palabra neutralidad, o la aptitud que esta palabra
representa, y tenían razón, en cierto modo, porque no hay neutralidad ni
neutrales ante dos o más naciones que se hacen la guerra.
La
solidaridad de intereses, la mancomunidad de destinos de todos los países que
viven relacionados por el suelo o por los cambios de servicios, es tan grande,
que ella excluye, por falta de verdad, la idea de que puede ser ajeno a la
guerra de dos pueblos un tercer pueblo que vive en relación con ellos.
Las personas pueden ser relativamente neutrales o ajenas
a la contienda, los intereses no dejan nunca de ser beligerantes para las
consecuencias dañinas de la guerra, por extranjera que ella sea y por ajena que
parezca.
Pero donde sufren los intereses de los hombres, ¿no
sufren los hombres mismos?
Toda la neutralidad se reduce a sufrir los efectos de la
guerra como un beligerante indirecto, sin hacer activamente esa guerra por las
armas.
Si todos sufren los efectos de la guerra, -beligerantes y
neutrales,- todos tienen igual derecho a intervenir en ella, para evitar sus
efectos nocivos cuando menos.
La intervención, en este caso, es la defensa propia, el
primero de los derechos naturales del hombre colectivo.
Ellos eran el mundo. En sus guerras nadie era ni podía
ser neutral.
Lo que eran entonces los romanos, que así entendían y
practicaban el derecho de gentes, está hoy representado por la totalidad de la
Europa civilizada, no por tal o cual nación poderosa.
Ese derechoXXXII existe no en algunos casos, sino en todos
los casos de guerra, y los romanos tenían razón en mezclarse en todas las
guerras de su tiempo, porque ellos eran entonces la mayoría del mundo
civilizado, y representaban el derecho de la sociedad humana en general.
Todo lo que hoy forma el mundo civilizado, en el viejo
continente, - la Europa, el Asia y el Africa- formaba geográficamente el mundo
de los romanos. No eran un pueblo: eran un mundo, el pueblo-mundo, que tiende a
reconstruirse, en otra forma, sobre la base de la autonomía nacional de los
numerosos pueblos independientes y separados que han sucedido al pueblo romano
en la ocupación de sus antiguos dominios territoriales.
Los estados modernos, aunque independientes, forman un
solo mundo por la solidaridad de los intereses que los relacionan y ligan
indisolublemente.
Esta solidaridad, que se agranda Y fortifica con los
progresos de la civilización, excluye la idea de que un pueblo pueda ser
neutral o ajeno del todo a la guerra en que dos o más pueblos de la gran sociedad
humana hieren intereses que son de toda la comunidad dicha neutral, no
solamente de los dos estados dichos beligerantes.
7.3.La misma fuerza del
sentimiento
Los
neutrales que no saben armarse para imponer la paz en su defensa, merecen
perder la soberanía que no saben defender ni hacer respetar.
Sólo
la impotencia física puede ser su excusa; pero siendo ellos la mayoría de los
pueblos de un continente, su impotencia nace de su aislamiento y desunión, es
decir, de una falta de que son responsables ellos mismos ante la civilización
común y ante el interés bien entendido de cada uno.
La
neutralidad que no es armada no es neutralidad, porque su debilidad la subyuga
al beligerante a quien estorba. Pero como no hay arma capaz de sustituir a la
unión en poder, la neutralidad será siempre una quimera si no es la actitud
general y común del mundo entero, ligado o entendido a ese fin por un pacto
tácito o expreso.
El
día que, la neutralidad se constituya, arme y organice de este modo, la paz del
mundo dejará de ser una utopía.
Esa
liga, felizmente, esa organización vendrá por sí misma, como resultado
espontáneo y lógico de la coexistencia de muchos estados ajenos a la razón
local o parcial que pone en guerra a dos o más de ellos. Si esa asociación no
ha existido en otros tiempos, es porque no existían los asociados de que debía
formarse la liga. No había más que un estado; era Roma. Era el mundo romano.
Cuando Roma hacía la guerra, había beligerantes, pero no neutrales; o más bien
que una guerra, en el sentido actual de esta palabra, era el proceso y el
castigo que el mundo romano infligía al pueblo extranjero que se hacía culpable
de infidencia o agresión a su respecto.
Los
neutrales dejarán de serlo a medida que adquieran el sentimiento de que son el mundo,
y que la parte ofendida en toda guerra son ellos mismos, es decir, la sociedad humana,
como en cada estado lo es la sociedad del país, para toda riña armada y sangrienta
entre dos o más de sus individuos.
Lo que ha oscurecido hasta aquí el derecho del mundo neutral
o no beligerante a ejercer una intervención judicial en toda contienda violenta
en que el derecho universal es atacado, es el error de considerar el derecho de
gentes como un derecho aparte y distinto del que protege la persona de cada
hombre en la sociedad de cada país.
El derecho es uno y universal, como la gravitación. Cada
cuerpo gravita según su forma y sustancia, pero todos gravitan según la misma
ley. Del mismo modo todas las criaturas humanas obedecen en las relaciones
recíprocas en que su naturaleza social las hace vivir a un mismo derecho, que
no es sino la ley natural según la cual se producen y equilibran las facultades
de que cada hombre está dotado para proveer a su existencia. El derecho de cada
hombre expira donde empieza el derecho de su semejante; y la justicia no es
otra cosa que la medida común del derecho de cada hombre.
El mismo derecho sirve de ley natural al hombre individual
que al hombre colectivo, a la persona del hombre para con el hombre, y a la
persona del Estado (que no es más que el hombre visto colectivamente) para con
el Estado.
En virtud de esa generalidad del derecho, todo acto en
que un hombre lo quebranta en perjuicio de otro hombre, es un doble ultraje
hecho al hombre ofendido y a la sociedad toda entera, que vive bajo el amparo
del derechoXXXIII; y todo acto en que un estado lo quebranta en daño de otro
estado, es igualmente un doble atentado contra este estado y contra la sociedad
entera de las naciones, que vive bajo la custodia de ese mismo derecho.
De ahí, es la sociedad nacional la misma autoridad para
intervenir en la represión de las violencias parciales en que es atropellado el
derecho internacional o universal, que asiste a la sociedad en cada estado para
intervenir en la represión de las violencias parciales, cometidas contra el
derecho común en perjuicio inmediato y directo de un individuo.
Es Grocio mismo, padre del derecho internacional moderno,
el que enseña esta doctrina que alarma a los que sólo se preocupan de la
independencia o libertad exterior de los estados, sin atender a la institución
de una autoridad común de todos ellos que debe servir de garantía a la
independencia de cada uno.
Bien puede suceder (y es la razón plausible de esa
aberración) que esa autoridad, antes de ser liberal o protectriz de la libertad
de cada estado, empiece por ser arbitraria y despótica, pero ¿existe sobre la
tierra autoridad alguna, por justa y liberal que sea, que no haya empezado por
ser despótica?
El despotismo no es un derecho, no es un bien, es al
contrario un mal, pero un mal que es como la condición inevitable y natural de
todo poder humano, por legítimo que sea.
Si por el temor de ver disminuida la independencia de los
estados, se resiste a la institución de una autoridad común del mundo para
todos ellos, la guerra y la violencia tendrán que ser la ley permanente de la
humanidad, porque a falta de juez común, cada estado tendrá que hacerse
justicia a sí mismo, lo que vale decir injusticia a su enemigo débil.
Y para evitar el despotismo inofensivo de todos, cada uno
estará expuesto al despotismo terrible de cada uno.
7.4.El sentimentalismo
universal
Uno
de los elementos contrarios a la guerra, en cuanto sirven a la constitución de
una soberanía universal llamada a reemplazarla en la decisión de los conflictos
parciales de los pueblos, es, pues, el desarrollo de más en más creciente de
esa tercera entidad que se llama los neutrales; esa otra actitud, diferente del
estado de guerra, la cual se llama neutralidad, y envuelve esencialmente la
segunda condición del juez, que es la imparcialidad.
Los
neutrales, que son aquellos que no se ingieren ni participan de la guerra, son
los jueces naturales de los beligerantes por tres razones principales: Primera:
porque no son parte en el conflicto. Segunda: porque son capaces, a causa de su
ingerencia en la guerra, de la imparcialidad que no puede tener el beligerante.
Tercera: porque los neutrales representan y son la sociedad entera del género
humano, depositaria de la soberanía judicial del mundo, mientras que los
beligerantes, son dos entes aislados y solitarios, que sólo representan el
desorden y la violación escandalosa del derecho internacional o universal.
El
derecho soberano del mundo neutral se hace cada día más evidente, por la
apelación instintiva que hacen a él, los mismos estados que pretenden resolver
sus pleitos por la guerra XXXIV. Ellos dudan de la justicia de sus medios de
solución, cuando apelan al juez competente.
Así,
el desarrollo del derecho o la autoridad de los neutros, significa la reducción
y disminución del derecho pretendido de los beligerantes, y si no significa
eso, no significa nada.
Ese
doble movimiento inverso, es un progreso de civilización política.
El
poder de los neutros, se desarrolla por sí mismo, porque no es más que la
difusión y la propagación del poder en los pueblos, que hasta aquí han vivido
impotentes y despreciados de los fuertes, y la difusión del poder no es más que
la propagación y vulgarización de la riqueza, de la inteligencia, de la
educación, de la cultura, que los pueblos más adelantados trasmiten a los
otros, para las necesidades mismas de su propia existencia civilizada.
La
idea de la neutralidad supone la de la guerra. Si no hubiese beligerantes, no
habría neutrales. Pero este aspecto de la guerra, visto desde el punto del que
no participa de ella, es ya un progreso, porque ya es mucho que haya quien
pueda ser un espectador de la guerra sin estar forzado a tomar en ella una
parte.
La
existencia de esa tercera entidad se ha hecho posible desde que el poder ha
dejado de ser el monopolio de un pueblo solo. Y la producción o aparición de
esa entidad pacífica en faz de dos entidades en guerra, ha puesto a la
humanidad en el camino que conduce al hallazgo de un juez imparcial para la
decisión de las cuestiones que no pueden ser resueltas con justicia por la
fuerza brutal de las partes interesadas.
Multiplicad
el número de los neutrales y su importancia respectiva y dais fuerza con eso sólo
a la tercera entidad, que un día será el juez competente y exclusivo de los beligerantes,
porque esa tercera entidad neutral no es otra cosa que el mundo entero, menos
dos o tres de sus miembros constitutivos.
Generalizar
la neutralidad, es localizar la guerra, es decir, aislarla en su monstruosidad escandalosa,
y reducirla poco a poco a avergonzarse de ella misma en presencia del mundo
digno y tranquilo, que la contempla horrorizado desde el terreno honroso del derecho
universal.
Los
neutrales son la regla, es decir, la expresión de la ley o del derecho, que es
la regla, los beligerantes son o representan la excepción a la regla, es decir,
el desvío y salida de la regla.
El
mundo debe ser gobernado por la regla, no por la excepción; por los neutrales,
no por los beligerantes.
Cuando
los neutrales hayan llegado a ser todo el mundo, la idea de neutralidad dará
risa, como daría risa hoy día el oír llamar neutral a todo el pueblo de que se
compone un Estado, considerado en su actitud de no participación en la riña
ocurrida entre dos de sus individuos.
7.5.Los neutrales
Así,
la justicia de la guerra, es atribución exclusiva del neutral, es decir, del
que no es beligerante ni parte directamente interesada en el debate.
Y
como no hay guerra que pueda ser universal, como toda guerra, de ordinario, es
un duelo singular de dos o tres Estados, se sigue que el neutral a ese debate,
no es ni más ni menos que todo el género humano.
Así, lo que se toma como extensión creciente del derecho
de los neutros, no es más que el desarrollo del derecho del mundo no
beligerante a ser juez de los debates locales de sus miembros.
El
mundo no es neutral sino en cuanto deja de ser beligerante en un encuentro
dado, como el Estado es neutral porque es ajeno al choque singular de los
individuos de su seno.
Pero
la neutralidad no es sino guerra, si se la considera como la indiferencia o el desinterés
absoluto, pues así como el Estado hace suyo, porque lo es, el interés y el castigo
de todo crimen privado, la sociedad del género humano o los neutros, son los realmente
interesados y competentes para intervenir en la defensa del derecho violado contra
ella misma en la persona de uno de sus miembros.
Sin
duda que es un progreso el desarrollo del derecho de los neutros comparado con
el tiempo en que la neutralidad o imparcialidad era imposible, cuando Roma que
era el mundo, poniéndose en guerra con un enemigo, no dejaba a su lado un solo
espectador desinteresado en la lucha.
Pero
la neutralidad es un progreso relativo que no tarda en convertirse en un atraso
relativo.
Sin
faltar a su deber y abdicar su derecho, el mundo no puede ser neutral en una
guerra que lo daña aunque no sea beligerante.
La
neutralidad es el egoísmo, es la complicidad, cuando por ella abdica el mundo
su derecho de impedir y resistir un choque violento y arbitrario en que el
derecho general de la humanidad es vulnerado de una y otra parte.
¿Qué
se diría de un juez, que ante el encuentro culpable de dos hombres, se
declarara neutral y les dejase despedazarse? Que se hacía cómplice del delito
ante la sociedad ofendida y traicionada por él.
Que
el mundo no posea los medios de ejercer su soberanía judicial contra los
Estados que se hacen culpables del crimen de la guerra, no quita eso que le
asista ese derecho soberano, y ya es poco, en el sentido de la adquisición de
esos medios, el reconocimiento del derecho del mundo a ponerlos en ejercicio,
como en la historia del derecho interno de cada Estado, el reconocimiento del
principio de la soberanía popular ha precedido a la toma de posesión y
ejercicio de esa soberanía.
Así
el desarrollo del derecho de autoridad de los neutros, es decir, del mundo
entero, menos unoXXXV o dos estados en guerra, es el principio de la formación
de un juez universal, con la imparcialidad esencial de todo juez para regular y
decidir las contiendas entregadas hoy a la fuerza propia y personal de cada
contendor interesado.
La
neutralidad representa la civilización internacional, como única depositaria de
la justicia del mundo.
7.6.Neutralización de
todos los Estados
Si
en tiempo de los romanos la idea de un Estado esencialmente neutral por
sistema, como en la Suiza, la Bélgica, los Principados UnidosXXXVI, hubiera
dado que reír, por absurda, ¿por qué no llegaría un día en que lo que hoy es
excepción, viniese a ser la regla de vida normal de todos los Estados? ¿Por qué
sus territorios no serían todos neutralizados, a punto de no dejar a la guerra
un palmo de tierra en el mundo en que poner su pie?
Tal
sería el resultado que produciría en la condición de los pueblos la abolición
de la guerra.
Un
pueblo neutralizado, es como un pueblo internacional, patria en cierto modo de
todo hombre de paz.
Esos
son los pueblos llamados a formar la sociedad internacional o el pueblo-mundo,
a su imagen de ellos.
El
rey de los belgas, Leopoldo I, no debió a su carácter todo su rol de juez de
paz de los pueblos, sino a la condición neutral de su país. No quedaría otro
rol a los soberanos todos del mundo el día que fuese neutralizada la tierra.
Como
hay pueblos internacionales, también hay hombres internacionales; y son éstos
los que han formado o formulado el derecho internacional moderno.
7.7.Extraterritorialidad
La extraterritorialidad, o el beneficio por
el cual cada Estado se considera incompetente para ser juez de los
representantes de otro Estado, en el caso mismo de tenerlos en su territorio,
podría verse como la premisa de una gran consecuencia lógica, a saber: que si el
Estado A, no tiene jurisdicción sobre el Estado B, aun dentro de su territorio
de A, menos puede tenerla dentro del territorio de B, el que ni en su suelo
propio tiene su jurisdicción sobre el representante del Estado extranjero,
menos puede tener una jurisdicción absoluta en el suelo del extranjero, no sólo
sobre el representante, sino sobre el Estado mismo que él representa.
Lo contrario, da lugar a este absurdo
ridículo: que el mismo que renuncia su jurisdicción sobre el soberano extraño
que habita en casa, cuando están en paz, se arma de una jurisdicción de su
hechura, la más absoluta, para juzgar al soberano extranjero en su territorio
extranjero, el día que la paz deja de existir entre uno y otro.
Un derecho que existe o deja de existir,
según el buen humor del que pretende poseerlo, no es un derecho sino un
despotismo.
Entre
el privilegio de extraterritorialidad que un Estado concede a otro Estado
extranjero, dentro de su propio suelo, y el privilegio que ese primer Estado se
concede a sí mismo de entrar en el suelo extranjero de su ex-amigo y manejarse
en él como en su propio territorio, el día que está enojado, lo justo sería
renunciar a los dos privilegios y reducirse al simple respeto del derecho, que
asegura a cada Estado la inviolabilidad de su territorio por el otro Estado, en
tiempo de guerra como en tiempo de paz, exactamente como según el derecho civil
común, la casa de un ciudadano es inviolable para otro ciudadano, en el caso
mismo en que este último abunde del derecho de quejarse.
Si
la libertad individual es paradoja cua ndo el hogar no es inviolable, la
libertad individual o independencia del Estado es un sofisma si su territorio
deja de ser inviolable.
Sólo
el mundo, en su interés general, tiene el derecho de allanar esa
inviolabilidad, en el caso excepcional de un crimen que le autorice a buscar su
defensa o su seguridad por ese requisito extremo y calamitoso.
CAPITULO VIII: LA
PROSCRIPCION DE LA GUERRA
El D.I. admitió durante siglos la guerra como un medio de solución de los conflictos
entre los Estados y,
en consecuencia, establecía normas específicas al respecto. Hasta no hace mucho
tiempo las exposiciones del D.I. presentaban una división en dos partes: el
Derecho de la paz y elDerecho de la guerra. A
su vez, el Derecho de la guerra se componía de normas que se dividían también
en dos partes:
las que hacían referencia a los casos en que los Estados
podían recurrir a la guerra (jus ad bellum) y las que regulaban la
conducta de los Estados
beligerantes, y la de éstos en sus relaciones con terceros Estados
ajenos al conflicto, durante la guerra (jus in bello).
Durante el presente siglo la
proscripción de la guerra realizada en el Pacto de Briand-Kellogg y en
la Carta de las Naciones Unidas (art. 2.4) han modificado radicalmente la
situación anterior aboliendo la competencia de la guerra que el D.I. reconocía a los Estados.
Esta evolución ha llevado a algunos autores a prescindir en sus exposiciones
del D.I. de las normas relativas a los conflictos armados, máxime cuando la
efectividad de dichas normas muchas veces se ha considerado muy débil
En la el preámbulo a la Carta de las Naciones Unidas se expresa que los
gobiernos del mundo se deben comprometer “a preservar a las generaciones
venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha
infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles, a reafirmar la fe en los
derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona
humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones
grandes y pequeñas, a practicar la tolerancia y a convivir en paz como buenos
vecinos, unir nuestras fuerzas para el mantenimiento de la paz y la seguridad
internacionales, asegurar, mediante la aceptación de principios y la adopción
de métodos, que no se usará; la fuerza armada sino en servicio del interés
común”
Con este precedente las naciones del mundo y ante el clamor general de
la humandidad proscribieron el uso de la guerra y la violencia.
8.2.EL PACTO DE BRIAND-KELLOGG
El pacto Briand-Kellogg, también conocido
como pacto de París, es
un tratado internacional que fue firmado el 27 de agosto de 1928 en París por iniciativa delministro de Asuntos Exteriores de Francia, Aristide Briand, y del Secretario de Estado de los Estados Unidos Frank
B. Kellogg, mediante
el cual los quince estados signatarios se comprometían a no usar la guerra como
mecanismo para la solución de las controversias internacionales. Este pacto es
considerado el precedente inmediato del artículo 2.4 de la Carta
de las Naciones Unidas, en el que se consagra con carácter general la prohibición del uso de
la fuerza.
CAPITULO IX: LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
El dominio sobre las áreas coloniales provocó
conflictos entre las potencias que se resolvían a través de acuerdos
diplomáticos, o bien de guerras que se mantenían dentro de un mareo
estrictamente local. Además, las alianzas que se formaban duraban poco y los
países cambiaban de bando frecuentemente, según las circunstancias.
Sin embargo, las reglas de juego de la diplomacia
internacional fueron variando poco a poco. A medida que crecían las necesidades
de expansión de las grandes potencias industriales, las confrontaciones se
fueron haciendo incontrolables. Por un lado, era difícil resolver los
conflictos en un escenario que se había ampliado. Los enfrentamientos ya no
sólo podían presentarse en Europa sino también en África, China o el Medio
Oriente. Además, había nuevos competidores y eran muy agresivos. Estados Unidos
y Japón se habían convertido en grandes potencias que se disputaban el dominio
del área del Pacífico. Alemania aparecía pujante y poderosa, pero insatisfecha
por haber llegado tarde al reparto colonial. Sus intereses expansionistas en
China y África del Sur chocaban con el dominio que los ingleses habían
establecido en esas zonas. Justamente, las posiciones irreconciliables entre
Alemania e Inglaterra fueron las que generaron un sistema de alianzas
permanentes que puso en peligro la paz mundial. Por un lado, se formó la Triple
Alianza, que en realidad fue sólo una alianza entre Alemania y Austria-Hungría,
pues Italia, el tercer integrante, no tardó en apartarse. Por otro, Francia, el
Imperio ruso y Gran Bretaña se unieron en la Triple Entente.
La Primera Guerra Mundial, también
llamada la Gran Guerra, se
desarrolló entre el 28 de
julio de 1914 y el 11 de
noviembre de 1918. Involucró a todas las grandes potencias
del mundo, que se alinearon en dos bandos enfrentados: por
un lado, los Aliados de la Triple
Entente, y, por otro, las Potencias Centrales de
laTriple Alianza.
En el
transcurso del conflicto fueron movilizados más de 70 millones de militares,
incluidos 60 millones de europeos,2 lo que lo convierte en una de las mayores guerras de la Historia.
Murieron más de 9 millones de combatientes,3 muchos a causa de los avances tecnológicos de la industria
armamentística, que hizo estragos contra una infantería que fue usada de forma
masiva y temeraria.
El asesinato del
archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero del trono del Imperio austro-húngaro, el 28 de junio de 1914 en Sarajevo, fue el detonante inmediato de la guerra, pero las causas subyacentes
jugaron un papel decisivo, esencialmente el imperialismo de las políticas exteriores de grandes potencias europeas como
el Imperio Alemán, el Imperio austro-húngaro, el Imperio Otomano, el Imperio
Ruso, el Imperio Británico, Francia e Italia. El asesinato de Francisco Fernando por el
nacionalista serbo bosnio Gavrilo
Princip dio como resultado un ultimátum
de los Habsburgo al Reino de
Serbia. Las potencias europeas invocaron diversas
alianzas formadas años y décadas atrás, por lo que sólo unas semanas después
del magnicidio las grandes potencias estaban en guerra. A través de sus
colonias, el conflicto pronto prendió por el mundo.
El 28 de
julio, el conflicto dio comienzo con la invasión de Serbia por
Austria-Hungría, seguida de la invasión de Bélgica, Luxemburgo y Francia por el Imperio
Alemán, y el ataque de Rusia contra Alemania. Tras el avance alemán en
dirección a París se llegó a un alto, y el Frente Occidental se estabilizó en una guerra estática de desgaste basada en una
extensa red de trincheras que
apenas sufrió variaciones significativas hasta 1917. En el frente oriental, el ejército ruso luchó satisfactoriamente contra Austria-Hungría, pero
fue obligado a retirarse por el ejército alemán. Se abrieron frentes
adicionales tras la entrada en la guerra del Imperio Otomano en 1914, Italia
y Bulgaria en 1915 y Rumanía en 1916. El Imperio ruso colapsó en 1917 debido
a la Revolución de Octubre, tras lo que dejó la guerra. Después de una ofensiva alemana a lo largo
del Frente Occidental en 1918, las fuerzas de los Estados
Unidos entraron en las trincheras y los Aliados de
la Triple Entente hicieron retroceder al ejército alemán en una serie de
exitosas ofensivas. Tras la Revolución de Noviembre de 1918 que forzó la abdicación del Káiser,
Alemania aceptó el armisticio el 11 del mismo mes.
Al final
de la guerra cuatro potencias imperiales, los Imperios Alemán, Ruso,
Austro-Húngaro y Otomano, habían sido derrotados militar y políticamente y
desaparecieron. Los imperios alemán y ruso perdieron una gran cantidad de
territorios, mientras que el austro-húngaro y el otomano fueron completamente
disueltos. El mapa de Europa
Central fue redibujado con nuevos y pequeños estados
y se creó la Sociedad de Naciones con la esperanza de prevenir otro conflicto similar. Los nacionalismos europeos, espoleados por la guerra y la disolución de los
imperios, las repercusiones de la derrota alemana y los problemas con el Tratado de Versalles se consideran generalmente como factores del comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Fueron varias los enfrentamientos que sirvieron de
preludio a la primera guerra mundial, entre ellos se pueden mencionar:
En 1870 Francia fue vencida por el ejército
prusiano, disciplinado y bien armado, mandado por Moltke. Se completó la unidad
de Alemania y los príncipes de muchos Estados reconocieron como emperador a
Guillermo. La derrota y las pérdidas territoriales colocaron a Francia en
situación tirante con Alemania.
9.3.2.
La
liga de los tres emperadores
La máxima ambición del canciller de hierro alemán
Bismarck, era mantener aislada a Francia. Se vio realizada en 1873 mediante la
Liga de los Tres Emperadores: el de Alemania, el estado más fuerte del
continente.
9.3.3.
La
triple Alianza
En los
Balcanes, el enfrentamiento de los intereses rusos y austríacos condujo en 1878
a la disolución de la Liga de los Tres Emperadores. En 1879 la alianza entre
Alemania y Austria-Hungría se hizo más fuerte y en 1882 se amplió con Italia.
En 1887 Alemania y Rusia firmaron un tratado mediante el cual estrecharon sus
relaciones.
9.3.4.
La
triple Entente
El nuevo
emperador de Alemania Guillermo II destituyó a Bismarck y no renovó el tratado
con Rusia, lo que aprovechó Francia que estaba aislada para aliarse con Rusia
en 1894. En 1904 se alió también con Inglaterra. Poco después se aliaron
también Inglaterra y Rusia, con lo que en 1907 quedó terminada la Triple
Entente. El cerco de Alemania era ya un hecho
9.3.5.
Las
primeras descargas
El camino hacia la catástrofe de 1914 pasó por
Marruecos y los Balcanes. En el Marruecos francés intentaron hacerse valer los
intereses comerciales alemanes, la consecuencia entre otras, fue la crisis de
Agadir de 1911. La debilidad de Turquía llevó a sus amigos a la ruina.
9.3.6.
Las
declaraciones de guerra
Austria declaró la guerra a
Serbia el 28 de julio, ya fuera porque creía que Rusia no llegaría a unirse a
Serbia o porque estaba dispuesta a correr el riesgo de un conflicto europeo
general con tal de poner fin al movimiento nacionalista serbio. Rusia respondió
movilizándose contra Austria. Alemania advirtió a Rusia de que si persistía en
su actitud le declararía la guerra, y consiguió que Austria accediera a discutir
con Rusia una posible modificación del ultimátum enviado a los serbios.
No obstante, Alemania
insistió en que los rusos retiraran sus tropas inmediatamente. Rusia se negó a
hacerlo y Alemania le declaró la guerra el 1 de agosto.
Los franceses comenzaron la
movilización de sus fuerzas ese mismo día; las tropas alemanas cruzaron la
frontera de Luxemburgo el 2 de agosto y Alemania declaró la guerra a Francia el
3 de agosto. El día anterior, el gobierno alemán había informado al gobierno
belga de su intención de marchar sobre Francia cruzando Bélgica, a fin de
evitar que los franceses utilizaran esta ruta para atacar Alemania. Las
autoridades belgas se negaron a permitir el paso por su territorio de las
tropas alemanas y recurrieron a los países firmantes del Tratado de 1839 —en el
que se garantizaba la neutralidad de Bélgica en el caso de un conflicto en el
que estuvieran implicados Gran Bretaña, Francia y Alemania— para que se
cumpliera lo establecido en dicho acuerdo. Gran Bretaña, uno de los países
signatarios del Tratado de 1839, envió un ultimátum a Alemania el 4 de agosto
en el que se exigía que se respetara la neutralidad de Bélgica; Alemania
rechazó la petición y el gobierno británico le declaró la guerra ese mismo día.
Italia permaneció neutral
hasta el 23 de mayo de 1915, cuando rompió su pacto con la Triple Alianza para
satisfacer sus aspiraciones territoriales y declaró la guerra a
Austria-Hungría. La unidad de los aliados se fortaleció en septiembre de 1914 a
través del Pacto de Londres, firmado por Francia, Gran Bretaña y Rusia. A
medida que avanzaba la contienda, fueron sumándose al conflicto países como el
Imperio otomano, Japón, Estados Unidos y otras naciones del continente
americano. Japón, que había firmado una alianza con Gran Bretaña en 1902,
declaró la guerra a Alemania el 23 de agosto de 1914, y el 6 de abril de 1917
lo hizo Estados Unidos.
La causa inmediata que provocó el estallido de la
primera guerra mundial fue el asesinato del archiduque de Austria-Hungría,
Francisco Fernando, en Sarajevo Serbia, el 28 de Junio de 1914.
Los verdaderos factores que desencadenaron la I
Guerra Mundial fueron el intenso espíritu nacionalista que se extendió por
Europa a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX, la rivalidad económica y
política entre las distintas naciones y el proceso de militarización y de
vertiginosa carrera armamentística que caracterizó a la sociedad internacional
durante el último tercio del siglo XIX, a partir de la creación de dos sistemas
de alianzas enfrentadas.
La Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas
habían difundido por la mayor parte del continente europeo el concepto de
democracia, extendiéndose así la idea de que las poblaciones que compartían un
origen étnico, una lengua y unos mismos ideales políticos tenían derecho a
formar estados independientes. Sin embargo, el principio de la
autodeterminación nacional fue totalmente ignorado por las fuerzas dinásticas y
reaccionarias que decidieron el destino de los asuntos europeos en el Congreso
de Viena (1815). Muchos de los pueblos que deseaban su autonomía quedaron
sometidos a dinastías locales o a otras naciones. Por ejemplo, los estados
alemanes, integrados en la Confederación Germánica, quedaron divididos en
numerosos ducados, principados y reinos de acuerdo con los términos del
Congreso de Viena; Italia también fue repartida en varias unidades políticas,
algunas de las cuales estaban bajo control extranjero; los belgas flamencos y
franceses de los Países Bajos austriacos quedaron supeditados al dominio
holandés por decisión del Congreso.
Las revoluciones y los fuertes movimientos
nacionalistas del siglo XIX consiguieron anular gran parte de las imposiciones
reaccionarias acordadas en Viena. Bélgica obtuvo la independencia de los Países
Bajos en 1830; la unificación de Italia fue culminada a cabo en 1861, y la de
Alemania en 1871. Sin embargo, los conflictos nacionalistas seguían sin
resolverse en otras áreas de Europa a comienzos del siglo XX, lo que provocó
tensiones en las regiones implicadas y entre diversas naciones europeas. Una de
las más importantes corrientes nacionalistas, el paneslavismo, desempeñó un
papel fundamental en los acontecimientos que precedieron a la guerra.
9.4.2.
El
imperialismo
El espíritu nacionalista también se puso de
manifiesto en el terreno económico. La Revolución Industrial, iniciada en Gran
Bretaña a finales del siglo XVIII, en Francia a comienzos del XIX y en Alemania
a partir de 1870, provocó un gran incremento de productos manufacturados, por lo
que estos países se vieron obligados a buscar nuevos mercados en el exterior.
El área en la que se desarrolló principalmente la política europea de expansión
económica fue África, donde los respectivos intereses coloniales entraron en
conflicto con cierta frecuencia. La rivalidad económica por el dominio del
territorio africano entre Francia, Alemania y Gran Bretaña estuvo a punto,
desde 1898 hasta 1914, de provocar una guerra en Europa en varias ocasiones.
9.4.3.
La
expansión militar
Como consecuencia de estas tensiones, las naciones
europeas adoptaron medidas tanto en política interior como exterior entre 1871
y 1914 que, a su vez, aumentaron el peligro de un conflicto; mantuvieron
numerosos ejércitos permanentes, que ampliaban constantemente mediante reclutamientos
realizados en tiempo de paz, y construyeron naves de mayor tamaño. Gran
Bretaña, influida por el desarrollo de la Armada alemana, que se inició en
1900, y por el curso de la Guerra Ruso-Japonesa, modernizó su flota bajo la
dirección del almirante sir John Fisher. El conflicto bélico que tuvo lugar
entre Rusia y Japón había demostrado la eficacia del armamento naval de largo
alcance. Los avances en otras áreas de la tecnología y organización militar
estimularon la constitución de estados mayores capaces de elaborar planes de
movilización y ataque muy precisos, integrados a menudo en programas que no
podían anularse una vez iniciados.
Los dirigentes de todos los países tomaron
conciencia de que los crecientes gastos de armamento desembocarían con el tiempo
en quiebras nacionales o en una guerra; por este motivo, se intentó favorecer
el desarme mundial en varias ocasiones, especialmente en las Conferencias de La
Haya de 1899 y 1907. Sin embargo, la rivalidad internacional había llegado a
tal punto que no fue posible alcanzar ningún acuerdo efectivo para decidir el
desarme internacional.
De forma paralela al proceso armamentístico, los
Estados europeos establecieron alianzas con otras potencias para no quedar
aisladas en el caso de que estallara una guerra. Esta actitud generó un
fenómeno que, en sí mismo, incrementó enormemente las posibilidades de un
conflicto generalizado: el alineamiento de las grandes potencias europeas en
dos alianzas militares hostiles, la Triple Alianza, formada por Alemania, Austria-Hungría
e Italia, y la Triple Entente, integrada por Gran Bretaña, Francia y Rusia. Los
propios cambios que se produjeron en el seno de estas asociaciones
contribuyeron a crear una atmósfera de crisis latente, por la cual el periodo
fue denominado “Paz Armada”.
Esta
guerra se diferencia de otras por sus dimensiones y su alcance. Afectó a todas
las grandes potencias mundiales al igual que a millones de personas. Con ella
se inició la era de la guerra total, en la que todos los recursos de un país
eran puestos al servicio de la guerra. El triunfo sobre otra nación suponía la
rendición de toda la población enemiga.
9.5.1.
Consecuencias
económicas
En la mayoría de los países se recurrió a la
economía de guerra planificada y dirigida por el Estado, lo que supuso el
abandono del liberalismo económico. Debido a la colaboración de los sindicatos,
el poder de las organizaciones obreras aumentó en la sociedad. Debido a que la
mayor parte de los hombres se encontraban en el frente, existía una gran
escasez de trabajadores lo que llevó a la mano de obra femenina, lo cual supuso
un gran crecimiento del trabajo fuera del hogar. La conciencia nacional en
ultramar experimentó un incremento al emplear a la población de las colonias
como tropas. Debido al alto coste que suponía la guerra, muchos países que
habían luchado por encima de sus recursos se arruinaron. Todo esto produjo un
aumento de la inflación, se pidieron préstamos a particulares y se endeudaron
con países extranjeros. El país beneficiado fue EEUU.
Los imperios alemanes, austro-húngaro, ruso y turco
desaparecieron debido a que no sobrevivieron a la guerra. El coste humano fue
muy alto, en el frente se produjeron alrededor de diez millones de muertos, y
las bajas civiles a causa del hambre y las enfermedades también fueron una
cantidad muy alta. Otro aspecto importante, fue el efecto psicológico que la
guerra produjo en la población, al igual que las secuelas físicas. La
brutalidad de las campañas militares se incrementó debido al empleo de armas
con poder destructor que habían sido utilizadas en la guerra. Para que no
saliesen a la luz algunos movimientos en contra de la guerra, implantan una censura
de prensa. Los pacifistas eran asesinados o encarcelados. El movimiento
socialista se divide quedando por un lado, los fieles a una revolución contra
los gobiernos burgueses, y por otro, los que apoyaron a sus gobiernos
nacionales. Al principio de esta guerra, muchos intelectuales la observaban con
entusiasmo, pero debido a los sufrimientos y a la prolongación de ésta, fueron
llevados a la desilusión y a un pesimismo sobre la posguerra. Todo esto llevó
al rechazo de la idea de progreso, de razón, etc.
9.5.3.
Consecuencias
políticas
El final de la guerra mostró la imposibilidad por
parte de Europa de poder controlar por si sola las relaciones internacionales
de una forma pacifica. Por otra parte, EEUU se convirtió en el líder de la
posguerra y su presidente Wilson formuló los catorce puntos para una paz justa
en 1918. Se firmaron cinco tratados de paz los cuales ponían fin a la guerra,
el mas importante con Alemania el Tratado de Versalles. Se firmaron otros con
Austria, Bulgaria, Hungría y Turquía. Al conjunto de todos ellos se le conoce
como Paz de París, el cual pretendía que los nuevos regímenes políticos
debían de ser fuertes para combatir frente al peligro de la propaganda
revolucionario de los bolcheviques rusos. También pretendía que Alemania perdiera
poder y quedara bajo control y que el mapa europeo se restructurará para poder
hacer frente a las demandas de las minorías nacionales. Los acuerdos de paz que
lo componían no garantizaban que otra guerra pudiese estallar.
Dentro de la Paz de París, el Tratado de Versalles
fue uno de los tratados mas importantes, ya que con se le impusieron duras
condiciones a Alemania. Alemania tuvo grandes pérdidas territoriales como
Alsacia-Lorena, mas destacado, otros territorios polacos, belgas y algunas
ciudades libres. Las cláusulas militares de este tratado reflejaban la
ocupación temporal en la zona del Rin, la desmilitarización de Renania y la
gran reducción del Ejército, armada y aviación.
Las clausulas económicas llevaron al pago de
reparaciones de la guerra, ya que fue considerado el país culpable de la
primera guerra mundial.
Otras cláusulas fueron las que desembocaron en la
prohibición a Alemania para ingresar en la Sociedad de Naciones, la cual se
había creado en ese momento y era un organismo internacional que velaba por la
paz mundial, estaba constituida por todos los estados independientes y su
objetivo era solucionar los problemas internacionales de forma pacífica y
evitar otra guerra. Los problemas de la Sociedad de Naciones eran los
siguientes:
1. Su composición, la cual quedó dada por la
exclusión de algunos países: Alemania y EEUU.
2. la resistencia de las potencias vencedoras a
rehabilitar a las vencidas, es decir, superioridad de los países vencedores.
3. Descontento de todos los países frente a los
tratados de paz.
9.6.
Conclusiones
de la I Guerra Mundial
·
Duró cuatro años, tres meses y catorce días con
profundos cambios en el territorio europeo.
·
La guerra representó un coste de 186.000 millones
de dólares para los países beligerantes.
·
Las bajas en los combates terrestres
ascendieron a varios millones de personas pertenecientes a la población civil y
que, en algunos casos, fallecieron indirectamente a causa de la contienda.
·
A pesar de que todas las naciones confiaban
en que los acuerdos alcanzados después del conflicto restablecerían la paz
mundial sobre unas bases estables, las condiciones impuestas promovieron un
conflicto aún más destructivo. Los Imperios Centrales aceptaron los catorce
puntos elaborados por el presidente Wilson como fundamento del armisticio,
esperando que los aliados los adoptaran como referencia básica en los tratados
de paz.
·
La mayor parte de las potencias aliadas acudieron a
la Conferencia de Versalles con la determinación de obtener indemnizaciones en
concepto de reparaciones de guerra equivalentes al costo total de la misma y de
repartirse los territorios y posesiones de las naciones derrotadas según
acuerdos secretos.
·
Durante las negociaciones de paz, el
presidente Wilson insistió en que la Conferencia de Paz de París aceptara su
programa completo organizado en catorce puntos, pero finalmente desistió de su
propósito inicial y se centró en conseguir el apoyo de los aliados para la
formación de la Sociedad de Naciones.
·
Las potencias vencedoras permitieron que se
incumplieran ciertos términos establecidos en los tratados de paz de Versalles
lo que provocó el resurgimiento del militarismo y de un nacionalismo agresivo
en Alemania y desórdenes sociales en gran parte de Europa.
·
La I Guerra Mundial trajo ruina, enfermedades
y dolor a todos los países participantes.
·
Hubo grandes adelantos científicos con fines
bélicos lo que trajo como consecuencia más muertes y más destrucción.
·
Y por último, esta guerra no resolvió los
conflictos, por el contrario los enfatizó lo que tras unos veinte años,
aproximadamente, ocasionó la II Guerra Mundial.
CAPITULO X: LA SEGUNDA
GUERRA MUNDIAL
10.
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
La Segunda Guerra Mundial ha sido la peor
guerra de la Historia de la Humanidad. En ella se produjeron varias decenas de
millones de muertos (no se puede calcular la cifra con exactitud). Además fue la
primera guerra en la que murió más población civil que militares. Las bajas se
produjeron en el frente, pero también a causa de los bombardeos. Tampoco hay
que olvidar el exterminio, el asesinato masivo de comunidades enteras como los
judíos europeos en los campos de concentración nazis.
En cierto modo, la Segunda Guerra Mundial
parece una continuación de la Primera con algunas variantes: Alemania luchando
en dos frentes contra Francia, Inglaterra, Rusia y EEUU. En parte fue así, pero
la Segunda Guerra Mundial fue mucho más extensa (se luchó en Europa, el Norte
de Africa, Sureste
Asiático, Islas del Pacífico, etc.). Además,
la Segunda Guerra Mundial fue un conflicto entre ideologías y sistemas
políticos y económicos diferentes: el Fascismo contra la Democracia. El peligro
fascista provocó una extraña alianza entre los países democráticos (Inglaterra,
EEUU) y la URSS comunista.
Al final de la guerra, esta alianza se rompió
produciéndose un conflicto entre el modelo democrático y capitalista encarnado
por EEUU y sus aliados y el modelo comunista encarnado por la URSS y los suyos
(la Guerra Fría). Europa fue la gran perdedora de la guerra, en gran parte
quedó destruída y pasó a segundo plano en el ulterior conflicto de la Guerra
Fría entre las dos superpotencias. Sin embargo, tras la guerra, Europa se
convenció de que la mejor manera de salvar su futuro sería la unión de sus
estados. De este modo, ella misma podría convertirse en una superpotencia.
Causas
profundas de la Segunda Guerra Mundial
Las
consecuencias de la Crisis Económica del 29 y la Gran Depresión: la crisis del
modelo capitalista en los años 30 produjo miedo en las sociedades
industrializadas, miedo en el futuro de su sistema económico y en la amenaza
del sistema comunista que mostraba orgulloso su éxito en la industrialización de
la URSS durante los años 30. El alto número de parados produjo también un gran
descontento e inestabilidad.
La
carrera armamentística: es una consecuencia de la crisis económica. Las
soluciones que la Alemania Nazi o los EEUU del New Deal pusieron a la crisis
pasaron precisamente por la carrera armamentística. La fabricación de armas fue
uno de las estrategias que utilizaron estos países para acabar
con
el paro, pero la carrera armamentística hizo aumentar enormemente el peligro de
guerra. La Sociedad de Naciones intentó levar a cabo una conferencia de desarme
en 1932, pero ésta fracasó.
El
revanchismo alemán e italiano contra el Tratado de Versalles. Hitler y
Mussolini utilizaron el descontento de sus respectivos países hacia el Tratado
de Versalles para conseguir el poder. En los años 30 tenían que cumplir su
palabra a quienes les apoyaron, de ahí que Hitler fuera rompiendo una a una las
humillantes cláusulas de Versalles: ocupación de la orilla izquierda del Rhin,
rearme alemán, anexión de Austria y los Sudetes, ocupación del Pasillo Polaco.
El
expansionismo militar de las potencias fascistas: como ya hemos dicho, la
ocupación de nuevos territorios fuera de sus fronteras era para alemanes e
italianos una manera de “reparar” las “injusticias” del Tratado de Versalles,
pero además, estos países y Japón necesitaban ocupar grandes territorios ricos
en materias primas (especialmente petróleo), para asegurar la prosperidad de
sus economías industriales. Hitler pretendía la expansión de Alemania a costa
de Rusia (Teoría del Espacio Vital), el enfrentamiento entre la Alemania Nazi y
la URSS de Stalin era sólo cosa de tiempo. Mussolini pretendía convertir al
Mediterráneo en un lago italiano (lo cual le enfrentaba con Inglaterra y
Francia) y Japón necesitaba urgentemente ocupar China y el Sudeste Asiático
rico en materias primas lo cual le enfrentaba a Inglaterra y los EEUU. Debido a
estas cuestiones Alemania, Italia y Japón llevaron a cabo una política
expansionista agrediendo a países poco poderosos (Austria, Checoeslovaquia,
España, Abisinia, Albania, China) y amenazando continuamente con una guerra
mundial. Además realizaron alianzas entre sí como el Eje Roma-Berlín y el Pacto
Anti-Komintern (anticomunista), Roma-Berlín-Tokio. ¿Por qué permitieron las potencias
democráticas (Francia, Inglaterra y EEUU), que las potencias fascistas se
hicieran cada vez más fuertes?. La debilidad de las potencias democráticas:
EEUU había adoptado durante el Período de Entreguerras la misma táctica que
utilizó antes de la Primera Guerra Mundial, el aislamiento frente a los
problemas europeos. Por su parte, Francia e Inglaterra tenían una opinión
pública opuesta a la guerra (tras la terrible mortandad de la Primera Guerra
Mundial) y a los gastos militares, además tenían más miedo al Comunismo que a
Hitler. Algunos vieron incluso que Hitler podía ser un freno al Comunismo. Por
eso practicaron una política de apaciguamiento cediendo a todas las presiones
de Hitler (como en la Conferencia de Munich) o cerrando los ojos ante la
evidencia (como en el Comité de No Intervención en la Guerra de España).
Cuando
Francia e Inglaterra quisieron reaccionar en 1939 ya era demasiado tarde y
tuvieron que enfrentarse con una Alemania fortalecida.
Como
ya hemos dicho, la Sociedad de Naciones no tuvo ninguna posibilidad de evitar
la guerra, pues en ella no participaron ni EEUU ni la URSS, además se limitaba
a denunciar públicamente la agresión de Italia en Abisinia o la de Japón en
China sin tomar ninguna otra medida práctica.
El
camino hacia la Segunda Guerra Mundial estuvo jalonado por una serie de
agresiones que los países fascistas llevaron a cabo durante los años 30 y por
la aparente inactividad de los países democráticos y la URSS.
1931-32:
Japón ocupa Manchuria y bombardea Shangai. El gobierno militarista japonés, muy
radicalizado en los años 30 llevó a cabo una política expansionista agresiva en
el Asia Oriental para asegurarse el control de las vitales materias primas.Ya
desde la Primera Guerra Mundial había intentado controlar China, pero el
surgimiento del Partido Nacionalista Chino (Kuomintang) y del Partido Comunista
Chino perjudicó los intereses comerciales japoneses en este país. Los japoneses
reaccionaron violentamente ocupando Manchuria y bombardeando las principales
ciudades chinas. En 1937 pasaron a invadir directamente toda la costa china
iniciando una guerra que duró hasta 1945.
1935:
Italia conquista Absinia (Etiopía): se trata de una guerra fácil de propaganda
en la que Mussolini pretendía vengar la derrota de los italianos en Adua en
1896. La Sociedad de Naciones condenó a Italia y ésta la abandonó.
1936:
Rearme alemán y remilitarización de la orilla izquierda del Rhin. El ejército
alemán creció enormemente y ocupó militarmente la orilla izquierda del Rhin rompiendo
el Tratado de Versalles. Francia no respondió.
1936-39:
Guerra Civil Española: Francia, Inglaterra, Alemania e Italia firman el Pacto
de No Intervención en la Guerra Civil Española, pero Alemania e Italia lo
incumplen flagrantemente al apoyar militarmente a Franco. La URSS responde
apoyando a la República Española. La Guerra de España se convierte así en un
“laboratorio de pruebas” para la Segunda Guerra Mundial.
1937:
Japón invade China.
1938:
Anchluss: los alemanes ocupan Austria que queda anexionada al III Reich.
1938:
Conferencia de Munich: Chamberlain (Primer Ministro británico) y Daladier
(Primer Ministro francés) se reúnen en Munich con Hitler y Mussolini y conceden
a Hitler la anexión de Austria y de los
Sudetes
(región de Checoeslovaquia con población alemana a cambio de la promesa de
Hitler de que no reclamará más territorios.
1939:
Primavera: Alemania ocupa Los Sudetes y toda Checoeslovaquia.
1939:
Verano: Pacto Secreto Germano-Soviético de No Agresión. Hitler firma un pacto
secreto con
Stalin
por el cual Alemania y la URSS deciden repartirse los territorios intermedios
entre ambos países (Países Bálticos y Polonia). Este pacto contra natura cogió
de improviso a Francia e Inglaterra, cuando
Hitler
amenazó con ocupar el “Pasillo Polaco” en Agosto de 1939, pues ambos pensaron
que Alemania no se atrevería a desafiar a la URSS invadiendo Polonia. Por eso,
dieron garantías a Polonia de que si
Alemania
la invadía, ellos declararían la guerra a Alemania. De este modo, cuando Hitler
invadió Polonia el 1 de Septiembre de 1939, Inglaterra y Francia le declararon
la guerra, mientras la URSS no sólo no atacaba a Alemania, sino que colaboraba
con ella en la ocupación de Polonia.
La
Segunda Guerra Mundial fue similar en parte a la Primera (Alemania luchó en dos
frentes contra Francia, Gran Bretaña, la URSS y EEUU), pero también tuvo muchas
diferencias respecto a ésta.
La
primera diferencia es que la Segunda Guerra Mundial se produjo en territorios
mucho más amplios que la Primera (Europa, Norte de Africa, Sureste Asiático,
Océano Atlántico, Océano Pacífico, etc.).
Otra
diferencia es que, mientras en la Primera Guerra Mundial, Alemania tuvo
oportunidad de victoria hasta el último año de guerra, en la Segunda Guerra Mundial
tenía la guerra perdida ya en 1943, dos años antes de terminar el conflicto.
Si
la Primera Guerra Mundial fue una Guerra de Trincheras, la Segunda Guerra
Mundial fue una
Guerra
de Movimientos, debido sobre todo a la utilización masiva de grandes formaciones
de tanques en colaboración con la aviación. Esta guerra veloz y móvil
(Blitzkrieg) fue creada por los alemanes y gracias a ella consiguieron enormes
éxitos al principio de la guerra. Posteriormente, ingleses, americanos y rusos
la utilizaron contra el Eje con el mismo éxito.
La
Primera Guerra Mundial había afectado enormemente a la población civil, pero en
la Segunda, la población civil sufrió especialmente, de manera que murieron más
civiles que militares. Las muertes de civiles se debieron a los bombardeos
aéreos (especialmente los bombardeos sobre ciudades alemanas, o las bombas
atómicas lanzadas sobre Japón), pero también a las represalias de los ejércitos
contra la guerrilla y la población civil y al exterminio de judíos, gitanos,
etc., en los Campos de Concentración Alemanes.
En
la Primera Fase (1939-1942): Alemania y sus aliados (las potencias del Eje,
Italia y Japón), cosecharon un éxito tras otro, derrotando a sus enemigos con
invasiones rápidas (Blitzkrieg).
En
la Segunda Fase (1943-1945): los aliados llevaron a cabo una lenta guerra de
desgaste, reconquistando los territorios ocupados por el Eje, que se defendió
hasta el final a pesar de que la guerra estaba perdida para el Eje desde 1943.
Primera Fase (1939-42)
1939,
Septiembre: los alemanes y rusos ocupan Polonia de acuerdo con el Pacto
Germano-Soviético de No Agresión. Francia e Inglaterra permanecen inactivos y
no atacan a Alemania, produciéndose seis meses en los que ningún enemigo ataca
al otro. Esta actitud de Francia e Inglaterra se explica posiblemente por el
deseo de llegar a una paz negociada con Alemania.
1940:
Abril:
los alemanes invaden Dinamarca y Noruega.
Mayo-Junio:
Gran Ofensiva del Oeste: los alemanes ocupan Holanda, Bélgica y Francia, y
obligan al ejército británico a reembarcarse en Dunquerke. Inglaterra se queda
sola luchando contra Alemania. La rápida derrota de los aliados sorprende al
mundo, sobre todo por el contraste con la Primera Guerra
Mundial.
Julio-Septiembre:
Batalla de Inglaterra, batalla aérea en la que la aviación alemana es incapaz
de derrotar a la aviación inglesa, ello impide la invasión alemana de la isla.
A
fines de 1940, Alemania es dueña de buena parte de Europa, pero no ha
conseguido derrotar a Inglaterra.
1941:
la guerra se amplía y se hace mundial.
Abril:
alemanes e italianos invaden Yugoslavia y Grecia. Esta invasión retrasa la
Operación Barbarroja.
Junio:
Operación Barbarroja, los alemanes invaden la URSS con el objetivo de alcanzar
Leningrado,
Moscú
y Kiev antes del invierno, inmediatamente se produce una alianza antifascista
entre Inglaterra y la URSS.
Agosto:
Carta del Atlántico entre Churchill (Primer Ministro de Inglaterra) y Roosevelt
(Presidente de EEUU), en la que EEUU se compromete a apoyar económicamente a
Inglaterra. Además los dos países acordaron que la guerra debía ser a favor de
la Democracia y en contra del Fascismo.
Diciembre:
Batalla de Moscú: tras penetrar profundamente en la URSS la ofensiva alemana se
estancó delante de Moscú por la dureza del invierno y el contraataque ruso.
Diciembre:
Ataque de Pearl Harbor: los japoneses atacan por sorpresa a la flota americana
en el Pacífico, haciendo que EEUU entre en la guerra.
A
fines de 1941 Alemania y Japón se enfrentan a las principales potencias
industriales del mundo: Inglaterra, URSS y EEUU. Poco a poco se entra en una
guerra de desgaste en la que la capacidad productiva de los EEUU y la URSS va
tomando ventaja sobre el Eje.
1942:
Cambia el signo de la guerra. Las potencias del Eje sufren derrotas decisivas y
se ven obligadas a situarse a la defensiva.
Invierno-Primavera:
Blitzkrieg en el Pacífico. Japón consigue ocupar enormes territorios en el
Sudeste
Asiático,
sin embargo, la derrota en la Batalla Aeronaval de Midway (Junio de 1942)
destruyó buena parte de la flota japonesa.
Verano:
Batalla de El Alamein; los alemanes fracasan en el intento de ocupar el Canal
de Suez y se ven obligados a retroceder en el Norte de Africa.
Verano-Otoño
de 1942: Segunda ofensiva alemana en Rusia, esta vez el objetivo son los pozos petrolíferos
del Cáucaso. Derrota de Stalingrado, una de las batallas decisivas de la
guerra. A partir de aquí, los alemanes se mantienen a la defensiva en el Frente
Ruso.
Batalla
de Guadalcanal (Islas Salomón): los americanos frenan el avance japonés hacia
Australia.
Segunda Fase (1943-45)
1943:
Los
aliados expulsan a los alemanes e italianos del Norte de Africa, y desembarcan
en Italia (Septiembre), pero se niegan a desembarcar en Francia, de manera que
la URSS tiene que llevar todo el peso de la guerra contra Alemania (Batalla del
Kursk).
Comienzan
los bombardeos masivos de las ciudades alemanas.
Noviembre:
Conferencia de Teheran: Conferencia entre Churchill, Roosevelt y Stalin para
llegar a un acuerdo sobre las áreas de influencia que tendrá cada aliado una
vez que los alemanes sean derrotados. En esta Conferencia los aliados muestran
sus desconfianzas mutuas y llegan a un acuerdo por el que la influencia de
occidentales y soviéticos en la Europa liberada del nazismo llegará hasta el
punto al que lleguen sus respectivos ejércitos. Esto provoca una auténtica
carrera por ocupar la mayor cantidad de territorio posible.
1944:
Alemania tiene que luchar en tres frentes a la vez, retrocediendo ante la
superioridad de sus enemigos. Aún confían ganar la guerra recurriendo a las
“armas secretas”. Los aliados inician una carrera para ver quién reconquistará
más territorios en Europa: por un lado EEUU-Inglaterra y por otro lado la
URSS:
Junio:
Desembarco de Normandía, los ingleses y americanos desembarcan en Francia y
abren un segundo frente en Europa. La resistencia alemana en Normandía es más
fuerte de lo que esperaban los aliados y ello retrasa la liberación de Francia
y los Países Bajos.
Diciembre:
Batalla de las Ardenas, los alemanes queman su último cartucho contraatacando
en Bélgica sin éxito, aunque ralentizan a los aliados occidentales.
1945:
Mayo: Batalla de Berlín: la lentitud de los aliados occidentales favorece el
avance de los rusos hasta Europa Central, éstos asedian y conquistan Berlín.
Hitler se suicida y los nazis se rinden. Acaba la guerra en Europa.
Agosto-Septiembre:
la guerra en el Pacífico consiste en cortas y sangrientas batallas por
conquistar pequeñas islas clave donde situar bases aeronavales que permiten a
los americanos acercarse lentamente a Japón (Saipan, Iwo Jima, Okinawa). La
superioridad aeronaval americana impide a los japoneses responder a estas
conquistas.
Antes
de invadir Japón, los americanos lanzan las bombas atómicas sobre Hiroshima y
Nagasaki, que destruyen estas ciudades. Con ello EEUU consigue la rendición de
Japón. Además es probable que con ello
EEUU
quisiera mostrar el nuevo poder de las armas secretas a sus futuros enemigos:
la URSS.
Durante
los seis años de guerra, alemanes y japoneses ocuparon enormes territorios y
dominaron millones de habitantes. Su comportamiento con los países ocupados fue
muy duro. La policía secreta
(GESTAPO)
y las SS llevaron a cabo una persecución sistemática de todos aquellos que se
opusieran a los nazis en Europa.
Por
un lado, los nazis extendieron la política antisemita que habían iniciado en
Alemania a los territorios conquistados (por ejemplo, en Polonia vivía la
comunidad judía más numerosa de Europa). Los judíos, gitanos, comunistas, etc.
fueron enviados a los tristemente famosos Campos de Concentración, y a partir
de 1942 Hitler decidió la “solución final”, es decir, el asesinato de millones
de judíos en los Campos de Exterminio (por ejemplo, Auschwitz).
Aparte
de esto, nazis y japoneses expoliaron los territorios ocupados, manipulando y
utilizando su economía en provecho de los países del Eje. La explotación se
extendió al trabajo forzado. Como Alemania movilizó a una buena parte de su
población masculina tuvo que importar millones de trabajadores europeos que
trabajaron como esclavos en las fábricas alemanas.
Este
reinado del terror provocó la aparición del movimiento de resistencia al
invasor en los países ocupados. Parte de la población civil se organizó para
sabotear a los alemanes y llevar a cabo labores de espionaje para los aliados.
En algunos países como Francia e Italia, los partisanos fueron especialmente activos,
pero fue en Yugoslavia donde los Partisanos de Tito consiguieron liberar su
país de la ocupación alemana sin ayuda extranjera.
La
guerra implicó toda la vida y economía de los países europeos, además, las
ciudades europeas fueron sometidas a terribles bombardeos aéreos que las
destruyeron matando a miles de civiles (Londres, Coventry, Hamburgo, Dresde,
etc.). Al final de la guerra, las armas secretas (V1 y V2, bombas atómicas de
Hiroshima y Nagasaki), se diseñaron como armas de destrucción masiva contra la
población civil.
Al
contrario que en la Primera Guerra Mundial, la Segunda no terminó con un solo
tratado de paz tras el final de la lucha, sino que se produjeron varios
tratados de paz durante la guerra en los que los contendientes, y especialmente
EEUU, Inglaterra y la URSS acordaron cuál sería su táctica durante el conflicto
y cómo se ordenaría el mundo tras la guerra
En
estas conferencias estos tres países mostraron sus enfrentamientos y recelos
mutuos.
EEUU
veía a Inglaterra como un Imperio caduco que debía desaparecer y al que EEUU
debía sustituir en un futuro como principal potencia económica y política.
De
todos modos los principales problemas los tenían los países occidentales con la
URSS de Stalin, pues ésta no aceptaba la Carta del Atlántico según la cual los
aliados luchaban por reestablecer la democracia en el mundo (recuerda que el
régimen de Stalin era antidemocrático). Además, la URSS denunciaba que ellos
habían llevado el principal peso de la lucha contra la Alemania Nazi y ese
sacrificio tenía que ser compensado con importantes ganancias territoriales y
de influencia en Europa Oriental y Central.
En
dichas conferencias los aliados tuvieron que hacer auténticos esfuerzos porque
su alianza contra la Alemania Nazi no se rompiera, en el mantenimiento de la
alianza tuvo mucho protagonismo Roosevelt, que convenció a Churchill para que
cediera en buena parte a las exigencias de Stalin.
Como
ya hemos dicho, entre estas conferencias hay que citar la Carta del Atlántico
(verano de 1941), en la que Churchill y Roosevelt se comprometían a luchar por
la democracia y la libertad de los pueblos contra la Alemania Nazi.
También
hemos citado la Conferencia de Teherán (Roosevelt, Churchill y Stalin,
noviembre de 1943), en ella se ve la victoria de los aliados como algo probable
pero aún lejano. El acuerdo consiste en que la influencia de occidentales y
soviéticos llegará hasta donde lleguen sus respectivos ejércitos al liberar Europa.
La consecuencia de ello es una carrera de ambos ejércitos por acelerar dicha
liberación (Desembarco de Normandía, Junio de 1944). Sin embargo, serán los
rusos los que penetren profundamente en Centroeuropa.
Conferencia
de Yalta (Roosevelt, Churchill y Stalin, febrero de 1945): esta conferencia se
produce cuando Alemania está a punto de perder la guerra y los ejércitos
aliados han penetrado profundamente en
Europa.
Se trata de un acuerdo para que las tres potencias respeten que los pueblos
liberados de los nazis evolucionen hacia la democracia y la verdadera
independencia. Como compensación, la URSS puede anexionarse los Países Bálticos
y llevarse una porción de Polonia. Este acuerdo será violado por los aliados en
sus respectivas zonas de influencia.
Conferencia
de Postdam: (Truman, Atlee, Stalin, verano de 1945). Tras la derrota de
Alemania, se decide eliminarla como país y dividirla en cuatro territorios que
serán administrados por los tres grandes y
Francia.
Asimismo se acuerda formar un tribunal que juzgue a los criminales de guerra
nazis (Procesos de Nuremberg).
Conferencia
de San Francisco: (verano de 1945), acuerdo para formar la ONU, que sustituya a
la Sociedad de Naciones.
La
consecuencia más importante de la Segunda Guerra Mundial es que Europa queda
relegada a un segundo plano frente a las superpotencias: EEUU y URSS.
El
mundo queda así dividido en dos partes (lo cual preludia un nuevo conflicto):
los países democráticos-capitalistas, liderados por EEUU y los países
socialistas liderados por la URSS.
Otra
consecuencia es el fuerte rechazo a la guerra que provoca la gran matanza (el
holocausto judío,
etc.).
Ello hace urgente desarrollar organismos de cooperación internacionales que
eviten futuras guerras: la ONU.
EEUU
es nuevamente el gran vencedor de la guerra. Este país se convierte en el líder
económico mundial y su propia propaganda le convierte en el modelo de la
democracia frente al Fascismo y la Amenaza Comunista
CONCLUSIONES
·
La guerra
el duelo de dos litigantes armados que se hacen justicia mutua por la
fuerza de su espada, y tiene fundamento legítimo en el derecho de defender la
propia existencia.
·
La guerra es un modo de proceder o de acción
en justicia, con que las naciones resuelven sus pleitos por la fuerza cuando no
pueden hacerlo por la razón.
·
Las causas de la primera guerra mundial son:
el nacionalismo, el imperialismo, y la expansión militar.
·
Las consecuencias de la primera guerra
mundial: pobreza, deudas extranjeras, la división del movimiento socialista, La
imposibilidad de Europa de poder controlar por si sola las relaciones
internacionales.
·
La
neutralidad indica la situación en que voluntariamente se coloca un estado a
efectos de mantenerse apartados de la lucha bélica existente entre otros
estados, y ni favorecerlos o perjudicarlos
·
Los neutrales son todos los hombres que forman la
sociedad extraña y ajena a ese combate.
·
La
proscripción de la guerra realizada en el Pacto de Briand-Kellogg y en
la Carta de las Naciones Unidas (art. 2.4).
BIBLIOGRAFIA
·
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03/06/12 11.12 am
·
Juan Francisco y Emilio la Parra Lopez.
(2004). “Historia Universal del siglo XX. De la primera guerra mundial al
ataque de las torres Gemelas. Editorial Síntesis S.A. España.
·
Jose Maria Prats (1996) Historia Universal de
la segunda revolución industrial siglo XIX Al mundo actual. Editorial Oceano.
España.
·
Puri Ballus (2007). Historia universal.
Editorial Lexus. España.
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